domingo, 12 de febrero de 2012

Elemental


Lo primero que pensé cuando entré en aquella habitación, fue la extrañeza de que en un cuerpo humano cupiera tanta sangre, había un enorme charco de sangre, desproporcionado, desbordante, atroz, nada parecido había visto en mi vida, una vida dedicada a ver cuerpos muertos de todas las maneras, unas veces la muerte había llegado más o menos voluntariamente, otras de una manera artera, con resultados las más de las veces nada agradables para la vista.
Qué extraño, recuerdo la frase sobre la sangre de la gente, la dijo mi admirado Hércules Poirot, fabuloso detective simpar nacido de la pluma de la maravillosa Agatha Christie, envidia de la pluma del que me sustenta; lo que no recuerdo era el caso y la novela donde se pronuncia esta frase, quizás pudiera sacar alguna ayuda que me sirviera para resolver el caso que principiaba.
A mi espalda, el incombustible Bernal a duras penas lograba sujetar su bolo alimenticio entre las arcadas que le venían.
-    Si vas a vomitar hazlo en la calle, recuerda que estas dentro del escenario de un crimen.
Asintió con la mano cerrando la boca y salió con premura de la habitación dejándome solo con el finado. Ante mí, boca arriba o decúbito supino, como se diría finamente o en lenguaje forense, la camisa otrora blanca, estaba completamente empapada de sangre, el rojo es muy escandaloso, que decían nuestras abuelas; los ojos abiertos saliéndose de las órbitas y la boca torcida en un rictus de dolor, sorpresa y desesperación. Era, el finado, una persona ya mayor, alrededor de los sesenta, solamente le cubría la cabeza algunos cabellos grises sobre las sienes, regordete y no muy alto, alrededor de metro sesenta, si tuviera un fino bigote, podría ser realmente parecido a Franco con su edad.
Mal no le fue en vida, me encontraba en un hermoso chalet en la Piovera, con jardín, piscina y pista de pádel, dos alturas más garaje, donde asomaban el morro un par de Mercedes, y casa detrás para el servicio.
-    ¿Tenemos ya los datos del occiso?
Un Bernal de rostro amarillento causado por la bilis que acababa de soltar me contestó:
-    Facundo Peribañez, industrial del ramo de la construcción, 62 años, casado con Puri Ridruejo, dos hijos (estos se encuentran ahora en el extranjero, el mayor un varón de veinticinco años está en Saint Moritz esquiando y la hija, veintidós, en San Francisco, no he logrado averiguar para qué está allí); no constan enemigos conocidos, al parecer el móvil no ha sido el robo, pues la caja fuerte está cerrada y no falta nada del interior, la mujer se encontraba durmiendo en su habitación (pues lo hacen en dormitorios separados) y no oyó ni sintió nada pues toma píldoras para dormir.
-    Muy bien chaval, por una vez te estás ganando los garbanzos, tu sigue cerca de mí y algún día volverás a ser inspector sin necesidad de que te enchufen de nuevo tus oscuros amiguetes. ¿Qué hay del servicio?
-    Un mundo, tienen mayordomo, dos doncellas, cocinera, jardinero-chofer, amén de eventuales guardias de seguridad, camareros, costureras y limpiadoras según se van necesitando. Pero se alojan en el otro pabellón por lo que nadie oyó nada, están todos temblorosos pensando en su futuro; y es que con la crisis que está cayendo…
-    Muy bien, pasemos a ver a la desconsolada viuda
-    En el salón de té la tiene usted.
Si el finado era talmente Paco, la ya enlutada (qué rapidez en cambiar el atrezzo) viuda, era la Collares sin duda alguna, una serpiente nacarada daba mil vueltas sobre su arrugado cuello. Me miró altiva con esa soberbia y altivez, que solo los ricos de solemnidad saben poner delante de alguien a quien consideran poco menos que un gusano.
-    La acompaño en el sentimiento señora de Peribañez, estoy aquí para llegar al fondo del asunto y encontrar al criminal, permítame unas preguntas.
-    Como usted diga, pero por favor sea breve, imagínese mi estado, además debo hacerme cargo de las exequias.
-    No se preocupe, su marido de usted ¿tenía algún enemigo reconocido?
-    ¿Facundo? Quite usted, era un trozo de pan, todo el mundo lo apreciaba de veras, nada más que tenía amigos en todas partes, pregunte usted, la casa siempre estaba llena de gente que venía a saludarle, banqueros, políticos, empresarios, marqueses, fíjese, hasta obreros venían y él les atendía como amigos, hasta les daba la mano, esto ha sido cosa de los anarquistas, ¡Dios mío! Como en el 36 ¿Dónde vamos a ir a parar?
