miércoles, 13 de agosto de 2014

Buscando a Ana VII

VII
Conduciendo por la Nacional I camino de Alameda, iba pensando en la llamada de Elvira que me rogaba que fuera a su casa, alguien aprovechando su ausencia mientras se dedicaba a las labores del campo, había entrado y había registrado la casa, especialmente la habitación de Ana. Al parecer no se habían apoderado de nada, pero me pedía que de todas formas me acercara. Por lo que este fin de semana tocaba jira campestre, cogí el Panda de mi madre y conseguí que me acompañara mi mujer y los perros.
A la altura de La Cabrera, a mano izquierda, el pico de la Miel me recuerda que ya soy muy mayor para trepar por sus paredes, lo que no hice con dieciocho años, con cincuenta y cuatro no procede.
Sin embargo me deja bellos recuerdos de mi juventud cuando pensaba convertirme en un Perez de Tudela o un Reinhold Messner, solo fue eso, sueños de juventud mientras pateaba la sierra de Guadarrama en acampadas junto con amigos que el tiempo borró de mi memoria. A pesar de todo, todavía suelo escaparme por la Pedriza del Manzanares y Cercedilla, solo o con nuevas compañías rememorando aquellos años y volviendo a disfrutar de unos paseos en la naturaleza, intentando saturarme de oxígeno y de maravillosos paisajes, además de la contemplación de cualquier árbol o roca distinto de los demás, algo que se salga de la uniformidad y la ortodoxia que marcan las leyes de la naturaleza.
A pesar de no ir muy deprisa con el coche, es difícil conducir cuando tienes la mente puesta en el limbo de los recuerdos, una leve pereza te invade y desearías no estar dentro de un cajón metálico y con ruedas, sino en el campo sentado en la hierba y con los pies sumergidos en un arroyo.
Con todos estos pensamientos, me acerqué por fin a mi destino, una doble curva anuncia el desvío hacia el pueblo donde fui tan feliz en mi niñez.
Tengo que decir que Alameda del Valle es un pueblecito de la sierra norte de Madrid y como todos los de la zona, fue castigado duramente por la emigración, esto le hizo perder su identidad además de la juventud que marchó a la capital.
Recuerdo que de pequeño encontrar a alguien desconocido era una novedad, hacerlo ahora con alguien que conozca, es una quimera. Esta invasión de nuevos vecinos que adquirieron aquí su segunda residencia, hizo que tras el boom de la construcción y la anterior bonanza económica, desaparecieran dentro del casco urbano todos los pajares y huertos, así como las antiguas viviendas seculares. Un mutación de casas y chalets de todos tipos, algunos verdaderamente horteras y fuera de lugar, han hecho que Alameda, al igual que los pueblos adyacentes, se hayan convertido en un espanto urbanístico.
Aun así conserva sus encantos, los maltratados chopos de la ribera del río sobreviven a duras penas a las feroces talas consentidas por el consistorio, la iglesia y el ayuntamiento acompañan a la media docena de bellos pajares que, algunos sin techumbre, se empeñan en mostrarnos las huellas de un bello pasado rural.
Además el valle del Lozoya nos muestra un entorno cerrado, opresor, donde cualquier camino se empina la poco entre las montañas que cierran el valle y dan un tono multicolor según transcurren las estaciones y las hojas de los robles van transmitiendo su paleta a través de sus hojas.
Me podría tirar horas relatando las excelencias del lugar, pero éste no es el motivo de este relato, así que de vuelta a la realidad, me dispuse a visitar  a Paco y Elvira.
Cuando llegué a su casa, sus rostros severos denotaban que no había buenas noticias que recibir.
-        ¡Buenos días!
-        Pasa Jose, queremos enseñarte una cosa
Accedí por la escalera a su vivienda y me guiaron hasta la segunda planta, en el pasillo Elvira se quedó plantada ante la puerta abierta de una habitación.
Me asomé sin entrar todavía y contemplé como los efectos de un tornado, o algo parecido, causan en una habitación otrora ordenada. Absolutamente todos los objetos estaban caídos por el suelo en un maremágnum de papeles, cuadros, muñecos, ropa y demás utensilios, el colchón de la cama mostraba varios desgarrones y algunos muelles afloraban de él, los cajones de las mesillas aparecían volcados y esparcido su contenido por doquier. Creo que en algunas películas de gangsters hay cuadros realmente similares a lo que se figuraba ante mis ojos.
