viernes, 31 de enero de 2014

Detective por sorpresa II

II

Inexorablemente el sábado llegó. Después de dormir la siesta, me dispuse a  visitar a mi madre, por lo menos una buena merendola me aguardaba, ya me estaba relamiendo con solo pensar en el chocolate y en las rosquillas para mojar en él. Es lo que tiene una madre, cuando ya no te tiene a su cargo, que no la importa malcriarte ¡a buenas horas!
Entré en su portal como el condenado que se acerca al cadalso, o casi. Francamente me sentía apesadumbrado y expectante ante lo que se me avecinaba. Llamé al timbre y una sonriente madre, como solía, me hizo pasar después de darme dos besos.
En el comedor, donde mi madre me había conducido, se hallaban los atribulados padres. Intercambié un fuerte apretón de manos con Paco y dos besos con Elvira y me senté ante una humeante jícara de chocolate, con la que empecé a batallar armado de varias rosquillas mientras Paco tomaba la palabra.
-        Ante todo discúlpanos, solo la desesperación hace que recurramos a ti, tu madre nos ha comunicado tu reticencia que entendemos y comprendemos, pero piensa en tu hija y en que tú serías capaz de cualquier cosa si desapareciera. Tu eres inteligente, bien lo sabemos pues te conocemos desde que naciste, conoces esta ciudad, eres honesto y sabemos que si aceptas nuestra propuesta no nos defraudarás, incluso si no logras encontrarla, de verdad que aceptaremos lo que nos digas, pero solo te pedimos por favor que lo intentes.
Me quedé mirando a la pareja meditando, ante mí se presentaban dos amigos de mi madre de la niñez, allá en la sierra de Madrid. Egoístamente pensé que siempre se portaron muy bien con nosotros, al ser ganaderos y agricultores, nunca en casa nos faltaron calostros, una “delicatesen” imposible de encontrar ni en el más insigne templo del gourmet. Cuando hacían matanza, nos regalaban morcillas, chorizos, somarrillo y panceta. De su huerto, nunca nos faltaba calabacín con el que mi madre nos hacía un pisto de rechupete. Todo esto a cambio del pan duro que íbamos almacenando para llevárselo para sus gallinas, es decir un negocio redondo, la balanza se inclinaba siempre a su favor.
También influía la vista del panorama que tenía ante mí, Paco y Elvira, nunca fueron gruesos, más bien al contrario, años de trabajar de sol a sol les habían convertido en dos enjutas figuras fibrosas y morenas, pero esta vez ante mí se presentaban dos espectros, ojerosos e incluso todavía más delgados, la ropa que vestían les bailaba por toda su anatomía, parecían dos grotescos espantapájaros.
Todo esto hizo que me decidiera, imaginaba que más de una vez me iba a arrepentir de mi decisión, pero en el fondo me intrigaba saber hasta donde sería capaz de llegar con mis averiguaciones, si sabía la teoría ¿sería capaz de llevarlo a la práctica? Por lo que pronuncié las dos palabras que vinieron a buscar:
-        De acuerdo
-        ¡Qué alegría! Tú no sabes lo feliz que nos haces.
Para mi desgracia acompañaron sus frases con una ronda de abrazos, lo que me azaró en grado sumo, no estaba acostumbrado a tantas muestras de afabilidad, ni me las imaginaba que dos personas tan serias, por su espíritu castellano tan poco dado a estos excesos, del que yo también me sentía imbuido, no en vano mis raíces son muy carpetovetónicas.
Tras conseguir despegarme de sus efusivos abrazos, les solicité todos los datos que dispusieran. Ellos, prevenidos traían una carpeta con fotocopias de la documentación que poseían. En primer lugar destacaba el papel oficial con membrete del Ministerio del Interior con la denuncia interpuesta en la comisaría de  Arganzuela, en la que se indicaba que tras recibir la llamada del Colegio Mayor donde se alojaba, éste les comunicaba que Ana llevaba una semana sin aparecer por su habitación, allí se personaron y tras revisar sus pertenencias, y al no detectar la ausencia de vestuario que pudiera indicar una ausencia voluntaria, interpusieron la  correspondiente denuncia. El resto de documentos eran recortes de periódicos donde se hacían eco del suceso.
-        ¿Qué se hizo de sus pertenencias?
-        Después de revisarlas, la policía nos permitió que las retiráramos, así que las metimos en un par de maletas y nos las llevamos a casa. – Me respondió Elvira, que parecía más templada que su marido.
-        Podré acceder a contemplarla?
-        Cuando quieras, en nuestra casa del pueblo están.
-        Necesitaré asimismo una foto de ella.
-        Sí, toma, ya lo tenía previsto.
