lunes, 12 de marzo de 2012

La bombilla roja


Cuando los hombres se ponen a conversar sobre la mili, las mujeres hacemos oídos sordos, siempre las misma historia repetida una y mil veces ad nauseam, pueden cambiar los contertulios, pero las historias de los hombres de caqui son idénticas, puede parecer raro que sea yo, Lola, quien lleve el hilo de esta historia, pero el Búho Bizco estaba en aquellos momentos en pleno arrebatador debate sobre quien había sufrido más y mejor en la mili.

-          Pues yo en Cerro Muriano hacía marchas de ciento cincuenta kilómetros con una mochila de ochenta kilos de peso, pues el capullo del sargento mayor me tenía manía – Exponía Jota.

-          En España sois unas pobres bailarinas en comparación con el tratamiento que nos daba el antiguo régimen maoísta de mi país – Alegaba Goran – A mí me hicieron ir andando hasta Pekín, con un cañón al hombro ¡Y descalzo!

-          ¿Y tú inspector? Seguro que la hiciste enchufado en oficinas, o en la PM

-          Tienes razón, la hice en la PM, la plana mayor, como conductor y ahora que hace poco que pasó el aniversario del 23-F, algún día la democracia tendrá  que agradecerme lo que hice por ella y que se mantenga en España.


Pues sí, (soy Lola de nuevo) lo que todos temíamos sucedió, el inspector tomó las riendas de la conversación y apurando el güisqui que tenía frente a él, se puso a hablar.



Madrid, Congreso de los Diputados, 23 de Febrero de 1981, 18,22 horas

Teniente Coronel Tejero dirigiéndose a los diputados:


-          Esperaremos pues a la “autoridad competente” que será la que tenga que determinar lo que tenga que ser.



Acuartelamiento de E.G. Plana Mayor del Regimiento, barracón dormitorio de la tropa, 18,30 horas

-          ¡Hontanares! Tres a grande, cuatro a chica y cinco a pares.

Ya eran míos, los tenía entre la espada y la pared, si no aceptaban los envites nos saldríamos de puntos, y si osaban echar un órdago, también les ganaríamos, mi compañero de partida y de servicio, Estevez, me acababa de pasar la seña de tres ases, sumados a mis tres reyes la partida era nuestra, el fin de semana nos libraríamos del servicio y serían ellos los que estarían pringados. Pero no contaba yo con mi perra suerte, por los altavoces de la cantina se oyó la maldita voz metálica que nos chafaban todos los planes.

-          Conductor y escolta de servicio, acudan al Cuerpo de Guardia.

-          ¡Salvados por la campana! – Gritaron al unísono nuestros rivales.

Salimos disparados hacia el Seat 131 que teníamos asignado en cocheras, mascullando nuestra venganza y echando pestes del maldito mando militar que a esa hora requería de nuestro servicio. En la puerta del cuerpo de guardia, de pié, nos aguardaba el general G. se le notaba impaciente mirando el reloj mientras nos acercábamos.

-          A Madrid, al Congreso de los Diputados.

-          ¡A la orden de vuecencia!

Me lo imaginaba, esta noche comeremos la cena fría, no nos iba a dar tiempo de volver a tiempo, ser conductor, a veces no era ningún chollo.

Enfilamos la carretera a Madrid, en aquella hora atestada de vehículos en plena hora punta de trabajadores de regreso a sus domicilios, este hecho le puso aun más nervioso al general, incesantes sus miradas hacia el reloj de pulsera.

-          ¿No hay manera de atajar? Tengo mucha prisa.

-          Mi general, a quinientos metros está el desvío de la carretera de El Pardo, está algo bacheada, pero nos ponemos en Puerta de Hierro en un instante.

-          Pues venga, no te lo pienses.

No era mi camino favorito, una carretera estrecha y casi sin señalizar, con un asfalto añoso con bastantes baches y remiendos, pero sobre todo por todo esto, muy solitaria, también tenías que tener mucho cuidado con los ciervos que campaban por el monte y que te podías encontrar al final de una curva. Con todo esto, lo peor que puede pasar, pasará.

El motor comenzó a ratear y a perder potencia, hasta que al final se paró, con la inercia que conservaba, detuve el coche fuera de la carretera entre dos chaparros y le dije al general:

-          Lo siento mi general, pero tenemos avería.

-          ¡Vaya por Dios! ¡Y con la prisa que tengo! ¿Ahora qué hacemos?

-          No se apure mi general, a pocos kilómetros está el pueblo de El Pardo y desde allí telefonearé al regimiento para que nos manden el coche de respeto.


-          ¡Pues venga apúrense!



Madrid, Congreso de los Diputados, 23 de Febrero de 1981, 21,05 horas

-          Tejero ¿Cómo va todo? ¿Ha llegado ya el elefante blanco?

-          ¡Qué va! Por aquí aún no ha llegado nadie, estoy harto, esta situación es difícil de sostener.

-          No te preocupes, ya sabes que yo no flaqueo, tengo Valencia controlada con los tanques en la calle, esto está hecho, ten un poco de paciencia.


-          ¡A sus ordenes mi general!



Barrio de El Pardo (Madrid), 21,15 horas

-          Mira, macho, una casa por fin.

-          Déjate de coñas, eso es un puticlub ¿Acaso no ves que hay una bombilla roja encima de la puerta?

-          ¡Ostras! ¿Y ahora qué hacemos?

-          Pues pasar, so panoli.

Así lo hicimos, abrimos la recia puerta de madera y entramos en un mundo desconocido por lo menos para mi, supongo que también para Estevez, pues parecía tan pardillo como yo en estos asuntos. Luego, y solo por motivos profesionales, que conste, me introduje en cientos de umbrales parecidos a este. Una luz tenue alumbraba el interior, donde en una larga barra enfrentada a varios taburetes y sentados en ellos varias señoritas fumaban mientras meneaban la cabeza al compás de la música que un juke-box escupía disonante “Lady Laura” de Roberto Carlos. Al vernos entrar, una conmoción sacudió el lugar, todas y cada una se relamieron, no sé si para resaltar el rouge de labios o pensando en la presa que se les avecinaba. La más cercana a la puerta aprovechó la cercanía a nosotros para espetarnos:

-          Hola guapos ¿Venís a desfilar? Cuando queráis nos ponemos firmes.

-          Buenas noches señora, hemos tenido una avería, necesitaríamos un teléfono para hacer una llamada.

-          Acompáñame, la cabina la tengo arriba.

Me cogió de la mano y me hizo acompañarla escaleras arriba, a mi me extrañaba todo mucho, pero no tenía mucho mundo por entonces y pensaba que todo era normal, aunque me extrañó cuando de un armario del pasillo ella recogió una toalla, abrió entonces una puerta y me hizo entrar en una habitación en la que a primera vista no encontré ningún teléfono.




Madrid, Congreso de los Diputados, 23 de Febrero de 1981, 23,17 horas

-          ¿Pero esto qué es? Todo se ha ido al carajo.

-          Seguro que es una traición, a mí el general G. me juró que se iba a poner al frente de todo el operativo.

-          Pues ya lo has visto, al final se ha echado para atrás el muy cobarde.


-          Se acabó, a ver que hacemos ahora



-          En fin, así gracias a mi persona, la democracia salió triunfante, pero ¿Creéis que alguien me recompensó? Al contrario, me gané un mes de calabozo y unas purgaciones.

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