jueves, 30 de octubre de 2014

El talismán

En otro momento quizás diría que soy un afortunado pues sé cuándo voy a morir, lo malo es que ese día es hoy y eso no es ningún privilegio.

Seguro que estaba predestinado a ello, a llegar a este punto, a tener el conocimiento de mi devenir. Todo ocurrió como por casualidad, en una de mis mañanas depresivas, siempre con las lágrimas a flor de piel, solo aliviaba mi estado de ánimo el caminar, el perderme por las calle de la gran ciudad, horas y horas caminando sin rumbo fijo. A veces ni yo mismo sabía cómo había llegado a lugares de los que desconocía su existencia en el callejero de mi ciudad y tenía que preguntar a los vecinos cómo llegar a la parada más próxima de metro o autobús para poder regresar a mi casa.

Así fue el día que comenzó todo, un día tan triste como los demás, la jornada anterior fue otra de esos terribles días en los que uno hubiera preferido quedarme en la cama y no acudir a mi trabajo. Otra vez mi jefa me tenía preparada una encerrona, cualquier nimiedad me la echaba en cara como si la empresa, una multinacional con mil trabajadores en España, fuera a caer en bancarrota por culpa mía. Esto se repetía ya desde hacía dos años, un acoso sistemático y atroz cernía sobre mí, su titulación como psicóloga lograba en todo momento superar mi personalidad y acoquinarme uno y otro día sin darme un respiro. Moralmente me iba hundiendo y ya, ni el auxilio de otros psicólogos a mi favor con sus tratamientos conseguían que levantara cabeza, acudía al trabajo como una res al matadero.

Cuatro meses de baja por depresión que tuve por prescripción médica, no sirvieron para parar sus afrentas y desde el primer día me hizo saber que todo seguía igual entre ella y yo, incluso iba a subir el tono, pues por culpa de mi baja, había sido amonestada por la dirección y eso no me lo iba a perdonar, otra cuenta más en mi debe.

Todo eso me rondaba por la cabeza cuando aquel día paseaba apesadumbrado y con la vista en el suelo, debía de llevar mucho tiempo y muchos pasos así, pues de pronto me vi en una plazoleta sin calle de salida más que por donde había entrado. Cuatro acacias enfermas por múltiples podas asesinas y un par de bancos de granito conformaban todo el mobiliario urbano, las casas que rodeaban la plaza tenían solo dos alturas y habían sido construidas al principio del siglo pasado. Habían conocido mejores épocas y clamaban por una mano de pintura.

En un costado de la plaza y protegido por la sombra que proyectaba el edificio anejo, un tenderete me llamó la atención por lo extraño de su ubicación, ésta más bien hubiera sido dentro de una feria de artes ocultas y esoterismo que en una plaza olvidada y de ubicación ignota dentro de la ciudad.

Mi curiosidad pues quedó muy excitada con la presencia del puesto, por lo que me acerqué a echar un vistazo a la mercadería. Por la parte superior revoloteaban atrapasueños con plumas de múltiples colores y encima de un tapete de color verde se hallaban expuestos piedras de todos los materiales, jaspe, ámbar, mármol, hueso, etc. Multicolores y tallados sobre ellas un emblema distinto  y de dibujos geométricos.

-    -   Son talismanes
Una voz cavernosa me sobresaltó, no había percibido la presencia del dueño de la tienda, un personaje de tez cerúlea y de cuerpo enjuto y apergaminado, vestía de negro y además de su rostro solo eran  visibles sus manos parecidas a garras de águila.
Sabía que estaba obligado a responder, pero mi boca en aquel momento se me quedó seca y mi mente quedó agarrotada, apenas conseguí balbucear:
-   -  ¿Pa para qué sirven?
-   -  ¿Tienes algún problema?
-   -  ¿Y quién no lo tiene hoy en día? – Nunca hubiera imaginado que pudiera continuar con el juego de las preguntas sin responder, un matiz irónico quedó en el aire tras mi última frase.
-   - Quizás aquí está la solución – Me respondió por fin sin dejar alguna interrogación, pero a su vez sin aportar mucho.
-  - ¿La solución a qué? – Yo no me apeaba, a veces soy muy cabezota.
-     - Tú lo sabes, lo llevas en la frente y dentro del corazón y si existe el alma también está dentro de ella.

¿Y si tuviera razón? ¿Podría cualquier talismán devolver la paz a mi vida? Durante un tiempo permanecí callado meditando sobre ello. Como le dije a una amiga en el Facebook: Yo solo creo en los unicornios. Cuanto más conocimiento tengo, menos creo en lo inmaterial, llámense fuerzas telúricas o cuestión de fe, de cualquier fe de las infinitas del planeta, de sus chamanes, brujos, sacerdotes, rabinos o ulemas. Daba igual, mi descreimiento iba en aumento con el transcurrir de los años, la madurez y la experiencia vital, por lo que ante mí se hallaba una inquietud en mi conciencia ¿debía creer en una corazonada? A veces la vida te las manda, pero no me engañaba, nunca funcionaban, por experiencia lo sabía, ya no compraba números de lotería con los que soñaba por la noche, ni jugaba en la bonoloto con los años de nacimiento de mi familia.
Pero esta vez me decidí, total, peor no me iba a ir así que le pregunté:

-   -   ¿Cuánto me costaría?
-   -  ¿Qué precio tiene la tranquilidad? ¿Cuánto vale la salud? ¿Cómo valorarías recobrar la tranquilidad perdida? Respóndete a ti mismo.
-    -  Pero, es que tampoco puedo disponer de mucho dinero.
-    -  No te he dicho cantidad alguna.
-    -  ¿Te parecen bien diez euros?
-    -  Si a ti te parece bien, a mí también.
-    -   Es lo máximo de que puedo disponer.
-    -  Pues bien, aquí lo tienes.