De su bolso sacó una foto de Ana, el tiempo transcurrido desde la última vez que la vi, había transformado una adolescente en una bella mujer. A pesar de haber heredado los duros rasgos cetrinos de sus padres, al tener la complexión algo más rellena en su cuerpo y mejillas, el efecto visual era más agradable. Destacaba sobre todo su sonrisa franca y abierta, la recordaba de su infancia como una niña abierta y locuaz, con un desparpajo fuera de lo común para su edad.
-        ¿Qué estaba estudiando?
Casi me avergonzaba de inquirir detalles de su vida, a pesar de no ser de mi familia, la cercanía en el trato entre sus padres y los míos durante tantos años, hacía turbarme al querer conocer detalles generales sobre su vida, que quizás debería de haberme preocupado por mí mismo de conocer, con el contacto directo.
-        Administración y dirección de empresas.
-        ¿En qué universidad?
-        En la Complutense.
-        ¿Y decís que vivía en un Colegio Mayor?
-        Sí, en el Colegio Mayor Santa María del Abeto. Gracias al párroco del pueblo, nos pudo arreglar los papeles y conseguir una beca para que la estancia no se nos hiciera muy onerosa.
-        ¿Tenía novio, algún amigo o amiga especial?
-        No, que sepamos, nunca nos comentó nada, ni en vacaciones trajo a nadie que la acompañara.
No pude por menos que asentir gravemente, qué poco conocemos de nuestros hijos, nos pasamos la vida criando unos seres que cuando traspasan la puerta del hogar, se transforman en unos perfectos desconocidos.
-        ¿Hay algo más que deba saber?
Esta al parecer fue la pregunta clave, pues ellos primero se miraron entre sí y luego bajaron los ojos hasta el suelo, se hizo un silencio incómodo mientras aguardaba su respuesta, al cabo, Elvira arrancó por fin su parlamento.
-        Bueno, no sé por dónde empezar, entiéndenos, no es fácil, de todas formas si vas al Colegio te vas a enterar igual, mejor que sea por boca nuestra. Hace como tres meses nos llamó el director del Colegio para que nos presentásemos de inmediato pues tenía un asunto muy grave que contarnos. Me acerqué yo sola pues Paco no podía de repente desatender los animales ni encontrar a un familiar a quien encomendárselos, como te decía, me acerqué a Madrid lo más rápido que la prudencia me dictaba al conducir y cuando por fin entré al despacho me encontré al director mirándome muy gravemente, me contó que la noche anterior, Ana había llegado en un grado sumo de intoxicación etílica, por lo que se había visto obligado a llamar al SAMUR para que la tratara. En aquel momento ya se encontraba bien en su habitación controlada por el servicio médico del centro. Me explicó que era una falta extremadamente grave, castigada generalmente con una fulminante expulsión del centro. Como te puedes imaginar, rogué, supliqué e hice todo lo que una madre es capaz de hacer por el bien de su retoño. Al final, después de mucho batallar, logré que todo quedara en una amonestación con la advertencia de expulsión si el hecho se repetía.
-        ¿Os dio alguna explicación sobre lo que había pasado y con quién había estado?
-        No, cuando pude hablar con ella ya recuperada, me echó unas lagrimitas y prometió no volver a repetir tal experiencia. No quiso contar nada más. Ten en cuenta que después del susto padecido, el verla sana y salva fue suficiente para nosotros.
-        Es una lástima, hubiera tenido un hilo por donde tirar. ¿algo más?
-        No, te prometo que te hemos contado todo lo que sabemos. ¿Cómo lo ves? ¿Habrá posibilidades de que la encuentres?
-        Qué quieres que os diga, no soy un profesional, intentaré moverme y preguntar a todo el que pueda. Por cierto, no estaría de más que llamaras al director del Colegio y le advirtieras de mi próxima visita. Pero ya os digo, a la policía todos estamos obligados a responder, pero a mí… Espero poder indagar algo, pero os lo vuelvo a repetir, no os prometo nada.
-        Eso es suficiente para nosotros, de verdad, con que lo intentes es suficiente.
Se pusieron de pié dando fin a la conversación y a la visita, educadamente los acompañé hasta la puerta y antes de que pudiera cerrar, Paco, al que en sus ojos unas rebeldes lágrimas propugnaban por salir, me alargó un sobre que acababa de sacar del bolsillo del pantalón.
-        Toma, lo necesitarás por si tienes gastos.
-        Pero…
Apenas pude musitar una frase para indicarle que los favores personales no se cobran, que me sentía pagado por la amistad entre nuestras familias a través de los años. Me fue imposible, él mismo asió el pomo de la puerta para cerrarla y no pudiera devolverle el sobre.
Dentro del sobre, veinte billetes de cincuenta euros destellaban como si de un tesoro se tratara, creo que su luz se reflejó en mis ojos y mi mente comenzó a trabajar.
-        ¿Y eso? –Me preguntó mi madre. - ¿Qué piensas de todo el asunto?
-        No lo sé mamá, pero de momento me voy a El Corte Inglés.