-        ¿Has visto? ¿por qué lo habrán hecho? – Me interpeló Elvira.
-        Vaya, está claro que buscaban algo ¿Cuándo ocurrió?
-        Antes de ayer, por eso te llamé para que vinieras lo antes posible.
-        ¿Lo saben las autoridades?
-        Avisamos a la guardia civil de Rascafría, hicieron unas fotos y tomaron huellas de los picaportes, pero no nos dieron muchas esperanzas.
-        ¿Solo han registrado esta habitación?
-        Si, el resto de la casa estaba tal como lo dejamos, no se han llevado nada de valor, ni televisores ni dinero, nada. Sabían muy bien donde registrar.
-        ¿Habéis echado a faltar algo de la habitación de Ana?
-         No, a simple vista parece que no falta nada, fíjate en ese pico de la cama está su joyero y el contenido volcado al lado y no parece que falte nada, están las pulseras y las medallas de oro que ya no se ponía y eran de la herencia de mi madre.
-        ¿Qué crees que estarían buscando? – Terció Paco.
-        No lo sé. – Respondí – Tampoco estoy seguro que tenga que ver con su desaparición, pero no le encuentro explicación al hecho.
Por más vueltas que daba al asunto no era capaz de encontrar una explicación, a pesar de lo que les había dicho, tenía muy claro que sí tenía que ver el que hubieran entrado a su casa y directamente subieran a la habitación de Ana y revolvieran su interior. Lo que no se me ocurría era qué estaban buscando, el comenzar mis pesquisas había provocado este hecho sin lugar a dudas.
Elvira y Paco me llevaron al comedor y me obligaron a sentarme para agasajarme e invitarme a una naranjada y unas rodajas de embutidos.
Qué diferente aquella moderna cocina con la cocina de su antigua casa, mis recuerdos me llevan a una cocina donde en un rincón ardían dentro de una chimenea, varios troncos de roble formando unas  brillantes ascuas, el resto de la pared, una vieja cocina de forja servía a la vez como calefacción además de preparar los guisos en pucheretes de barro. Era inevitable sentir un alegre sopor al sentir el calorcillo que despedía mientras me sentaba en unas sillas de enea con un cojincito bordado en ganchillo por los bordes, la mortecina luz de daba una bombilla de 40 vatios no hacían más que incitar a ello. Aunque los sentidos, especialmente el del olfato, se avivaban al estar al lado de la cámara donde guardaban los productos de la matanza de ese año.
Creo que habían ganado en comodidad con la nueva casa, pero ahora se les caía encima su grandeza, llena de habitaciones vacías donde nunca corretearían sus nietos.
Volviendo a la actualidad, les puse al cabo de todas mis pesquisas y les mostré la cruz que había recuperado de la habitación.
-        Nunca la habíamos visto, todas las joyas que tiene ella, ya las has visto, son cruces normales o imágenes de santa Ana que es la patrona del pueblo. Esa cruz tan rara se la debió de regalar en Madrid alguien de su entorno.
Asentí gravemente al verme contrariado por no encontrar una respuesta al enigma, les pedí quedarme con la cruz mientras continuaba con la búsqueda, ellos no pusieron objeción alguna, por lo que me la volví a guardar en el bolsillo.
Me despedí de ellos y me encaminé hacia la casa de mi madre, no comprendía qué estarían buscando en la habitación de Ana pero presentía que podía ser precisamente la cruz que ahora portaba yo.
El sonido de mi móvil me distrajo de mis pensamientos, era un número desconocido el que me llamaba.
-        ¿Diga?
-        Hola colega, te llamo del colegio mayor soy el vecino de… bueno, no sé, estuviste aquí el otro día.
-        Si, ya recuerdo ¿sabes algo del novio de Ana?
-        Estuvo aquí ayer noche, le di tu teléfono, pero usó el papel para liarse un canuto, así que te aviso de que no te llamará, jaja. Pero te puedo decir que el sábado que viene tiene carrera por si lo quieres encontrar.
-        ¡Sí! Cómo no ¿Dónde va a ser?
-        En Arroyomolinos, en el Polígono de las eras.
-        ¿Sobre qué hora?
-        A las doce.
-        ¿Del mediodía?
-        No panoli ¿dónde has visto tú una carrera ilegal por el día? Hasta ahí podríamos llegar.
-        Oye, muchas gracias, de verdad que te estoy muy agradecido.
-        De nada, hombre, ya sabes dónde me tienes si necesitas de mi mercancía.
-        Bueno, uno nunca sabe cuándo necesitará utilizar los poderes curativos del cannabis. Un saludo.


