martes, 24 de enero de 2012

Paradoja


Al accionar el interruptor de la luz y verme puso la cara de sorpresa que esperaba encontrar, es lógico, encontrar a un desconocido dentro de tu casa apuntándote con un arma te tiene que causar esa reacción, la otra fue preguntarme:
-    ¿Qué hace usted aquí?
Me regodeé con la situación antes de contestarle, sabía que cuando comenzara a hablar, su sorpresa y extrañeza serían mayores, tenía memorizado el discurso que le iba a endilgar, pero aun así un ligero temblor me recorría la espina dorsal.
-    Vengo del futuro.
Una sombra de duda le cruzó la mente, le vi torcer el gesto y poner cara de extrañeza, era lógico ¿a quién no le pasaría lo mismo?
-    Si, no me mires así, es difícil de creer, dentro de unos años será posible, pero claro, con limitaciones, solo se permitirán para estudiar ciertos años y a muy poca gente, por eso de evitar cambiar la historia y no provocar paradojas.
-    ¿Entonces… que hace aquí?
-    Te comentaré, según la línea del tiempo, mañana vas a conocer a una mujer, os gustaréis desde el primer momento, tanto que en apenas un año os casaréis.
-    ¿Y qué tiene eso que ver contigo?
-    Tiene que ver que soy un cobarde y un pusilánime, mi vida ha sido siempre un infierno, no me extenderé mucho, apenas queda tiempo, no valgo para suicidarme, mi miedo al dolor me impide intentarlo ¿Y si algo sale mal? No puedo imaginar siquiera errar en el intento, sufrir, ya lo he hecho durante todos los años de mi vida y quiero abandonarla en paz, sin dolor.
-    Pero yo no tengo que ver en nada de eso.
-    Más de lo que te imaginas, en apenas dos años provocarás todo lo malo que me ha sucedido en la vida, lo siento, pero eres el único responsable de todo lo que me va a acontecer al conocer mañana a mi madre.
-    Entonces… ¿Soy tu padre?
-    Efectivamente.
-    ¿Y a qué viene entonces lo de apuntarme con un arma?
-    Ya te he dicho que soy un cobarde que no aguanta el dolor y voy a aprovecharme de la paradoja espacio-tiempo, si yo te mato, nunca habré existido, sufrimiento para mí: cero.



martes, 17 de enero de 2012

La abadía

Como una jauría, si, eso mismo le parecían sus perseguidores, una jauría desbocada persiguiendo a una liebre, lástima que la liebre fuera él, siquiera el haberse introducido en el fragoso bosque le había dado la ventaja que anhelaba, no había servido esta vez para despistar a sus enemigos, esta vez debían de ser expertos en estas lides, además de contar con excelentes sabuesos, a los que con sus tretas no había sido capaz de despistar, lo había intentado todo, desde circular un largo trecho dentro de un arroyo, hasta volver sobre sus propios pasos varias veces, de manera desesperada jugó su última carta rebozándose las calzas con excrementos de vaca, pero no logró distraer un instante el olfato de los perros.
La fatiga se iba apoderando de él, llevaba casi todo el día corriendo a pié desde que en un mal salto había perdido a su caballo, una pata fracturada en el pero momento, se entretuvo lo justo para poner fin a su sufrimiento, si bien no le importaba el sufrimiento de sus congéneres, incluso a veces disfrutaba infringiéndolo, era incapaz de ver como un noble animal sufría, lo degolló con un experto tajo y allí mismo dejó las alforjas con su botín, pensando que quizás sirviera para detener la persecución, lo que no había logrado a su pesar.
Se encontraba en lo más intrincado del bosque, por cierto un bosque que apenas recordaba, por lo que desconocía cualquier sendero o atajadero que le diera cierta ventaja, iba cada vez más a ciegas pues ciertamente la noche se iba abatiendo sobre todos, varias veces estuvo a punto de caer en precipicios que se asomaban a negras aguas turbulentas entre riscos, las más veces las ramas de los árboles le herían en cara y manos entorpeciéndole su huída y llenándole el cuerpo de arañazos que iban dejando su cuota en sangre.
Un cuarto de luna salió de pronto entre las nubes mostrándole más adelante la sombría forma de un edificio de piedra en lo alto de un otero, no se lo pensó dos veces y hacia allí dirigió sus pasos, una vivienda significaba un lugar de cierto cobijo, descanso o donde alimentarse y si la suerte acompañaba, donde conseguir un caballo para facilitar su huída.
Una alta valla de piedra le guió hacia la entrada del recinto, allí se aclaró su rostro con una sonrisa, ¡estaba salvado! Recorrió los pocos metros hasta la abadía, justo a tiempo, pues casi podía sentir el aliento de sus perseguidores, golpeó con todas las fuerzas que le quedaban en la puerta y una suave voz le contestó:
-    ¿Quién vive?
-    Mi nombre es Luis de la Peña y reclamo mi derecho de acogerme a sagrado.
-    Pasad pues, voy a buscar al padre prior, para ver que es lo que gusta de disponer.
Me introduje suspirando de alivio dentro del cenobio dejándome caer derrumbado en un poyo junto a la puerta, no podía creer en mi buena suerte, acababa de dejar con un palmo de narices a mis perseguidores, esta noche podría descansar y yantar y más adelante en un descuido de los guardianes que a buen seguro pondrían fuera de los muros de la abadía, escaparía de allí seguramente lleno el zurrón de alguna reliquia o del copón de oro de la sacristía, algo para poder resarcirme de la pérdida del botín que atrajo tras de mí a la jauría.
-    Por favor, descalzaos y seguidme
El fraile portero apareció de repente delante de mí sin darme cuenta de su llegada, seguramente al estar cavilando no me di cuenta  de su aparición ni por donde había llegado.
-    ¿Por qué he de quitarme las calzas?
-    Estáis pisando sobre suelo bendecido por nuestro fundador.
-    Por favor, coge esa cruz y sígueme.
-    Pero, ¿por qué?
-    Sígueme, por favor, todo a su tiempo.
Vaya, no sabía si era costumbre allí, así que recogí un pesado madero en forma de cruz y me lo encimé sobre el hombro, siguiendo al curioso personaje a través de una galería porticada, esta salía al claustro, donde encontré más monjes, cada uno de ellos portando también una cruz, por lo que me uní a ellos caminando por las pandas, no sé por qué, pero una pesadez se fue apoderando de mi ser, era incapaz de pensar con claridad, mis sentidos se iban embotando, mi vista nublada apenas me permitía vislumbrar la espalda del monje que me precedía, solo era capaz de andar cargando con el pesado madero, un paso, después otro, otro más, así una hora tras otra, un día tras otro, un mes tras otro, un año tras otro, siglo a siglo, eón a eón, dando vueltas sin parar subido a este loco carrusel del que soy incapaz de apearme, con un dolor infinito de huesos y articulaciones, no sé dónde está el alma, pero seguro que también me duele, mi pies descalzos acuchillados por el sempiterno frío que transmiten las baldosas, incapaces de sangrar a pesar del rozamiento, puede que sea porque ya me he convertido en un espectro y los espectros no sangran, solo penan.