Dedicado a Lali por su cumpleaños, que disfrutes y cumplas muchos más.




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jueves, 23 de enero de 2014

Detective por sorpresa

I

Desde que falleció mi padre tomé por costumbre visitar a mi madre todas las semanas, bueno, tampoco es del cierto todo, al principio si fue así, pero según pasaron los meses y los años, mi molicie hizo que la mayoría de las veces  mi madre se tuviera que conformar con una llamada telefónica e incluso algunas semanas era ella la que terminaba por llamarme al comprobar que esa semana lo había olvidado.
Como una de tantas semanas, al descolgar el teléfono comprobé que era ella.
-        ¿Cuándo vas a venir?
-        Vaya, mamá, es que ando algo liado.
-        Pásate el sábado por la tarde, es que hay visitas que quieren verte.
-        ¿?
-        Mira te cuento, pero no te enfades, si no estás conforme les dices que no y ya está, sin compromiso.
-        Huy, qué mal me suena ¿en qué lío me has metido?
-        No te preocupes, mira es el asunto de Paco y Elvira, vienen del pueblo expresamente a verte.
El pueblo, aclararé, es un pueblecito de la sierra de Madrid donde mis padres hicieron una casa en lo que antes era un huerto y a donde mis hermanos y yo solemos ir cada vez menos, exclusivamente algunos periodos en el verano. Mi madre se crió allí y Paco y Elvira eran dos de sus amigos de la infancia residentes allí.
-        ¿Y qué tengo que ver yo con su asunto? –Pregunté algo amoscado.
-        Bueno, es que te quieren proponer que investigues tú el caso, pero sin ningún compromiso de tu parte.
-        Pe, Pero – interrumpí a mi madre - ¿Os habéis creído que soy Sherlock Holmes?
-        Vamos a ver, serénate, no te exigen nada, solo que lo veas un poco, ellos se fían de ti, y no tienen a quien recurrir, la policía ya no les da esperanza alguna y ya no confían en nadie.
-        Pero mamá, para eso están los detectives privados y yo no lo soy ¿quién les ha metido esa idea en la cabeza?
-        La culpa es mía, sabes que todo el pueblo se enteró por mi boca de que habías escrito una novela de intriga.
-        Sí, creo que es lo mismo, eso no me capacita para que en la vida real sea capaz de encontrar a una chica que desapareció hace… ¿seis meses?
-        Si es que están desesperados.
-        Ya me lo has dicho, pero eso a mí me deja en una hermosa situación ¿quién soy yo para meter las narices en ese asunto? Donde la policía no triunfó ¿crees que yo lo haré?
-        Tú haz lo que puedas, ellos no te exigen resultados, solo que lo intentes.
-        Desde luego, me metes en cada lío…
-        Venga, anda, lo mismo esto te da para otra novela.
-        Qué graciosa.
-        Anda, nos vemos el sábado por la tarde.
Nunca imaginé que mi madre sería capaz de meterme en semejante embolado, pero claro, nunca subestimes la capacidad de sobrevalorarte de una madre. Efectivamente, había escrito una novela de intriga que había auto publicado y cuya esperanza en ser publicada a lo grande, discurría por el camino de ganar algún certamen, la había presentado en un par de editoriales y solo recibí la típica carta de agradecimiento, en la que me indicaban con buenas palabras, que mi novela era lo bastante buena para encender la chimenea de la casa de mi madre en la sierra.