martes, 27 de mayo de 2014

Adios


Hoy he borrado del Facebook a Jose Carlos, otrora hubiera dicho mi amigo Jose Carlos, por desgracia ya no puedo hacerlo. Los buenos amigos se cuentan con los dedos de una mano y aun así te sobrarán dedos. El dejar de contar con él como mi amigo, no es un acto tan banal como supone el borrarlo de una red social, ha sido un hecho muy doloroso, como si me hubieran arrancado de nuevo el riñón, siento que a partir de ahora me falta algo.

Después de encontrarnos tras treinta años sin tener noticias mutuas, gracias a las maravillas de internet, conseguí encontrarlo en la red y podernos comunicar, tras las albricias le pedí retomar el contacto, necesitaba saber de sus padres y de sus hermanos a los que apreciaba por los recuerdos infantiles que me quedaban de ellos. Era capaz incluso de hacer el sacrificio de tomar alcohol para volver a sentarnos frente a unas voll damm como solíamos mientras intentábamos arreglar el mundo con nuestros diecisiete años. Como dos cincuentones hubiéramos evocado los mágicos momentos de nuestra niñez cuando nos reuníamos en el nuevo barrio recién construido, justo donde entonces terminaba Madrid, más allá solo quedaban escombreras y barbechos.

La rivalidad entre dos pandillas nos unió con unos lazos invisibles e indestructibles. Él era un año mayor que yo, lo que le confería una superioridad sobre mí que le daba la experiencia del que ha vivido un diez por ciento más que tú, por eso desde el primer momento, para mí fue mi hermano mayor, mi confesor, mi maestro, alguien en quien confiar mis pensamientos, mis sueños e incluso mi vida si hubiera sido necesario. Mi admiración hacia él nunca tuvo límites y según seguimos creciendo y acumulando experiencia, nuestra amistad se forjó con eslabones de acero.

No quiero analizar el porqué de nuestra separación, esta se produjo y ya está, otras ciudades, otros ambientes, después de tantos años, qué más da.

De la pandilla los rostros y los rastros se borraron, Domingo marchó a Méjico, Agustín se doctoró en Biología, sabíamos que triunfaría y triunfó, César fallecido de una sobredosis, era el que menos personalidad tenía y eso pasa factura en la vida.

Pero no quiero dejar un sabor amargo a mi escrito, aunque haya perdido a un amigo, me quedan los recuerdos, casi siempre buenos, recuerdo aquella vez que…

Los lunes tienen siempre un deje amargo, después de un fin de semana en la sierra disfrutando del campo con mi bicicleta, del río, etc. El lunes significaba volver a la monotonía que supone tener que volver a coger los libros, suspirar por las tareas incompletas y rezar para que no me preguntasen la lección pues a bien seguro no la sabría.

Lo único bueno del día era volver a ver a mis amigos de la pandilla y de camino al instituto contarnos nuestras aventuras del fin de semana. Ese día fue del todo especial ¡La bomba! Mientras yo, inútil de mí hacía el idiota en el campo como un rústico más, ellos habían conocido a un grupo de chicas. Según Jose Carlos me iba relatando los hechos acaecidos el fin de semana, me iba tirando más y más de mis cabellos.

-     Jose Antonio ¡Lo que te has perdido! Nos fuimos a pasear a los Nuevos Ministerios y allí conocimos a una chicas, de allí nos fuimos a tumbar sobre la hierba de los jardines del museo de Ciencias. Y de pronto ellas nos propusieron besarnos ¡Y con lengua!

-     ¡No jodas! ¿En serio?

-     Te lo juro

Por los rostros extasiados de los demás miembros de la panda colegí que me había perdido una experiencia maravillosa, algo que mi hormonas hacía tiempo que me reclamaban a voz en grito.

Recapitulemos, principios de los años setenta. Franco todavía estaba vivo y firmaba el “enterado” de fusilamientos varios, en los parques no se podía pisar la hierba y mucho menos tumbarse y las parejas solo se besaban en la oscuridad de los cines de barrio, esto era algo que entonces morbosamente contemplábamos con cierta avidez.

Con todas estas premisas, mis amigos habían conseguido besar a chicas, otrosí con lengua. No podía creer en mi mala suerte, pues no solía irme a la sierra más que en los meses de verano, las vacaciones de semana santa y algún que otro fin de semana ¡Y tenía que haber sido precisamente éste!

Para el domingo siguiente no hubo una segunda ocasión para mí, quedamos de nuevo con estas chicas y esta vez no perdí la asistencia al evento, pero no hubo besos, las muchachas habían perdido ya todo interés por los miembros de la pandilla y sus habilidades linguales, por lo que a media tarde se excusaron y desaparecieron de nuestras vidas. Por supuesto que el  más pesaroso quedó fui yo al verse alejar la posibilidad de compartir la experiencia que ellos habían ya disfrutado.

Afortunadamente todo llega en la vida, pero esto se demoró algunos años, mas eso es otra historia.

sábado, 19 de abril de 2014

Cien años sin Gabriel

Abandono momentáneamente mi inapetencia total a escribir, para unirme al homenaje de una persona que verdaderamente se lo merece. Ha muerto Gabriel García Márquez.

Bajo mi prisma fue, junto con Vargas Llosa, el mejor exponente de las letras iberoamericanas del siglo XX, un siglo terriblemente mediocre en cuanto a libros y escritores. Pasado el genial siglo XIX, nos encontramos unos escritores a los que la política nubló  su pluma, perseguidos y perseguidores pusieron su encono en llenar de mediocridad las estanterías.
Quizá porque les pillaba lejos y fuera de onda, estas dos figuras, se encumbraron y hasta consiguieron hacerse un hueco en el Olimpo de los mercantilistas premios Nobel.

Hace ya casi cuarenta años que tomé contacto con su mejor obra. Un día, a la salida del instituto donde esperaba a mi novia de entonces, ésta salió con un pequeño libro entre las manos y una luz en su mirada, me comentó que en clase estaban haciendo un trabajo sobre una novela y estaban ella y todas sus compañeras alborotadas, por lo que me lo recomendaba muy entusiastamente. El libro en cuestión me podía parecer farragoso en cuanto a reconocer a sus personajes, por lo que me adjuntaba una “chuleta” con el árbol genealógico de aquellos.