Acompañó sus palabras con la entrega de una pequeña piedra ovalada, parecía de marfil por su blancura y su suavidad al tacto, tenía un grabado pintado en negro que me recordaba a la triqueta de la serie “Embrujadas”. Un taladro en la parte superior hacía posible que se engarzara con un complejo nudo a un cordel de un material parecido al cuero, de color negro. Me ayudó a ponérmelo por encima de mi cabeza mientras me quitaba las gafas para ayudar a que pudiera quedar en mi cuello, apenas daba mucha holgura el cordel y costó introducírmelo.

-    -   ¿Y ya está? – Le pregunté
-   -   Bueno, cuando lo necesites haz un deseo sobre el mal que te aqueja sujetando fuerte el amuleto.
-    -  ¿Y se cumplirá, así de fácil?
-   -   Todo es cuestión de creer o no creer, pero sobre todo, ten en cuenta una cosa: No hay rosas sin espinas.
-    - Ya, ni hortera sin transistor.

Uf, no me pude resistir, era una frase hecha muy ocurrente de los años setenta y me lo había puesto a huevo. Me despedí de él y me marché por donde había entrado.

Como siempre me terminaba ocurriendo en mis paseos, no tenía la menor idea de dónde me hallaba, después de recorrer varias calles todas iguales para mí y no encontrar la salida de aquél barrio me tuve que detener a preguntar a una anciana que estaba entada en la puerta de su vivienda en una silla de enea. Seguí sus indicaciones y conseguí llegar a una boca del metro y llegar por fin a mi casa.

El lunes cuando llegué al trabajo, no sabía por qué, pero me encontraba eufórico, quizás era por saber que me hallaba protegido por el influjo de mi talismán y que ya nada malo me podía ocurrir. Pero no, a media mañana el director regional se debía de haber levantado con el pié izquierdo e iba repartiendo asperezas a todo el mundo, a mí me pilló desprevenido y estaba charlando plácidamente con una compañera de otro departamento cuando se dirigió a mí desabridamente:

-  -  Tú, Jose Antonio ¿No tienes otra cosa que hacer más que estar charlando y entreteniendo al personal?
-   -   Es que…
-  -   Ahora lo comentaré con Salud (Salud era el nombre de mi jefa que me tenía a maltraer)

Al oír el nombre maldito para mí, empalidecí rápidamente, en un acto reflejo, sujeté el talismán y pensé: - Ojalá te pudras, imbécil.

Creo que me arrepentí al momento, pero durante un segundo le desee todo el mal que le pudiera acaecer. A mis problemas con mi jefa, solo le faltaba que viniera alguien a añadir más cuitas.

La euforia se me borró al instante y solo deseaba terminar lo más rápido posible mi jornada laboral y encontrarme bajo el cobijo de mi hogar con mi familia.

Conseguí llegar sin más incidentes al final de mi jornada y otro día víspera de otro triste día me aguardaba cuando volviera a sonar el despertador.

A la mañana siguiente mientras me afeitaba noté que apenas quedaba holgura entre el cordón del talismán y mi cuello, parecía haber encogido  y apenas cabía un dedo entre ambos, no sabía si el sudor o que cupiera la posibilidad que durante la noche se hubiera enrollado sobre sí mismo menguando de tal manera. No le di más importancia pues el tiempo apremiaba y no quería bajo ningún concepto llegar tarde al trabajo.

Llegué por fin de nuevo a la oficina y encontré un ambiente raro, algunos corrillos formados me indicaban que algún suceso había ocurrido, me acerque al que formaban mis compañeros de departamento y les pregunté:

-    -   ¿Qué ha ocurrido?
-   -   Una pasada, Juan, el director regional, ha fallecido esta noche, un infarto fulminante.

El aire me comenzó a faltar y un zumbido cubrió mis oídos, creo que me debí de poner amarillo pues enseguida me interrogaron.

-   -   ¿Te encuentras bien? Caramba no pensé que te sentara así de mal la noticia, no me lo explico, pues no tenías mucho contacto con él.

¿Casualidad o el influjo del talismán? Eso era lo único en que podía yo pensar, pero en el fondo me alegraba sobremanera, creo que era el regusto del poder que obraba en el talismán adquirido y que era capaz de controlar, pero estaba visto que mis problemas no acababan de comenzar.

La directora de recursos humanos me llamaba a su despacho, entré con toda la prevención posible rezando para que no fuera para nada malo, pero no debí rezar lo suficiente a dioses en que no creía.

-    -   ¿Se puede saber en qué estabas pensando? –Me espetó
-    -  Discúlpeme, no sé a qué se refiere.
-   -   Vamos a ver, Jose Antonio ¿No te dije que los certificados los quiero con la fecha sellada?
-   -   Perdón, se me ha debido de pasar, iba con mucha prisa en el reparto pues el cartero llegó tarde.
-    -  ¡Ten mucho cuidado! Estás teniendo muchos fallos últimamente y no pienso soportar ni uno más ¿Me entiendes? ¡Ni uno!

No conseguía comprender que por tamaña nimiedad se pusiera así, total, el correo inexcusablemente lo repartía a diario, por lo que era lógico suponer que el certificado que obraba en sus manos era del día de hoy.

No lo pude evitar, mis manos eran un organismo autónomo y ellas recorrieron solas el camino que llevaba a mi cuello, al talismán, a su vez, cerré los ojos, intentando poner mi mente en blanco pero no pude evitar que un pensamiento o más bien un deseo flotara en mi mente: - “Ojalá se quede sola la vieja bruja”

A partir de ahí se terminaron los gritos, me marche contrito a mi mesa, no sabía muy bien si por la admonición recibida o por el temor que el poder del talismán obrara efecto, el caso es que a la mañana siguiente…

Un deja vu planeaba sobre mi mente, todo me parecía una copia del día anterior y del otro día, estábamos a miércoles pero podía ser perfectamente lunes o martes. Pero al mirarme en el espejo me di cuenta que no, que aquél día era distinto al anterior.