Por el prurito de verla impresa, la auto publiqué en una web de internet que se dedicaba a este menester, compré algunos ejemplares, uno para mí, para ponerla en la estantería de mis libros de cabecera junto a Cien años de soledad.
Empecé a darle vueltas al asunto, no sabía si mi madre me había metido en un pozo de difícil salida, no es lo mismo inventarse un crimen, un criminal y alguien que sea capaz de desenredar la madeja que le lleve a descubrir al asesino, que partiendo de cero, en cuanto a experiencia real, descubrir dónde se andaba la muchacha en cuestión.
Me apenó mucho cuando me enteré del problema surgido a Paco y Elvira, a ellos los conocía desde pequeño, el pueblo por aquél entonces era los suficientemente pequeño para que todos los que allí residíamos de manera más o menos continua, antes de que la fiebre por tener una segunda residencia en la sierra, hiciera desaparecer de sus calles, huertos y pajares transformados en chalets de todo tipo, sin guardar la apariencia pueblerina perdida ya para siempre.
Pues bien, Paco y Elvira, eran de los supervivientes de la emigración a la ciudad de los años sesenta, como otros pocos, el miedo a lo desconocido o sencillamente porque mantenían suficientes tierras y heredades para poder continuar con su vida de siempre. Se habían casado a una edad ya tardía, lo que nunca me expliqué pues se conocían desde siempre y consiguieron traer a este mundo un retoño que pudiera heredar todo lo que ellos habían conseguido mantener e incluso acrecentar.
Ana nació no solamente cuando sus padres peinaban canas, sino cuando la información de lo que ocurría al otro lado del valle indicaba que existía un mundo lleno de posibilidades, el cierre de la escuela del pueblo por falta de alumnos, hizo que todos los vástagos de los pueblos de la sierra, fueron educados en un instituto de nueva planta, por lo que salir fuera del valle ya no era una aventura, esta aventura continuó cuando Ana pudo formarse universitariamente, lo que solamente podía llevarla a Madrid. Paco y Elvira, orgullosos, no tuvieron reparos en darla todas las comodidades y ayuda en sus estudios, la pagaron una plaza en una residencia de estudiantes, así como la matrícula más dinero de bolsillo.
Un día, cuando Ana cursaba el segundo año de carrera, recibieron una llamada de la residencia, Ana llevaba una semana sin aparecer por allí, no la había visto nadie ni para comer ni para dormir, sus cosas seguían en la habitación si moverse.
 Mucha zozobra les causó la noticia, los padres presurosos acudieron allí, hablaron con el director y aconsejados por él, pusieron la correspondiente denuncia en comisaría. Y desde entonces nada, el vacío más absoluto, ninguna noticia en ningún sentido, la policía interrogó a compañeros y amistades y nadie sabía nada de ella, todo parecía conducir a un callejón sin salida por la falta absoluta de pistas sobre su paradero.
Al principio hubo el típico revuelo informativo, pero la falta de noticias hizo que los medios que se habían hecho eco, simplemente cesaran en el tema, si no hay nada que informar, sencillamente no interesa.
Y allí me encontraba yo, sin ninguna experiencia sobre cómo llevar una investigación así y el más que previsible encargo de unos atribulados padres.