Por supuesto que no me hizo falta recurrir a ella, comencé la lectura y me fui sumergiendo en un mundo irreal pero cercano, en la que me sentía todos y cada uno de los personajes fueran femeninos o masculinos, yo era ellos. Me maravilló descubrir la existencia del hielo o de las alfombras voladoras que traían los gitanos a Macondo, yo era el coronel Aureliano Buendía esperando mi fusilamiento mientras recordaba todos los alzamientos contra el gobierno, quizás porque en ese momento en España, había algo moviéndose y todos nos sentíamos revolucionarios, aunque ahora con el paso de los años, me siento como él, ya no sé porqué guerreé, ni quiénes eran mis enemigos, visto que todo no sirvió para nada.

El final de la novela llegó con lágrimas asomándome a los ojos, no podía imaginar que al último de la saga los llevasen arrastrando las hormigas, quizás a todos nos espera un final así.

Después, sus otras novelas unas mejores que otras, pero siempre con su toque genial, El amor en los tiempos del cólera, me llevó de nuevo a un ambiente húmedo y pegajoso que transmite un calor tropical y un ambiente de desesperanza.


Pero nada más diré de sus otras obras, Cien años de soledad es desde entonces mi libro de cabecera, lo suelo leer un par de veces al año, soñando e intentando cambiar la realidad que página a página se me va mostrando, quisiera que a esa familia todo le fuera bien, quizás porque la siento mía y me siento protagonista, no un mero espectador, me gustaría reescribir sus pesimistas renglones para levantarme la moral, porque desde entonces mi vida no ha sido igual, soy un simple personaje en manos de un escritor voluble esperando que se me lleven las hormigas.



miércoles, 26 de marzo de 2014

Cuentos

Mis recuerdos de la infancia siempre son en  blanco y negro, más bien grises y oscuros. Quizás se debiera a que vivía en un bajo cuyas ventanas daban a un patio cerrado por una alta valla. Así recuerdo mis cumpleaños, bajo la tamizada luz que entraba por persianas enrollables de láminas de madera.

En esta semioscuridad instalábamos el viejo tocadiscos portátil que mi padre trajo de Alemania cuando estuvo trabajando como emigrante, era por fuera un maletín algo barrigudo, lo abrías y una mitad era el altavoz, en monoaural, todavía el estéreo no estaba disponible. En la otra el plato junto a unos pocos mandos, volumen, revoluciones por minuto y encendido; simplicidad prusiana.
La ventaja que tenía, aparte de evitar tener un trasto permanente en una casa tan pequeña, era que mi hermano y yo, desde muy pequeños éramos capaces de insertar un disco y escuchar la música de los mismos discos una y otra vez que mi padre había traído de Alemania junto con el aparato.

Además de discos que apenas recuerdo sus melodías, mi madre compró una colección de cuentos infantiles. Narraban  relatos de Perrault, Andersen y los hermanos Grimm. Desconozco la intención que tendrían los autores, supongo que además de entretener buscarían un interés pedagógico, pero creo que eran terriblemente crueles, en mi juventud incluso, leí que algunos de estos cuentos se prohibieron en la liberal Suecia. Un país denostado por los sacerdotes del colegio por su protestantismo oficial y las costumbres licenciosas de sus moradores.

Recuerdo aquellas escuchas en el comedor de mi casa escuchando sentado sobre la alfombra en la penumbra ya mencionada. Había cuentos que me hacían meditar sobre lo terrible de la vida.

Nunca olvidaré la historia de los dos conejos que en medio de una cacería discutían sobre si los perros que los acechaban eran galgos o podencos. Los galgos los conocía, eran unos perros zafios que nunca acudían a las llamadas de los chavales ni para darles un jato de pan, pero nunca había visto un podenco, en el barrio nadie tenía mascota, eso es una moda moderna y en la sierra los únicos perros que había eran cruces de mastines como perros de labor, costumbres heredadas de cuando sus ancestros debían proteger al ganado de los extintos lobos, muchos años ha.
Y sobre todo nunca se me va de la mente la pegadilla cancioncilla que uno de ellos entonaba:

Mi abuelo que era un conejo,
viejo muy viejo reviejo
de los perros se sabía cuanto había que saber
y por ser valiente y cuco
se aprendió muy bien el truco
de esconderse o de correr
cuando el perro le acosaba
se ponía él a cantar...
y a los perros ahuyentaba...
Dumbi dumbi dumbi du
Dumbi dumbi dumbi du

Por eso mi buen amigo
yo te doy este consejo
que un día a mi me lo dio
mi abuelo que era un conejo.

No todos los cuentos eran tan amables, o casi, puesto que al final los conejos fenecían entre horribles convulsiones despedazados a dentelladas por los chuchos, había otros peores.

