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jueves, 24 de marzo de 2011

Memorias encontradas bajo una lapida

Creo en fantasmas, no tengo más remedio, soy uno de ellos, huyo de las luces y me refugio en las sombras, odio la luz del sol y todo lo que pueda ser alegre, rechazo el calor y adoro el frío y la humedad, ese es mi ambiente.

Siempre, siempre empiezo a andar con el pie derecho, en los semáforos y en el metro, será por eso que no me han atropellado nunca, hay que usar todas las armas a nuestro alcance, en los peores días de mi vida me levanté con el pie izquierdo, se me cayó la sal, pasé por debajo de una escalera y rompí un espejo, ese es el castigo que nos mandan de arriba por nuestra osadía, comí de la manzana del jardín del bien y del mal, vedada a los de mi especie, más no recuerdo si fue Eva o la sierpe el que me sedujo, seguro que soy inocente en mi original pecado.

¿Qué puedo decir de mí? Pues subo por la calle camino de casa y siempre me la encuentro, enorme, ocupando la calle, insolente, bullidora, no me deja tranquilo, me habla y la escucho, asiento una y mil veces, rezo para que se calle, pero ella es inmune a cualquier espíritu que me quiera ayudar, durante siglos me tortura con su charla, seguro que esta noche no podré dormir.

El pecho me oprime y los ojos me pican, quiero llorar, pero se que no debo hacerlo, a lo mejor lo que quiero es descansar, recuerdo a cierta persona y es peor ¿En qué momento la línea de mi vida tomó por una bifurcación equivocada? Nunca lo sabré, es imposible volver atrás, por lo menos ahora, con la crisis emocional nada es factible, camino un paso tras otro y no llego a ninguna parte, cuanto menos volver atrás. Déjalo – Me digo y bajo los ojos al suelo en busca de alguna explicación.

Recuerdos, recuerdos, sólo me quedan recuerdos, ya no me quedan ilusiones ni esperanzas, ya todos mis tallos crecieron ¿Qué me queda por esperar? Nacer, crecer, multiplicarse, morir, pocas etapas por quemar, la meta está próxima.

Y al final, ¿Qué es lo que nos queda? Sólo mirar atrás

martes, 6 de julio de 2010

Las siete

Las siete, suena el despertador y me levanto como todos los días, llorando, lloro en silencio, no quiero que ella se despierte y se siente tan mal como me siento yo, si me ve llorar sufrirá y con uno que pase el mal trago es suficiente.

Cojo mis ropas y me voy al comedor a vestirme, de inmediato voy al baño a lavarme la cara, a desleír mis lágrimas con el agua del grifo, me miro en el espejo y veo a un pobre hombre al que últimamente todo le sale mal, parece que el mundo lucha contra él y generalmente sale malherido de todas las batallas; apenas desayuno pues un nudo me atenaza el estómago, un regusto a bilis en la boca hace que sienta la amargura de un modo físico.

Camino por la calle, atravieso un paso de peatones y ruego que algún conductor despistado me lleve por delante, todo menos llegar a mi destino, a llegar a la monotonía, al sufrimiento, solo de pensarlo empiezo a llorar de nuevo, esta vez no lo disimulo, verdaderos lagrimones se desparraman por mi cara, no doy abasto a retirarlos con mis puños, ¿porqué no me rindo? todo sería mas fácil, seguir varios consejos que me lo proponen, pero no soy de los que siguen los consejos, ni de los que toman el camino fácil, no pienso tirar la toalla, no me rendiré.

Estoy llegando, no me apresuro, miro el reloj, ni un minuto más estaré allí, hasta las ocho no pienso llegar, me miro en un escaparate para reparar los estragos de la penúltima batalla, estoy llegando, a través del cristal le veo, como siempre, ladino, inquieto y sobre todo torturador, me mira y no me dice nada, ya no me chilla, sabe que no lo consiento, porque en el fondo sabe que está perdiendo la partida y eso es lo único que me da vida y me evita tirar la toalla.

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