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sábado, 11 de enero de 2014

Vida de Luci 2

..//.. El último verano que estuvimos en Villalgordo fue en 1959 y todo seguía igual que siempre, pero Tirso se constipó, y parecía un constipado sin importancia, pero desde el verano le daban muchos calambres en las piernas y ponía los pies en el suelo buscando el frescor pues era la mejor manera de que se le pasara, pero cada vez le pasaba más a menudo por lo que fuimos al médico que lo teníamos en Modesto Lafuente, el médico no le dio mucha importancia, pero le mandó una analítica y una radiografía.
Tirso tampoco le daba importancia pues comentaba que de joven, cuando jugaba al futbol, también le daban calambres. A los ocho días fuimos a recoger los resultados, íbamos tranquilos pues seguía trabajando y no se cansaba, pero nos llevamos una sorpresa, la radiografía no dio nada en el pecho, pero la analítica indicaba que tenía anemia, por lo que le dio la baja y le mandó hierro y otras pastillas y que comiera lo mejor que pudiera, con eso sería suficiente.
Volvimos desilusionados, pero como no le dio mucha importancia, empezó a cuidarse, reposar y comer algo más de carne, pescado y fruta para que se repusiera pronto. A los quince días regresamos a la consulta médica, pues en vez de mejorar, se encontraba más pálido y cansado, por lo que el médico le mandó otro tratamiento. Así pasaban los meses unas veces mejor y otras más desganado, pero como el tratamiento de la anemia suele ser lento, seguíamos haciendo caso a lo que nos decía el médico.
Un día hablando con unos amigos, nos comentaron que debería verlo otro médico para ver si coincidían en el diagnóstico, nos señalaron que en la calle Malasaña en el segundo piso había un médico de pago y que era muy bueno, por  lo que no nos lo pensamos y fuimos a verlo, allí le hizo un chequeo muy completo. Con este médico estuvimos mucho tiempo pues con el tratamiento que nos dio parecía mejorar, eso sí, las medicinas teníamos que ir a que las recetara la seguridad social pues eran caras.
A pesar de todo, seguía teniendo días que yo le notaba triste, muchas tardes siquiera quería salir, por lo que pasamos unas navidades tristes, incluso el veintidós de diciembre que era su cumpleaños, no quiso comer. Por lo que volvimos a pedir hora para ver al médico y le volvió a hacer análisis de sangre y orina, cuando tuvo los resultados, me llamó y me dijo que fuera sola, que no hacía falta que fuera él. A mí me entró un temblor por todo el cuerpo pensando en qué me diría. Cuando llegué, me mandó sentar y me dijo que lo que tenía era grave, pues tenía una esclerosis renal y no tenía solución, pues lo más que podía durar sería cuatro o cinco meses.
Yo me desmayé, pues le dije a gritos que no podía ser que era muy joven y que debía de haber algo para sanarlo. Fue tanta mi desesperación que no sabía cómo volver a casa, allí estaban padre e hijo esperándome y mi hijo todavía no había cumplido tres años. Estuve paseando un poco antes de llegar a casa para que no se me notara nada, me tocaba lo peor, todo el día disimulando para que él no supiera nada, pues aún hacíamos planes para el futuro.
El día diecinueve de enero nació Antoñito, el hijo de Carmen, íbamos a ir a verle al hospital de la calle O’Donnell y Tirso me dijo que se iba a echar la siesta y que se quedaba en casa con el niño, hice de tripas corazón y me fui a conocer al niño. Aproveché para darle la mala noticia a mi hermana Carmen y a mi hermana Julia que estaba también allí, se llevaron un gran disgusto pues lo apreciaban mucho.
Escribí a la abuela Manuela y a mis padres para que supieran lo que pasaba, pero estaban lejos y no tuve ayuda de nadie, pero a pesar de tener solo veinticuatro años y no haber visto una desgracia tan grande, hice todo lo que pude, incluso le contaba chistes y cuando en la radio sonaba una canción, sobre todo “Ansiedad, de tenerte en mis brazos y en la boca volverte a besar. ..//.. Tal vez esté llorando mis pensamientos. ..//.. Y hasta tu oído llegue la melodía salvaje y el eco de la pena de estar sin ti. ..//.. Ansiedad, de tenerte en mis brazos y en la boca volverte a besar.
Era una canción lenta pero tiene mucho sentimiento, a lo peor presentía lo que iba a pasar, si hubiera sido así, lo disimuló muy bien, nunca dijo nada, siempre estaba dispuesto a complacerme.
Tirso conocía muy bien a su familia y me dijo que todo el dinero que me prestaban lo apuntara, porque cuando él trabajara se lo devolveríamos, pero esto tampoco se pudo cumplir, pues cada día se iba deteriorando, la orina se le mezclaba con la sangre y eso fue su final. El 14 de junio de 1960 a las cinco de la tarde, nos dejó para siempre.


Me insiste mi amiga Esileviana que ponga algún otro retazo de la vida de mi tía y viniendo de ella, tengo el agrado de complacerla, si el anterior fue una anécdota jocosa, este supone un mal trago, casi el peor, para una mujer enamorada y con solo veinticuatro años. Nunca supe el porqué de mi padrinazgo por parte de mi tío Tirso a quien obviamente nunca conocí, transcribiendo sus memorias es cuando conozco y estimo en lo que vale tal hecho.
Transcribiendo las citadas memorias, me doy cuenta de que mi tía en vez de saber solo las cuatro reglas, hubiera podido acceder a una educación mucho más completa, de haberlo querido hubiera sido una buena escritora, de haber nacido en otra época y otra circunstancia, quizás hasta hubiera sido una excelente bloguera. ¿Quién sabe?
Lo que está claro es que cuando iba escribiendo el relato desgarrado de su desdicha, no tuve por menos, que de vez en cuando enjugar un asomo de lágrima.


Fotografía de mi bautismo, mi tío Tirso es el de la izquierda, quien me sostiene es mi abuela Matilde, recientemente fallecida y en el centro sujetando a mi primo, mi querida tía Luci

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