Hansel y Gretel o Garbancito, cuentos muy similares donde unos padres proletarios y empobrecidos ante la inopia más severa, deciden abandonar a sus hijos en lo más recóndito del bosque, en el caso de Garbancito, incluso varias veces ante su inesperado regreso.

Yo miraba a los míos y me echaba a temblar, las cosas no iban bien en casa, el televisor que tanto esfuerzo costó adquirir, se había estropeado, llevaba varios meses sin reparar y sin visos de asomarse el técnico nunca reclamado. Mi padre apenas era visible para el resto de la familia, en aquellos tiempos donde la libranza no era obligatoria, el trabajar de taxista hacía que mi padre trabajara siete días a la semana, desde el albor hasta más allá del ocaso.

¿Serían capaces mis progenitores de, un aciago día, tomarnos de la mano a mi hermano y a mí y llevarnos a dar un nemoroso paseo sin retorno?

Afortunadamente los afanosos desvelos de mi padre evitaron tal quimera, la verdad es que aquél era un mundo con poca maldad, además del registrado en los cuentos, la moral franquista evitaba en lo posible las malas noticias y el sadismo, en la tele lo peor que podía pasar es que Ironside quedara abocado a resolver sus casos en una silla de ruedas, donde todos los malvados acababan con penas gordísimas de cárcel o que el pequeño de los vaqueros de Bonanza se cayera del caballo rasguñándose el pobre. Todo esto hacía que nunca viera, como es posible hacerlo ahora, noticias o series de televisión donde aparecieran padres psicópatas capaces de las mayores atrocidades.

Afortunadamente un día apareció el técnico de la televisión, aquella gris con dos botones: UHF y VHF y un mando para el volumen y después de hurgar en sus interioridades, la magia del mundo reapareció a través de su tubo catódico, ya no tendría que verla en casa de mis amigos como un paria y sobre todo ya podía irme de paseo con mis padres sin tener que echarme un mendrugo de pan para hacer miguitas en el bolsillo de mi pantalón.










domingo, 9 de marzo de 2014

Roberto

Todavía recuerdo cuando vi a Inma con los ojos rojos, arrasados en lágrimas, no necesité que me dijera nada, su triste mirada lo decía todo, ella había sido comisionada por la familia para buscarte entre todos los cuerpos que aguardaban una identificación cierta por parte de un familiar. En ese momento supe que nos habían arrebatado una buena persona, que nunca te íbamos a ver.
La plataforma de MRW era lo más parecido al reino de la injusticia que conocía jamás, unos seres odiosos trabajaban allí buscando entre los mensajeros que íbamos a retirar la mercancía para el reparto, cualquier nimia falta para ponernos una sanción, en mi caso no me terminaba de preocupar, pues las multas las pagaba mi jefe, pero había otros franquiciados que devengaban las multas de los salarios de los sancionados.
Todos menos uno, ese era Roberto, alguien con quien se podía conversar, si tenías algún problema te ayudaba e incluso si por algún casual se te había olvidado la chapa identificativa, te avisaba para que volvieras a la furgoneta.
Casualmente su madre vivía en mi barrio y algunas veces le recogía cuando terminaba su jornada y lo acercaba hasta allí, me hablaba de su mujer y lo que costaba amueblar el piso y lo lejos que trabajaba la pobre, pues tenía que tomar el cercanías todos los días.
Precisamente ese 11 de Marzo lo tomó junto a ella, al parecer había tenido problemas con una gentuza y tenía miedo, Roberto no me imagino cómo podría defenderla pues otro golpe de su vida le llevó casi todos los dedos de las manos, dejándole los justos para poderse manejar mínimamente en su vida, pero lo hacía con toda la naturalidad del mundo.
Pero lo que sé que nunca perdonaré es a quienes apagaron la vela de vuestra vida de un soplo, ni a las malas personas que regían la empresa de mensajería MRW, que mientras España entera lloraba, mientras Madrid estaba en la calle protestando por la sinrazón, todos los trabajadores de MRW no pudimos hacer otra cosa que seguir trabajando pues los cobardes franquiciados tampoco fueron capaces de cerrar al igual que lo hizo toda España. Aún recuerdo la calle Seco totalmente apagada sin más luz que la que salía de nuestro local, no importaba nuestro dolor ni nuestra indignación, allí había un sinvergüenza que nos obligó bajo su indignidad a estar allí esperando nada, pues nadie estaba trabajando.
Hoy Roberto, he estado en el hortera, horroroso y chapucero monumento de Atocha, como siempre las autoridades dando la nota. Pues bien, allí he visto tu nombre entre todos los nombres de aquellas personas cuyo único delito fue estar en un tren para ir como todos los días a trabajar en paz, una paz que nos quieren hacer creer que nos quitaron cuatro chalados y que nadie se lo cree más que los mentirosos que nos quieren hacer partícipes de su embuste.
Roberto, nunca te olvidaremos.




