viernes, 4 de octubre de 2013

La convalecencia III


 Esta vez mi paseo se encaminó hacia la vereda del río pequeño, el que llaman de la Sauca, un río cantarino flanqueado por altos y enhiestos chopos, asaz añosos. Para cambiar de ribera cada poco trecho, unos funcionales puentes de hormigón habilitaban el paso, pero todavía no era mi caso pues no desvié mi camino.

Al final de la ancha calle donde el camino se desvía para ir a las eras, me dejé llevar por mi oído ante un trepidante martilleo, un recio edificio de piedra dejaba escapar el sonido metálico amén de una atosigante humareda que escapaba no solo por la chimenea, sino también por la puerta y las ventanas.

Junto a la fragua, pues tal era el edificio, un potro de berroqueña, aprisionaba a una vaca avileña de las que se usan como yunta para las labores del campo. Recias correas de cuero curtido seguramente en mil batallas, la sujetaban mientras tenía alzada la mano derecha, preparada ya para calzar una herradura.

Dentro de la fragua, el herrero, reconocible por su mandil de cuero, martilleaba sobre una bigornia una herradura como no había visto ninguna. En vez de la archifamosa herradura de caballo en forma de “U”, ésta se componía de dos mitades en forma de pulmón con una lengüeta que se introducía en la hendedura entre los dedos de la bestia y por el borde externo se fijaba como las otras, con clavos de cabeza cuadrada.

Al rato, levantó la mirada y apreció mi figura recortándose sobre el umbral y con voz recia me preguntó:

-         ¿Y tú de quién eres?

-         ¿Cómo dice usted? – Contesté embarullado como solía.

-         Si no eres de aquí ¿Cuál es tu gracia?

-         Pu Pues me llamo Jose Antonio, estoy alojado en casa de Fuencisla.

-         ¿La potranca?

-         No sé, a esas intimidades no hemos llegado.

Creo que le gustó mi respuesta pues una ronca sonrisa, casi un estertor escapó de su garganta, creo que tenía un espíritu bromista pues quiso seguir embromándome.

-         Entonces ¿No eres Luis?

A lo que su cliente, el dueño de la vaca a herrar, contestó:

-         ¡Qué va, no ves que es Félix el culón!

No sé de dónde salió un coro de carcajadas o si fue el eco al golpear las paredes de la fragua, el caso es que las risotadas de los dos personajes me hicieron enrojecer de vergüenza.

-         No te enfades, hombre. – Terció el herrero. – Para que no me guardes rencor te enseñaré el silbo de Julián.

-         ¿Y quién es el afamado Julián? – Pregunté algo envarado.

-         ¡Ca! Pues quien va a ser ¡un servidor! El archifamoso Julián el herrero, pregunta a quien quieras del valle por mí y te dirá: ¿el del silbo?

-         Pues nada señor Julián, deléiteme con un concierto. – Repliqué alborozado.

Entonces Julián el herrero torció el morro y de su boca surgió una mezcla de potente y musical silbido, con una pedorreta, pero era algo especial, algo nunca oído, sonoro  y canoro a la vez, Andrés Segovia no habría creado una ópera para él, pero Los Luthiers si se habrían fijado en su sonido.

-         ¿Cómo lo ves, madrileño?

-         Está muy bien, pero no espere que lo haga yo.

-         ¿Es que no te atreves?

-         No me gustaría ver mi cara mientras lo intento.- Repuse.

Y es que me fijé que había que retorcer la lengua de una manera que solo animales como los camaleones fueran capaces de realizar, para él después de una vida silbando, sería mucho más fácil de lograr sin regar los alrededores de saliva.

-         Bueno, voy a continuar con mi paseo.- Inicié la despedida.

-         Con Dios, hombre.

-         Hasta la vista.

Abandoné la fragua y al llegar a la cerca donde empezaba la dehesilla, giré a la derecha para volver a internarme en la población para volver a casa de Fuencisla. Al entrar la encontré trasteando con los cacharros de la cocina.

-         ¿Qué tal estamos hoy?

-         Muy bien Fuencisla ¿O debo llamarte “potranca”?

Una mueca de asombro mudó su rostro.

-         ¿Quién te ha dicho eso?

-         Un amigo tuyo, Julián el herrero.

De improviso dio media vuelta y la oí suspirar varias veces, mientras retorcía nerviosamente sus manos, al cabo se dio la vuelta y me habló.

-         Caramba Jose, creo que has llegado aquí para levantar de su tumba a todos los fantasmas y aparecidos del pueblo, seguro que tienes una misión aunque no sepamos cual es. Te diré que la potranca no soy yo sino mi madre y que Julián murió hace ya muchos años, luego si quieres pasamos por la fragua, o mejor dicho por el restaurante argentino que hay dentro de ella desde hace por lo menos diez años si no más, Julián andaba detrás de mi madre pero no llegaron a casarse, pues ella se fijó en mi padre, Julián quedó solo y en serio era conocido por los alrededores por el silbo que inventó, era un personaje realmente entrañable.

-         ¡Caramba! Si vi a una vaca herrar y todo.

-         Pues ni el potro queda ya, algo más arriba en la calle del río han colocado un potro, o algo que se le parece, pues nunca en ese lugar hubo fragua alguna.

-         Pero no te preocupes, no creo que sea malo que te encuentres con esta gente del pasado.

Creo que lo dijo al ver mi cara apesadumbrada, empecé a pensar en volverme a Madrid o en comprar un detector de fantasmas, afortunadamente ningún daño me hacían, pero creo que cada vez que salga de la casa de Fuencisla ¿Cómo distinguir una persona real de un fantasma?

El resto de la tarde lo pasé frente a la lumbre leyendo un viejo libro de páginas amarillentas y tapas ajadas.

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