El cordón del talismán me rodeaba íntimamente el cuello, por más que lo intenté no conseguí separar el cordón del cuello sin que me faltase el aire con el intento, abrí el botiquín y saqué unas tijeras que guardaba para cortar las gasas y los apósitos, pero a pesar de mis nerviosos intentos no conseguí cortarlo, atravesé mi casa para tomar de la caja de herramientas un cortaalambres con el mismo resultado, acababa de caer en la cuenta cual era la contrapartida a mis deseos, las espinas de la rosa, el talismán tenía este efecto secundario que lo transformaba en un dogal, en la soga que me ahorcaría cono si del cadalso se tratara.

Rápidamente, llamé al trabajo indicando que me encontraba enfermo, la operadora me dijo que la empresa pasaba por una mala racha: - Fíjate.- Me dijo – Primero fue la muerte del director regional y ayer al marido de la directora de recursos humanos lo atropelló un camión, lo dejó hecho papilla, la pobre está desconsolada.

Ante la confirmación de mis más negros temores, me lancé hacia el metro en busca de una solución a mi gran problema, me bajé justo en la parada donde aquél aciago día lo tomé para volver a casa e intenté desandar el camino recorrido, pero por más que lo intenté no lo conseguí, una y otra vez volvía a la avenida principal a la boca del metro, intenté fijarme en los edificios por si reconocía alguno de aquél día, pero no lo conseguí.

Sentado en un banco intenté poner en orden mis pensamientos, me dije que no perdía nada por probar hacer lo mismo que aquella vez, es decir mirar al suelo y que mis pasos ciegos me guiasen de nuevo hacia la plazoleta, así lo hice y después de un tiempo considerable, lo conseguí caída ya la tarde.

Ante mis ojos se mostraba la plazoleta con sus escuálidas acacias, sus erosionados bancos de granito y sus fachadas huérfanas de pintura. Pero para mi espanto lo que no estaba era el tenderete, ni el menor rastro de él. Me acerqué a la puerta más próxima y toqué el timbre, me abrió una señora ya mayor.

-        -  ¿Qué quiere?
-        -   Perdone que la moleste ¿no sabrá usted por qué hoy no está el tenderete?
-         -  ¿Qué tenderete?
-         -   Pues el que había el domingo aquí, justo al lado de su puerta.
-        - ¿Es una broma? Llevo viviendo aquí cuarenta años y nunca se puso nada en la plaza, jamás hubo aquí un tenderete ¿A quién iba a vender nada? Aquí somos cuatro en la plaza y por aquí no pasa ni el cartero.

Se volvió a meter dentro de su vivienda musitando y quejándose de la gente que viene a molestar. No me arredré ante la respuesta negativa y continué pulsando timbre y aporreando puertas, pero o no me abría nadie o me daban la misma respuesta que mi primera interlocutora. Cuando no quedó ninguna puerta que llamar me senté en uno de los bancos y apesadumbrado me cogí la cabeza con las manos.

Al cabo, me levanté y volviendo a mirar al suelo me encaminé hacia el metro, pues sabía que de esta manera llegaría sin problema. Por más vueltas que le daba, no encontraba solución para mi problema, me veía encaminado inexorable hacia un mal final.

No había más que hacer, la suerte estaba echada y los dados tirados, al día siguiente, como si no quisiera aguardar más a la bajada del telón, mi jefa me estaba esperando, esta vez no se molestó en arrastrarme hacia su despacho, allí mismo, en la recepción y con un elevado tono de voz comenzó a reprenderme por mi ausencia del día anterior y por mil y una nimiedades más.

Lo que tenía que suceder ocurrió, sabía que era un títere en manos de poderes ocultos y que no podía hacer nada por evitarlo, por lo que sujeté el talismán y esta vez sí, deseé con todas fuerzas que se muriera, ya daba lo mismo, quería terminar con los dos suplicios, el de tener que aguantarla y el del poder del talismán que atenazaba mi cuello.

No aguardé ni un minuto más, me di media vuelta sin hacer caso a sus imprecaciones y me marché a casa, con mi familia para poder pasar feliz y tranquilo as últimas horas de mi vida.



Dedicado A Luis, no estoy muy seguro que pensara que yo sería capaz.






jueves, 9 de octubre de 2014

Excalibur


Lamento que haya gente que se escandalice porque Excalibur haya conseguido doscientas y pico mil firmas de apoyo en contra de su sacrificio, en esa lista a mi pesar no estaba mi firma, no me enteré a tiempo para poder firmar.

Que haya otros intereses de “humanos” que no alcanzan tal cifra no me espanta ni me exaspera, estamos en un país donde hay más tontos que botellines, en un país totalmente cainita donde la envidia es un valor seguro para alcanzar la medalla de oro de una posible olmpiada en tal disciplina. Total aquí cada uno va a su propio interés sin importar quien caiga por lograr su antojo, somos los reyes de la economía sumergida, de la corrupción a todos los niveles, hasta el más ínfimo, yo no quiero pensar qué enredo nos hace el administrador de mi finca. Encadenamos uno tras otro los casos de choriceo más cruel, Afinsa, Caja Madrid. Etcétera, hasta Matesa y Reace suenan a risa.