miércoles, 26 de febrero de 2014

Detective por sorpresa VI

Me estaba convirtiendo en un investigador de fin de semana, pero obviamente por razón de mi trabajo no podía hacer otra cosa, otra semana volcado en mi trabajo, deseando que llegase el viernes para poder dedicarme a la investigación que me corroía por dentro, había avanzado en mi investigación de todas formas, más de lo que nunca llegué a imaginar averiguando incluso cosas que no había conseguido la policía.
El viernes se presentó con mil dudas, no sabía muy bien dónde dirigir mis pasos este fin de semana, por lo que ante mis dudas, me senté a esperar que me llegase la inspiración.
Lo que sí que recibí fue la llamada de Rosa, una antigua compañera de trabajo, dueña de una curiosa historia. Al año de casarse enviudó repentinamente, la carretera la hurtó la compañía de su marido, lo que nadie en la oficina pensaba es que las hormonas bullían en su interior, pobre, con veintidós años se veía muy sola, demasiado para todos los años que contaba vivir, lo que la llevó a una interesante estrategia de pesca con anzuelo. A los cuatro meses de enviudar se despojó de su luto mental y comenzó a lanzar el cebo en cualquier río e incluso charco donde hubiera peces, preferiblemente besugos o más bien salmones desenfrenados por llegar al final del arroyo para copular con cualquier hembra dispuesta a ello. Además ponía como aliciente el morbo de hacerlo con la pobre “viudita”, ideal para mentes calenturientas:
Creo que fui de los primeros a los que mostró el tentador cebo, pero siempre hice caso de Cela y su frase “donde tengas la olla, no metas la p...” Y es que los líos entre compañeros de trabajo no suelen salir bien, además no estaba seguro que solo me quisiera para un “apaño” sino más bien creo que pensaba para un emparejamiento sin fecha de caducidad.
El siguiente pececillo se tragó el anzuelo con sedal y todo, un pollito obeso y obseso al que los granos que marcaban su cara, indicaban la verosimilitud del dicho que indicaba que el onanismo produce erupciones cutáneas. Al principio alardeaba entre los compañeros de la cantidad e intensidad de los encuentros carnales con la viudita de marras, solía rematar la erudita charla con un: -Pues sí tenía hambre la pobrecilla.
Al poco tiempo al chaval ya no le empezó a gustar el hacernos partícipes de sus habilidades en la cama, ni consentía chistes sobre ello, por lo que dedujimos que la fase dos, o sea el noviazgo había comenzado, éste fue muy breve pues al poco de celebrar el aniversario del óbito del primer marido, llenó el libro de familia con una página más.
A los dos años se marcharon de la empresa y les vi esporádicamente, supe que tuvieron una hija y que hacía unos años se habían separado, al parecer el pececito había caído en las redes de la ludopatía, lo que llevó a la destrucción del vínculo, no somos nadie.
Realmente no me llamó por teléfono, sino por ese invento del diablo llamado “guasap” o algo así, realmente me pareció increíble que me hubiera localizado, pensaba que ella hubiera perdido mi número de teléfono a la par que yo perdí el suyo “quid pro quo”.
No sé muy bien si es cierto que la curiosidad mató al gato, pero a mí me picaba (la curiosidad) de saber algo de su vida, suponía que el tiempo, la edad y sobre todo la menopausia, habrían atemperado sus instintos depredatorios, por lo que acepté tener una cita con ella, por supuesto sin que lo supiera mi mujer.
Ella insistió que quedáramos en su barrio para tomar unas cañas en un bar que conocía donde cantaba las excelencias de sus tapas, como buen caballero que soy, acepté y el sábado por la mañana me encaminé hacia la cita. Allí, en la salida del metro, me aguardaba ella sonriente, después de los dos besos de rigor, caminamos por un bulevar aledaño mientras conversábamos contándonos las nuevas en nuestras vidas. La encontré con buen aspecto, pocas líneas de expresión en su rostro y el mismo tipo enjuto pero con las justas redondeces en los lugares adecuados.
Llegamos a la puerta de un bar que estaba cerrado por descanso del personal, “casualmente” era el tan alabado por ella y “casualmente” era en la puerta de al lado de su casa, ante su insistencia de pasar a tomar unas cervezas que ella siempre guardaba frescas en su refrigerador, no tuve más remedio que aceptar.
Entramos en su casa y me dijo el consabido: -Ponte cómodo.- Así que me senté en el sofá, un poco envarado, para qué negarlo. Ella desapareció en la cocina y al poco apareció portando en sus manos dos vasos llenos de cerveza, lamenté no haberla dicho que no bebía alcohol, supongo que por un día no pasaba nada.
Seguimos charlando sobre nimiedades, como si ya hubiéramos agotado todos los temas que teníamos en común, dejé en la mesita mi vaso de cerveza casi vacío y al recostarme en el sofá algo se me abalanzó sobre mí, cerré los ojos por puro pánico y abrí la boca, justo a tiempo pues otra lengua que no era la mía se introdujo en ella. No fue lo único, una mano que no era la mía se introdujo entre la cremallera de mi pantalón, hubiera jurado que la llevaba cerrada no hacía mucho. Todo esto hizo que mi cuerpo se negara a responder a mi mente y solo atendía a los impulsos de yo qué sé qué órgano que pulsaba mi sangre por todas mis extremidades, todas.
Entre ellas se encontraban mis manos, por más que intentaba detenerlas, ellas se hicieron con el cierre del sujetador de la fiera que me estaba devorando y a la primera (!) conseguía desabrocharlo, por lo que enseguida hubo un cambio en lo que se introducía en mi boca, ahora era un pecho lo que ansiosamente besaba.
El cambio de posición hizo que me encontrara con ella sentada sobre mí y que mi miembro se introdujera con su ayuda dentro de ella, Dios mío – Pensé. - ¿Acaso no llevaba bragas? Pues no recordaba habérselas quitado.
Después de un intercambio de fluidos, ella por fin me liberó de su mortal abrazo por lo que pude relajarme y equilibrar mi respiración. Se hizo un silencio entre los dos que me incomodaba sobremanera, sentía el irrefrenable deseo de romperlo, pero a la vez sabía que debía decir algo realmente conveniente, así que me arriesgué.
-        ¿Así recibes a todas tus visitas?
-        A ti sí, ya te tenía ganas.
-        Qué susto, pensaba que era con todos, incluido el que viene a revisar el contador del gas.
-        Desde luego no has cambiado nada.
-        Tú tampoco.
Después de ducharme, corrí como alma que lleva el diablo y me marché a casa andando a marchas forzadas para conseguir sudar un poco, no es que fuera muy ducho en el arte de engañar a mi mujer, pero no quería que un olor extraño delatase mi infidelidad.
Me sentía a la postre como el pececillo que no quería ser, había picado en el anzuelo, no voy a negar que había recibido mi compensación, pero no tenía nada claro que fuera a volverla a ver.