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-    ¡Maese Lope! Fijaos, el rastro se pierde aquí, justo en las ruinas de la vieja abadía.
-    ¡Rodeadla, no puede andar muy lejos!
-    Pero maese, los perros han perdido su rastro, parece como si se hubiese volatilizado.
-    ¡Maldita sea, no puede quedar sin castigo ese bellaco!
-    ¡Chitón! Me parece oír algo.
-    Es cierto, un lejano rumor se oye… parece un madero arrastrándose.
-    ¡Bah! No es posible, prosigamos la búsqueda por aquella vereda.




sábado, 7 de enero de 2012

Kirk of Saint Nicholas


Miró por enésima vez su reloj, apenas era capaz de ver la esfera, maldijo no haberse comprado como le dijeron varias veces, un reloj electrónico, así a pesar de los vapores etílicos que le nublaban la vista, sería capaz de saber con exactitud la hora exacta.

Nunca le había dado los muertos ni su proximidad, y menos fallecidos hace tanto tiempo, creía recordar que el último enterramiento databa de mil ochocientos y pico, pero aun así no era un lugar para pasar un par de horas, con esta humedad y este silencio ¡y todo por una estúpida apuesta! Creía recordar que era hasta las tres de la madrugada, debía permanecer allí sin más compañía que un montón de lápidas y algunas cruces celtas a su alrededor, todas recubiertas de una pátina verde de tantos años cayendo la lluvia inmisericorde de Escocia. Afortunadamente ahora sólo caía una suave niebla húmeda que apenas servía para mojarle la cara y que debía restañar frotándose los ojos de vez en cuando, apenas una tenue luz se escapaba ya de la luz del reloj de la abadía de St. Nicholas, el resto era una oscuridad que tremolaba a su alrededor movida por un ligero céfiro moviendo la niebla.

Las baldosas que pisaba estaban desniveladas por el paso del tiempo y de tanta gente como las había hollado, se dispuso a caminar para desentumecer los músculos de unas piernas que le temblaban por el exceso de güisqui de la tarde pasada con sus amigos, creía recordar que un poco más adelante había un recio banco de madera, allí se apoyaría e incluso si no estaba muy mojado podría tumbarse, de pronto, algo le sujetó el pie, unas garras salidas del mismo infierno se aferraban a su tobillo, intentó desembarazarse de ellas pero fue incapaz de lograrlo, al contrario, otras manos huesudas, descarnadas le comenzaron a sujetar de la manga del abrigo, con la mano izquierda luchó por zafarse de ese abrazo, pero solo consiguió sentir dolor, mucho dolor, algo pegajoso le corría por los dedos, espantado observó que era sangre, su propia sangre que se escapaba de varios surcos de la palma de su mano, ahogó una maldición mientras que con todas las fuerzas que fue capaz de reunir tiró de si mismo en un esfuerzo brutal, por fin consiguió escapar de aquel abrazo mortal, tambaleándose por la inercia, no se dio cuenta que cayó dentro de una fosa recién levantada por las autoridades esa misma mañana para restaurar la lápida, tampoco se dio cuenta que aquel extraño ruido era el de su cuello al romperse.





























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