Que la sanidad haya salido tocada con los recortes es algo que lo podemos ver día a día, más colas, más lista de espera, menos medios, peor atención. Pero lo que nunca imaginaba que a nivel ministerial íbamos a estar al mismo nivel de cuando estalló la epidemia provocada por el aceite de colza, vamos que podía haber hecho suyas las fantásticas palabras de su predecesor Jesús Sancho Rof: "(El síndrome)....es menos grave que la gripe. Lo causa un bichito del que conocemos el nombre y el primer apellido. Nos falta el segundo. Es tan pequeño que, si se cae de la mesa, se mata".

Mi blog lo tengo solo para relatos, excepcionalmente lo uso para temas de actualidad, alguna victoria de mi atleti ha figurado y también una diatriba contra la explotación animal en los circos, pero hay algo que me exaspera y no lo puedo evitar, el sufrimiento gratuito contra los animales, Excalibur es eso, una víctima más de la incompetencia humana, este año el toro de la Vega ha tenido dos animales alanceados, como el astado, no ha tenido ninguna oportunidad ni miramiento alguno. Solo espero que desde el cielo de los animales nos mire con sus tiernos ojos y nos perdone.

jueves, 2 de octubre de 2014

Cartas de mi abuelo Eladio I

La nostalgia pudo más que yo y me acerqué a la vieja casa de mis abuelos, tras morir mi abuela en enero, por cinco días no cumplió ciento un años, sus hijos procedieron al reparto de los bienes que dejó. La casa de Alameda que tanto esfuerzo les costó comprar la compró mi tío para irse a vivir allí tras derribar el viejo edificio como era su intención.
Cuando llegué, los albañiles ya habían abatido el tejado y solo encontré una escombrera sobre el terreno en que tantas veces había jugado. Recuerdo en la parte de la derecha, justo al lado del cenicero donde se quemaban los pocos residuos que entonces producía un hogar pues todo se aprovechaba. Las latas y los frascos se reutilizaban para compotas y otros alimentos, los papeles para encender la lumbre, la comida sobrante se echaban a los cerdos y gallinas, por lo que creo que solo se quemaba el papel de estraza de envolver el pescado. Pues bien, justo al lado, había una veta de arcilla con la que creábamos entre mi hermano, nuestro amigo Ricardito y yo, una fortaleza a la que asaltábamos con nuestros muñequitos de Montaplex, un poco más adelante estaban las piedras cimeras de la valla medianera donde no sentábamos y con algo de imaginación soñábamos que cabalgábamos a lomos de piafantes corceles mientras perseguíamos a tribus de pieles rojas.
Los recuerdos se me agolpaban en la memoria y tenía que luchar para que alguna lágrima no arrasara mis ojos a base de frotármelos. Afortunadamente eso no fue óbice para que pudiera vislumbrar entre los derrelictos del pasado algo que destacaba entre las ruinas, a riesgo de tener una mala caída, fui pisando entre los sillares más gruesos para acercarme donde algo de color destacaba sobre el gris dominante. En efecto, tras levantar una par de piedras y alguna teja que lo bloqueaba, conseguí rescatar una caja metálica, muy similar, si no era la misma, a las antiguas cajas del Cola cao que tras descargar su mercancía, siempre se reutilizaban generalmente, como botiquín o como caja de costura.
Abandoné presuroso el peligroso punto donde me hallaba y, egoístamente todo hay que decirlo, abandoné el lugar para que no tuviera que dar explicaciones a los nuevos dueños y poder quedarme con el hallazgo.
En vez de irme a casa por el centro del pueblo, tomé el camino del rio al ser este menos transitado y además lo hice caminando presuroso como alma que lleva el diablo. Ya en mi casa me dispuse a abrir la caja. Después de tanto tiempo como debía de llevar cerrada, me costó esfuerzo abrirla, algunas manchas de orín en el borde hacían de pegamento natural por lo que me hube de armar de paciencia. Al cabo de un cierto tiempo conseguí abrirla y lo que encontré dentro me alegró sobremanera. Allí dentro un rimero de sobres amarillentos unidos por un trozo de tramilla rematado con una artística lazada.
No me lo pensé y deshice el nudo de inmediato. Todas tenían el mismo remitente: Eladio García López desde varios lugares distintos y una única destinataria: Matilde Díaz Ruiz calle Cochera 4 en Alameda del Valle. Los matasellos indicaban que habían sido emitidas en los años de 1921 y 1922, por lo que casi cien años las contemplaban. Ante esto y el frágil aspecto que tenían, volví a cerrar la caja y aguardé a que terminara el fin de semana serrano que iba a disfrutar y nada más llegar a Madrid, preparé el escáner y una a una, casi amorosamente, las fui desplegando tras sacarlas del sobre y las escanee para trabajar directamente con las copias ya impresas.
Yo sabía por lo que me había dicho mi madre, que mi abuelo siempre sintió auténtica devoción por mi abuela, pues de ellos se trataban las cartas, a pesar de que mi abuela no siempre le correspondió igualmente, ella estaba hecha de otra pasta,  pues mientras mi abuelo era más tranquilo y pacífico, ella era de armas tomar, entre otras diferencias de carácter que mantenían.
Ya con todos los folios en la mano, cogí la carta más lejana en el tiempo y me dispuse a leerla.


Eladio López García
Regimiento Álava XXII
2º Batallón 3ªCompañia

Málaga 7 de Agosto de 1921

Querida Matilde:

Me alegraré que al recibo de esta estés bien, yo me encuentro bien de salud gracias a Dios.

Pues te contaré que ya me encuentro en Málaga, en el cuartel de Transeúntes esperando el barco que nos ha de llevar a África, estamos confinados toda la compañía y no nos dejan salir a conocer la ciudad. Los mandos se encuentran muy alterados y nos contagian de su nerviosismo, no saben qué nos vamos a encontrar, al parecer hubo varios miles de muertos y desaparecidos causados por los moros. No es que te quiera asustar, pero es la realidad de lo que nos aguarda al otro lado del mar.
Después de la instrucción apresurada que nos dieron y el fatigoso viaje por ferrocarril, el estar ahora ociosos nos hace pensar y divagar, me asusta sobremanera que seamos como los caídos anteriores, carne de cañón. Vamos mal equipados pues ninguno tiene botas y llevamos el mismo uniforme de dril de los soldados desde la guerra de Cuba. Lo peor es que por ejemplo los fusiles también son de la misma época, si con ellos no pudimos con los mambises, no se me imagina cómo podremos ahora con la morisma. Apenas llevábamos un par de meses incorporados al ejército haciendo la instrucción cuando nos trasladan aquí por lo que hay algunos que apenas saben utilizar los rifles.
Bueno, ya te iré contando según vayan pasando los días cómo me va por tierras africanas.
Recibe un beso de éste que te quiere:
Eladio
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Yo sabía que mi abuelo para su desgracia, había combatido en la guerra civil, pero creo que apenas nadie en la familia conocía el dato del viaje a África pagado por el ejército para cumplir el compromiso del servicio militar. Era lógico si lo contemplaba, en aquellos tiempos te podías librar del servicio pagando una cierta cantidad, lejos del alcance de un peón del Canal de Isabel II como era mi abuelo. Por lo que no le cupo más remedio que hacer el petate y despedirse de la familia y marchar a la ventura.

Es decir, que ante mí se abría una ventana a la historia de la familia que nadie conocía, el haberme apropiado de las misivas me iba a hacer partícipe del conocimiento de unos hechos ignotos de los que estaba ansioso por conocer, por lo que comencé la lectura de la segunda carta.