El resto del fin de semana lo dediqué a leer y a estudiar, cosas ambas que tenía algo abandonadas, quizás sirvió como expiación, o no.



Safe Creative #1403010278657

viernes, 21 de febrero de 2014

Detective por sorpresa V

Todos tenemos un enemigo acérrimo en nuestra vida, Supermán tiene la kriptonita, Batman al Joker, Serlock Holmes a Moriarty y yo tenía a mi primo Tomasín.
Era como el repelente niño Vicente. Un año mayor que yo, por lo que era más fuerte y al ir un curso adelantado, mucho más listo, era repelente hasta la nausea, cada trimestre me pasaba por las narices sus asquerosas notas plagadas de sobresalientes, a mí francamente me importaba un bledo, pero para mis padres era el ejemplo del hijo perfecto y sabía que tardarían pocos instantes en recordarme las notas de mi primo con la aborrecible coletilla: “aprende de tu primo”
Siempre en los juegos abusaba de mí y de mi hermano, por supuesto que nos ganaba en los juegos reunidos Geyper incluso en los de puro azar, por lo que es de creer que alguna trampa nos hacía. Las visitas a su casa eran un suplicio en el que contábamos los minutos que nos faltaban para volver a nuestra casa y dejarle con sus insidias.
Un año, para nuestra desgracia, mis padres le invitaron al veranear con nosotros a Alameda. ¡No me lo podía creer! Siquiera en el verano ese año íbamos a perderlo de vista, mis escapadas por el valle, mis paseos, mis chapuzones en el rio, mis cacerías de ranas, renacuajos y cualquier sabandija que se pusiera a tiro, los juegos con mis amigos en las escuelas, mis meriendas al ocaso de pan con bacón, todo esto iba a quedar empañado al tener a mi lado a esa rata apestosa que es mi primo.
Desde el primer día nos hizo saber quién era era el macho alfa  de la manada, dejándonos en un discreto segundo plano a mi hermano, a mí y a mi amigo Ricardito (curiosa la manía imperante de diminutivizar los nombres de los niños tenían nuestros padres, de la que no me libraba, mi nombre quedo reducido a Toñín) Los días fueron transcurriendo bajo la implacable dictadura de Tomasín, pues él se quedaba con las varas de fresno más rectas, su bote era el que más renacuajos tenía y en el río era implacable haciéndonos ahogadillas, todo esto completado con el reparto diario de capones para que nos se nos olvidase quién era el que mandaba.
¿Cómo podía ser que un niño pidiese a Dios que terminase de una vez el verano, para poder empezar las clases? Así de esa forma solo tendría que verlo un par de veces al mes y no de esta manera, todos los días. ¡Qué lejos estábamos de imaginar que sus días de dictador estaban contados!
Por parte de madre tenía otro primo, Jesusín, que era una mala bestia, había nacido pesando casi cinco kilos, a la comadrona casi se la acaba el hilo de suturar, no es que me llevase bien con él, también tenía tendencia a ser un abusón, pero claro, nunca puede haber dos gallos en un gallinero y lo que tenía que pasar, pasó.
Jesusín pasaba la mitad del verano con sus otros veranos en Albacete y  agosto lo pasaba con mi abuela y mi tía soltera. En cuanto llegó, Mi hermano, Ricardito y yo, corrimos a cobijarnos bajo sus alas protectoras cual pollitos, contándole nuestras penurias pasadas. Jesusín se sulfuró y el medio tornillo que le faltaba, se terminó de desenroscar, bajó hacia el río donde nos aguardaba Tomasín y sin mediar palabra alguna le soltó un sopapo que le mandó KO a la hierba sin esperar al final de la cuenta de diez.
Jesusín había tenido un mal día, había madrugado para venir al pueblo y para su constitución que ya principiaba una obesidad incipiente, las ocho horas de sueño eran sagradas, por lo que la mala baba que le consumía la pagó con el bulto que tenía a sus pies. Un par de patadas en la cabeza del durmiente le hicieron despertar y soltar unos quejumbrosos gritos lastimeros, pero la fiera era sorda a sus ruegos. Por aquél entonces estaba de moda en la plaza de toros de las Ventas y en el campo del Gas, el catch as catch can, es decir la lucha libre americana, por lo que Jesusín quiso emular a nuestros ídolos del ring con unas llaves y unos saltos sobre el maltrecho cuerpo de su rival.