-    Ya, ya veo, en fin, no la molesto más, a sus pies señora de Peribañez.
Me alejé de su presencia haciéndola una media reverencia y es que tal y como están las cosas, esta buena mujer tiene mucho poder al otro lado del hilo telefónico, los Peribañez están emparentados aunque lejanamente con G… flamante nuevo ministro, recién recuperado mi cargo y mi dignidad, había que ir con pies de plomo y sin pisar callos ajenos.
-    Inspector, el comisario Guillén ha llamado, dice que vaya pitando para Jefatura.
-    Muy bien, mira, cógeme al mayordomo y te lo llevas a comisaría y me lo aplicas el tercer grado, a ver qué sacamos.
De camino a Jefatura iba pensando en todos estos oscuros meses que habían discurrido hasta mi reposición, no había olvidado a mi archienemigo el Dtr. I. Mero, se me hacía raro sentir que nadie excepto yo supiera de su identidad y de sus oscuros planes para dominar el mundo, me sentía un poco como James Bond contra el doctor No, o como el que puso fuera de combate a Fu Manchú ¿Cómo se llamaba? Caramba, cuando llegue a casa tendré que mirarlo en la wikipedia.
El comisario Guillén era un advenedizo, de nuevo en esta era se habían puesto de moda los “cesantes” que según quien gobernara, trabajaba o no en el ministerio correspondiente a su enchufe, alguien que por afinidad política o familiar iba repartiendo cargos entre sus allegados, ¿Volverá también algún Larra a glosar sus desventuras?
-    Gracia, estamos en un lío, necesito que el crimen del industrial Peribañez se solucione a la máxima brevedad, un gran escándalo político se avecina, nuestros enemigos nos lo echarían en cara, fíjese, recién <nos> hacemos cargo del país y no somos capaces de traer la paz al reino, la ruina.
-    Me hago a la idea, comisario, no se preocupe, he puesto todos los medios a mi alcance para su resolución.
-    No es que quiera agobiarle, pero en el ministerio me indican que si no, rodarán cabezas, no se andan con chiquitas allí, imagínese, lo mismo que uno sube, pues cae de golpe.
Acompañó este movimiento con el de su palma de la mano simulando ser un avión cayendo en picado, golpeando al final las palmas de sus manos, como en una catástrofe aérea.
La entrevista no me satisfizo en absoluto, pero como los hechos eran de esta manera, decidí ir a mi lugar de meditación favorito.
-    Buenos días inspector ¿un guisquicito?
Se me acaban los adjetivos para describir al ángel que me aguardaba detrás de la barra del Búho Bizco, día tras día me la encontraba allí, bella, pizpireta y con esa sonrisa que lo iluminaba todo, lástima que la diferencia de edad entre nosotros fuera un muro infranqueable, tenía muy claro que la bella Lola (pues de ella se trataba ¿qué esperabas si no?) tiene la edad para ser mi hija, en el hipotético caso que en este hilo de la realidad y dimensión en que me hallaba, hubiera tenido alguna hija y eso me echaba para atrás, arrojándome tras el rastro siempre esquivo de la Ricchi, Margarita de nombre.
-    Me pareció oír el arrullo de un ruiseñor.
-    Nadie tan zalamero como usted.
Era perfecta, pues siempre acompañaba sus palabras con la acción, por lo que según me sentaba en el taburete, delante de mi persona se encontraba ya el ambarino liquido.
-    Óyeme Lola ¿por un casual no tendrás una hermana mayor o tu madre estará disponible para unir su vida a este pobre pecador? Pero sólo en el caso que sean tan hacendosas como tú.
-    Lo siento inspector, además de haber sido hija única, tengo el dudoso título de huérfana desde tierna edad.
-    Tú siempre serás tierna con cualquier edad.
Como en los cuentos de E.Alan Poe, siempre hay un cuervo que viene a fastidiarlo todo, en este caso fue el subinspector Bernal el que vino a interrumpir tan idílico momento.
-    Inspector, ya terminé con el mayordomo, ha cantado de plano, el comisario Guillén está hecho unas fiestas ¿cómo sabía usted que era el asesino?
-    Elemental querido Watson ¿o eso es de otra historia?
                                                                                                                                                                             
       

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