lunes, 8 de septiembre de 2014

Buscando a Laura IX

IX

La primera vez que vi a Alipio fue en el instituto en el penúltimo curso de bachillerato, no fue nuestra cercanía lo que nos unió, más bien fue la anécdota de su primer día de clase. La puerta del aula se encontraba descolgada y se quedó atascada entre los dos quicios, por lo que todo el que quería acceder al interior, lo debía de hacer inexorablemente entrando de perfil. Durante toda la mañana todo funcionó bien hasta que intentó acceder la profesora de latín, para su desgracia, tenía una constitución gruesa, más bien tirando a vacaburra, por lo que sus probos intentos de traspasar el obstáculo quedaron baldíos. Mientras los educandos guardábamos un expectante silencio, una estentórea carcajada se oyó en un rincón del aula. Efectivamente, Alipio sin ningún recato por su parte, se estaba partiendo el pecho de tanto reír.
Después de un angustioso tira y afloja, la dómine consiguió introducirse y llegar al podio donde estaba su mesa y sin esperar a recuperar el resuello del ejercicio gimnástico recién padecido señaló a Alipio y le dijo:
-        ¡Usted! Espéreme en la puerta del despacho del director.
Alipio tuvo suerte, el director no quiso hacer sangre el primer día lectivo, hubiera sido poner el listón muy alto a las primeras de cambio, por lo que todo quedó en una simple amonestación verbal, eso sí, se dio cuenta enseguida que debería hacer algo realmente plausible para poder aprobar ese año latín.
A quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija y él encontró el cobijo de mi sombra. Nunca me pude explicar  el amor a primera vista que surgió entre el latín y yo, las declinaciones y traducciones no tenían secreto para mí, a final de curso conseguí el único sobresaliente de mi carrera escolar. Todo esto hizo que Alipio se pegase a mí como una lapa a primera hora solicitándome que me dejara copiar mis traducciones y las tareas encomendadas por la profesora.
Realmente me molestaba que un zángano se aprovechase de mis desvelos por aprender la asignatura, pero Alipio tenía un encanto especial difícil de explicar sobre todo observando su fealdad casi extrema, pues era poseedor de una napia retorcida, ojos estrábicos y una miopía que le hacía portar quevedos de culo de vaso. Además tenía el regalo de su nombre, al parecer su padre tomó el santoral de su natalicio, el 15 de agosto y en vez de elegir entre los posibles Alfredo, Estanislao, Claudio o Carmelo, escogió el de Alipio; claro que a la postre tuvo suerte pues también se celebra ese mismo día San Tarsicio.
Y es que realmente por muy mal que fueran las cosas y si sobre todo si el perjudicado era otro, Alipio siempre reinaba con su risotada, muchas veces pensé que si nadie le cruzó la cara, tuvo que ser por miedo a romperle las gafas.
Según iba echando años a la talega, Alipio tenía una cosa cada vez más clara, él quería ser funcionario a toda costa y como además le tiraban los uniformes, intentó ser policía municipal primero y nacional después. Pero se encontró con un terrible impedimento, solo medía 1,68 centímetros y la estatura mínima para optar siquiera a opositar era de 1,70. No se arredró por ello y la mañana antes del reconocimiento médico, en el camino hacia el lugar donde debía ser realizado el temido reconocimiento, el bueno de Alipio fue dándose de cabezazos contra todo recio muro que encontró, él juraba que el chichón producido era de considerables proporciones pero fue insuficiente para cuando tuvo que situarse en el poste de tallaje, por lo que regresó a su casa cariacontecido y con un tremebundo chichón.
A la chita callando un día se descuelga con la alegre noticia de que ha sido admitido en la academia de la Guardia Civil, después de las felicitaciones y parabienes vino la pregunta consiguiente -¿Cómo conseguiste eludir el problema de la altura? A lo que siguió una retahíla de frases inconexas como excusas. Pasó el tiempo correspondiente y tras aprobar le pregunté donde había conseguido sentar plaza, a lo que contesta que en Madrid.
-        Pero bueno, habrás sacado un número altísimo en tu promoción.
-        Qué va, del montón.
-        ¿Y cómo has evitado pasar por las provincias vascongadas?
Y ahí de nuevo se escabulló en frases inconexas sin dar razón plausible alguna, lo que nos hizo conjeturar que el haber nacido en Cebreros había tenido mucho que ver en sus éxitos.
Y heme aquí de nuevo junto a él ya en el cuartel de la Guardia Civil. Le solicité mi derecho constitucional a efectuar una llamada, lo que me valió que me enviara a hacer gargarismos con vitriolo. De todas formas aproveché para llamar a mi mujer para que no se preocupara de mi tardanza pues colegí que la noche iba a ser muy larga.
-        ¿Y bien, me lo cuentas o te lo saco a hostias? – Me dijo El bueno de Alipio mientras me traía solícito el descafeinado que le había pedido.
-        Para el carro picoleto, que los tiempos de El Lute pasaron a mejor vida hace tiempo, tanto, que ni siquiera tú estabas en el cuerpo.
-        Pues entonces deja que adivine porqué te empapelo, en la puerta número uno delito contra la hacienda pública por apuestas ilegales. En la puerta número dos, delito contra la seguridad vial por carreras ilegales y en la puerta número tres, homicidio por imprudencia si es que tienes algo que ver con el finado.
-        ¿Finado? O sea que el chaval la palmó.
-        Imagínate, acabo de hablar con el jefe de bomberos, todavía están despegándole los sesos de la junta de la trócola.
-        Pues qué alegría me das, a ver cómo sigo con lo mío.
-        ¿Y qué es lo tuyo?
-        Intentaré resumirlo en pocas palabras, no sé si recordarás a Laura Canencia, desapareció hace unos siete meses, pues bien, sus padres me encargaron que la buscara fuera de la órbita policial, están convencidos de que habéis dado carpetazo al asunto y perdona por mi inmodestia, pero descubrí lo que ni vosotros ni los maderos habíais encontrado, que este chaval, Aquiles, había tenido contactos con ella, punto.
-        A ver, no me salgas con esas y no te la des de Sherlock Holmes ¿Qué tiene que ver Aquiles con Laura?
-        Si la policía hubiera investigado mejor  y tuvieran algo más de olfato. – En este punto recordé a mi  contacto del colegio mayor y se me escapó una sonrisa sardónica.- Se habrían enterado que Laura era la chica de Aquiles y que además es el hijo del director del colegio mayor de Laura.
-        ¿Ah, sí?
Alipio no puso la cara de bobo del que se entera de repente de la resolución de un misterio, más bien le brillaban los ojos mientras sacó unos folios y comenzaba a escribir todo lo que yo le iba relatando sobre cómo fui resolviendo el caso, bueno, más que resolviendo, cómo llevaba la investigación, pero por su mirada que ya conocía, estaba convencido que Alipio iba a sacar petróleo y que como en las tareas de latín, se iba a ganar el galardón con el sudor de mi frente.
Pero en este caso estaba atado de pies y manos ante él, si quería salir con bien de la casa cuartel, tenía que abrirme y contar todo lo que sabía sobre el caso de Laura. Al cabo de unas horas cuando comenzaba a amanecer, Alipio se dio por satisfecho y dejó de hacerme preguntas.
-        Pues, hala, por mí ya te puedes ir.
-        Te invitarás a algo cuando te den otro galón ¿No?
-        A ver si te crees que con cada caso que resuelvo me ascienden y además tú ya sabes que nos hemos quedado a la mitad.
-        Efectivamente.- Repuse. – Falta por despejar la equis, encontrar a Laura.
-        Pues a mí me da que el “Fittipaldi” se ha llevado el secreto a la tumba.
-        Eso a mí ni a sus padres nos consuela, para mí el caso sigue abierto y seguiré metiendo las narices por todas partes hasta que la encuentre.
-        Si quieres le puedo apretar las tuercas a tu querido primo el catedrático.
-        Nada me gustaría más, es más hazlo si te place que a mí no me disgustará, pero creo que por allí no van los tiros.
-        En agradecimiento a tus servicios me lo voy a traer setenta y dos horas aquí, aunque solo sea por molestar.
-        ¡Ostras! No se te ocurra sacar mi nombre a relucir, este es capaz de buscarme con el pistolón.
-        ¡Ja ja ja! No te preocupes, eso es lo primero que le voy a quitar, te apuesto cien euros que no la tiene legalizada.
Mi experiencia en la vida me enseñó que hay ciertos individuos con los que no conviene entrar en apuestas y dejarlo todo en porfías y Alipio era uno de ellos.
-        Toma mi tarjeta, si se te ocurre algo me avisas y ten cuidado por donde metes la nariz, hay compañeros míos además de maderos que no les gusta que les enmienden la plana.
Tras esa velada amenaza, la verdad es que se portó bien conmigo, le pidió a un compañero que me metieran con una patrulla y me llevaran al polígono donde aparque mi coche.
Cuando llegábamos acertó a pasar la grúa con los restos del coche de Aquiles convertido en pura chatarra, los bomberos debían de haber sudado de lo lindo para excarcelarlo. ¿Contaría como víctima del fin de semana para las estadísticas de Tráfico?

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Buscando a Laura VIII




Iba subiendo renqueante la carretera de Extremadura con el afamado Panda de mi madre, desde que yo no tenía coche un halo de felicidad me rodeaba, olvidarme de seguros, impuestos y tener que disponer siempre de un dinero ahorrado para averías o mantenimiento, todo esto evitaba sencillamente careciendo de él. En caso de necesidad tomaba prestado el viejo pero eficiente Seat Panda que compró mi madre cuando tuvo a bien sacarse el carnet de conducir para poder desplazarse a Alameda cuando pluguiera.

Éste, obviamente, era un caso de necesidad para mí, en aras de continuar con la investigación necesitaba el coche para poder desplazarme por la noche hasta Arroyomolinos.

Me alejaba de la gran ciudad mas no de sus luces, mis pensamientos me llevaban a añorar las estrellas ¿Cuánto tiempo hace que no contemplaba un cielo estrellado? En el verano tenía previsto ir a Canarias y aguardaba esperanzado el poder levantar la vista y poder apreciar la vía láctea, el camino de Santiago que casi desde crio no había vuelto a ver. Recuerdo noches tumbado sobre la tierra caliente de las eras mirando hacia el infinito, casi me mareaba el vértigo con el que contemplaba un millón de estrellas y jugaba a juntar estrellas y formar dibujos de animales con ellas.

Ahora, es del todo imposible, una luz ámbar lo cubre todo, incluso desde la sierra se puede apreciar su molesta niebla que todo lo ilumina.

Es lo que tiene el no tener música en el coche, la mente se dispara y corre más que tú. Intenté concentrarme en la conducción, no quería pasarme el desvío pues estos lugares son desconocidos para mí.

Me había imprimido por internet un plano del polígono donde se debían disputar las carreras, pero tampoco quería dejar el coche demasiado cerca por lo que pudiera pasar.

Pasé el desvío del polígono y tomé hacia el pueblo, junto al polideportivo estacioné y salí del Panda encaminándome hacia el destino fijado, había un trecho por recorrer, pero ya se veía ambiente por el lugar, sobre todo a la hora de cruzar, pues pasaban coches desbocados.

Tampoco había posibilidad de perderse, una riada de chavales con bolsas blancas de los “chinos” llenas de bebidas alcohólicas indicaba el camino, esperaba no destacar mucho, pues nadie de mi edad parecía acudir al evento, menos mal que de noche todos los gatos son pardos y mis canas se camuflan en la mínima luz nocturna.

Al cabo descubrí el lugar donde, como si de cuadrigas se tratara, se realizaría la carrera. El final del polígono no estaba urbanizado y una de sus manzanas sería la elegida para la acción, en la spina los vehículos contendientes estaban siendo revisados por sus dueños y por mecánicos aficionados. Alrededor de ellos revoloteaban muchachas ligeras de ropa y con brazos como pulpos intentaban abrazarse a sus ídolos. En las aceras frente a ellos, el público aguardaba expectante el comienzo de la función, había pocos sin una botella en la mano o un vaso de plástico de descomunales dimensiones, lleno de vino, calimocho o cubalibre; pero aún podían portar en la otra mano el inevitable porro.

Estuve dando varias vueltas, sobre todo buscando un lugar donde no me llegasen los efluvios, más que nada para no tener que dar tontas explicaciones a mi regreso al hogar sobre los aromas impregnados en mi vestimenta.

Además quería introducir mi oído en las conversaciones sobre todo con vistas a reconocer a Aquiles. No sabía cómo hacerlo, tenía miedo de preguntar por él directamente y que reparasen en mi edad y pensaran de mí que fuera un policía.

Había una zona como los boxes de las carreras, donde estaban situados en paralelo varios vehículos “tuneados” de colores chillones y formas extravagantes a mi parecer, incluso algunos autoiluminados por neones multicolores. A mi parecer, siempre estamos copiando todo lo hortera de Estados Unidos. Que inventen ellos y si es estrambótico, mejor.

Me acerqué por allí silbando y con las manos en los bolsillos en un vano intento de pasar desapercibido, sobre todo porque iba silbando aquella canción de sentado en el muelle de la bahía, claro que todos estos jovenzuelos jamás oyeron hablar de Ottis Redding, ni del movimiento hippie, ni en su vida oyeron una canción de soul. Ya lo sé, estoy envejeciendo sin remedio, a mi padre le oí hablar igual de mí y de mis gustos musicales y seguramente todos estos tarados harán igual con sus hijos, si es que este jodido planeta no se va antes al carajo en una guerra atómica, una eclosión de zombies o simplemente de puro asco.

De pronto lo vi, no podía ser otro, Aquiles era la viva imagen de su padre, pero todavía conservaba el pelo sobre la cabeza, eso que salía ganando. Le observé durante un rato, galleaba mientras sujetaba a una chiquilla y en la otra mano portaba un porro del que daba furiosas caladas, cada cierto tiempo pasaban otros chavales y menos chavales que le daban amistosas palmaditas en la espalda.

Un tipo del que colegí enseguida que era un corredor de apuestas, le dijo algo al oído, Aquiles asintió con una sonrisa de superioridad y del bolsillo trasero de su pantalón sacó un rollo de billetes que le entregó al corredor, éste después de guardarlo le dio un ceremonioso apretón de manos.

En ese momento vi el campo libre y me acerqué a Aquiles, me hallaba apurado por el lugar y el ruido circundante por lo que fui directo al grano.

-      Hola, tenemos una amiga en común.

-      ¡Ah! ¿Sí? ¿Y quién es ella? Ten en cuenta que conozco mucha gente y sobre todo ¿Quién eres tú?

-      Soy amigo de Laura.

Por mucho que lo intentó y de la oscuridad reinante, una palidez en su rostro se dibujó, con voz que intentaba ser firme me espetó:

-      ¿Laura? ¿Qué Laura? Yo conozco muchas Lauras.

-      Tú bien sabes qué Laura es, la que hace meses que desapareció y nadie sabe de su paradero.

-      ¿Y qué tengo yo que ver con eso, tipo listo?

-      No lo sé, pero te juro que no pararé hasta averiguarlo.

-      Mira, lárgate de aquí antes de que le pida a un par de coleguitas que te partan las piernas.

-      Yo también tengo colegas de esos, no me vas a asustar.

Dándome la espalda dio por terminada nuestra conversación, a mi pesar yo también me había alterado y el temblor que corría por mis manos así me lo confirmó, aquel era uno de aquellos momentos en los que lamentaba el haber dejado de fumar.

Tomé asiento en la ladera de una pequeña montaña formada por escombros que algún incívico conductor de bateas de obras, descargó en el descampado. Enseguida la gente empezó a desparramarse por los alrededores despejando la calle, dos coches de marcas extrañas para mí pues soy incapaz de discriminar marcas y modelos de los vehículos actuales, a mí me parecen todos iguales, como decía los dos coches se alinearon en lo que iba a ser la primera carrera de la noche.

Los corredores de apuestas iniciaron una frenética actividad voceando nombres y cifras que cada poco tiempo aceptaba la gente dándoles billetes y siendo apuntados en las listas de éstos.

Yo esperaba una carrera al estilo de Rebelde sin causa, con Natalie Wood dando la salida y un precipicio al final de la pista, pero me tuve que conformar con un menda con una especie de pañuelo atado a un palito dando salida a los dos rugientes vehículos que tras una vuelta al circuito dio el banderazo de llegada con el mismo adminículo.

No estuvo mal la carrera, algunos derrapes, olor a gasolina y rueda quemada y un público enfervorizado jaleando cada curva que daban. Evocando otra película, se podría decir que nos habíamos retrotraído a los tiempos de los romanos y a las carreras de cuadrigas tan magníficamente retratadas en Ben-Hur.

Como en aquellos tiempos, los espectadores ansiaban sangre en el espectáculo y en la segunda carrera a fuer que casi lo consiguen, en la tercera curva, uno de los contendientes derrapó y volcó en medio de la carretera lo que provocó que los gritos alcanzaran niveles rayanos al paroxismo.

Uno no deja de pensar en el triste país que me tocó en suerte vivir, en Estados Unidos que son capaces de ver el negocio como nadie, esto mismo lo llevan a un recinto cerrado cobrando entrada y encima saca tajada Hacienda de las apuestas. Aquí sin embargo, gazmoños y beatos, solo vemos el pecado y perseguimos y prohibimos estas cosas siempre pensando en que el hijo de algún padre que sea capaz de escribir en la sección cartas al director de El País, se haga daño en estos eventos.

La siguiente carrera iba a ser la principal para mí, Aquiles se puso a los mandos de su coche y se acercó a la línea de salida, después de una procesión de chicas dándole besos, el juez de salida levantó el banderín y al bajarlo, el ambiente se llenó con el estrépito de los motores de los dos coches contendientes, al llegar a la primera curva Aquiles la negoció tomando una cierta ventaja sobre su oponente, aceleró a fondo lo que hizo tronar aún más su motor si cabe  y enfiló a toda velocidad la segunda curva, ya con una aparente ventaja, en este momento apareció el desastre. Justo una de las ruedas traseras pasó por donde justo antes había volcado el vehículo de la carrera anterior y éste había soltado algo de aceite, al derrapar el coche hizo un trompo y ya sin control se salió de la carretera estrellando aparatosamente contra una farola.

De repente todas las gargantas enmudecieron, incluso desde mi posición pude oír caer al suelo todas las piezas que se habían soltado con el golpe, como si hubieran dado un pistoletazo de salida, los cientos de personas que se hallaban congregadas se desperdigaron despavoridas, todos los que hasta allí se habían desplazado usando su vehículo, arrancaron los motores y emulando a los que habían ido a ver, con estrepitosos chirridos de ruedas desaparecieron por las calles adyacentes.

Además entraron en ese momento en escena varios vehículos de la Guardia Civil acompañados de sus ruidos de sirena y destellos luminosos, todos los que para nuestra desgracia habíamos aparcado algo más alejados, corrimos campo a través despavoridos. Por más que intentaba sumarme a la masa, mis piernas no me acompañaban. Ahora que viene al caso, comentaré que sufrí un infarto hace ocho años y a pesar de mi excelente recuperación, las carreras de fondo no son algo a lo que esté acostumbrado ni sea conveniente para mi dolencia.

Al cabo me encontré solo por lo que al verme rodeado de destellos azules, intenté confundirme con el terreno, bueno, más bien el resuello no me daba ya para más y me dejé caer al suelo.

No sé cuánto tiempo estuve intentando llevar aire a mis pulmones y que el corazón latiera a un ritmo decente, cuando lo conseguí, levanté la cabeza y una silueta enmarcada en la luz amarillenta que reverberaba de la ciudad me dijo:

-      ¡Alto a la guardia civil!

Me incorporé como pude con las manos levantadas y bien a la vista, es lo que tiene haber vivido en tiempos de Franco y conocer lo que era la ley de fugas, te deja un prudente respeto por las fuerzas de la ley y el orden.

-      ¡Acerquese! – Me instó el guardia.

Así lo hice y al observarle bien exclamé:

-      ¡No me jodas, Alipio!


 
 
Disculpad queridos lectores el baile de nombres, lo que comenzó como un relato largo en varios episodios, se ha convertido en un proyecto importante, la creación de una novela, esto me ha obligado a cambiar los nombres, que si bien en mi blog no tendrían importancia, al salir en formato papel y por la distribución que pudiera tener, tengo que cambiar los nombres pues son demasiados obvios ¿Esto por qué? Muy sencillo, como ya me vais conociendo, tengo alma de gamberro y me encanta colocar personas reales en mis escritos, por mucho que los hechos sean inventados, los personajes de esta novela son absolutamente reales, hasta Laura, que está, Dios menguante, vivita y coleando.
Como siempre, muchas gracias a todos los que me leeis.

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