La conclusión fue que afortunadamente éramos cuatro para recoger el derrelicto, cada uno por una extremidad y así llevarlo a nuestra casa para agotar las existencias de árnica que hubiera en el botiquín de mi madre.
Miel sobre hojuelas, después del consiguiente escándalo en nuestra familia, no volvimos a saber nada de Tomasín, su padres y los míos se retiraron la palabra con lo que la aventura fue mejor de lo esperado.
Cuarenta y cuatro años después, nuestras vidas se volvían a cruzar.
-        Tomasín. –Musité.
-        Don Tomás, si no te importa.
-        Qué pequeño es el mundo.
-        ¿No habrás venido a empezar a medirlo en mi despacho?
-        Imagínate, no es por mi gusto el venir a verte.
-        Pensaba que por fin visitabas la universidad como alumno.
-        Sigues errado, ya no me haces daño, tampoco conoces mi vida lo suficiente, para tu pesar te diré que si soy universitario.
Llevaba un par de años matriculado en la UNED, me había dado el gusto de hacer el examen de acceso y aprobarlo, pero mis estudios de historia no avanzaban según mis expectativas, claro que esto no se lo iba a decir.
-        Te diré que el motivo de mi visita es recabar información sobre una alumna tuya que seguro que recuerdas, Ana, casualmente de Alameda del Valle, con la que tuviste alguna diferencia a la hora de valorar su examen y que ahora figura como desaparecida.
-        Si, recuerdo a esa paleta, qué quieres que te diga, me alegro que haya desaparecido, ojalá no vuelva, así me evitará su presencia y el tener que seguir haciéndola la vida imposible.
-        No imaginaba que fueras tan miserable.
Una gran transformación se llevó a cabo ante mí, hasta ese momento Tomasín, Tomás, me hablaba sosegado, pero ahora se levantó de golpe apoyando los nudillos en la mesa haciendo car la silla en la que estaba sentado, las mejillas enrojecieron y los ojos amenazaban con salírsele de las órbitas.
-        ¡Tú no sabes nada! Jamás en la vida me he sentido más humillado, no sabes la de noches en las que apenas cerraba los ojos, se me figuraba la cara del salvaje de tu primo saltando sobre mi cuerpo, me despertaba en medio de la noche empapado en sudor y llorando amargamente. Todavía alguna noche, después del tiempo transcurrido me estremezco solo con recordar aquél aciago día.
-        ¿Y por eso tuviste que pagarlo con la chiquilla? ¿No te da vergüenza? ¿Qué daño te hizo ella?
-        ¿No lo entiendes? Es de Alameda, de aquel maldito pueblo donde nunca debí ir, maldigo a todos los de allí, maldigo a tus padres, a tu primo y sobre todo ¡Te maldigo a ti!
-        Das pena, eres un enfermo ¿De qué te sirve tu tan cacareada inteligencia? Éramos unos críos, nada debió salir de allí, a ti te pegaron y tu nos pegabas ¿Qué diferencia hay? No te odio, te olvidé hace muchos años, no eres nada para mí.
Lentamente recogió del suelo la silla y la volvió a colocar, se sentó en ella y apoyando los codos en la mesa se tapó la cara con las manos pesaroso. Esperaba que no tuviera el mal gusto de ponerse a llorar delante de mí.
-        ¿Sabes algo sobre la desaparición de Ana?
-        No ¿Acaso soy el guardián de mi hermano?
-        Espero que así sea, si tengo alguna duda vendré y comprobaré si todavía me puedes, o mejor aún, traeré a mi primo Jesusín.
Una risotada surgida del averno me despidió, babeando, con los ojos inyectados en sangre y la mirada perdida, abrió un cajón de la mesa y extrajo de él una pistola con la que apuntó al techo mientras me gritaba:
-        ¡Venid! ¡Venid, si os atrevéis, os estaré esperando!
Abandoné el despacho entre la mirada atónita de los curiosos atraídos por sus gritos.



Safe Creative #1403010278657

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails