martes, 17 de enero de 2012

La abadía

Como una jauría, si, eso mismo le parecían sus perseguidores, una jauría desbocada persiguiendo a una liebre, lástima que la liebre fuera él, siquiera el haberse introducido en el fragoso bosque le había dado la ventaja que anhelaba, no había servido esta vez para despistar a sus enemigos, esta vez debían de ser expertos en estas lides, además de contar con excelentes sabuesos, a los que con sus tretas no había sido capaz de despistar, lo había intentado todo, desde circular un largo trecho dentro de un arroyo, hasta volver sobre sus propios pasos varias veces, de manera desesperada jugó su última carta rebozándose las calzas con excrementos de vaca, pero no logró distraer un instante el olfato de los perros.
La fatiga se iba apoderando de él, llevaba casi todo el día corriendo a pié desde que en un mal salto había perdido a su caballo, una pata fracturada en el pero momento, se entretuvo lo justo para poner fin a su sufrimiento, si bien no le importaba el sufrimiento de sus congéneres, incluso a veces disfrutaba infringiéndolo, era incapaz de ver como un noble animal sufría, lo degolló con un experto tajo y allí mismo dejó las alforjas con su botín, pensando que quizás sirviera para detener la persecución, lo que no había logrado a su pesar.
Se encontraba en lo más intrincado del bosque, por cierto un bosque que apenas recordaba, por lo que desconocía cualquier sendero o atajadero que le diera cierta ventaja, iba cada vez más a ciegas pues ciertamente la noche se iba abatiendo sobre todos, varias veces estuvo a punto de caer en precipicios que se asomaban a negras aguas turbulentas entre riscos, las más veces las ramas de los árboles le herían en cara y manos entorpeciéndole su huída y llenándole el cuerpo de arañazos que iban dejando su cuota en sangre.
Un cuarto de luna salió de pronto entre las nubes mostrándole más adelante la sombría forma de un edificio de piedra en lo alto de un otero, no se lo pensó dos veces y hacia allí dirigió sus pasos, una vivienda significaba un lugar de cierto cobijo, descanso o donde alimentarse y si la suerte acompañaba, donde conseguir un caballo para facilitar su huída.
Una alta valla de piedra le guió hacia la entrada del recinto, allí se aclaró su rostro con una sonrisa, ¡estaba salvado! Recorrió los pocos metros hasta la abadía, justo a tiempo, pues casi podía sentir el aliento de sus perseguidores, golpeó con todas las fuerzas que le quedaban en la puerta y una suave voz le contestó:
-    ¿Quién vive?
-    Mi nombre es Luis de la Peña y reclamo mi derecho de acogerme a sagrado.
-    Pasad pues, voy a buscar al padre prior, para ver que es lo que gusta de disponer.
Me introduje suspirando de alivio dentro del cenobio dejándome caer derrumbado en un poyo junto a la puerta, no podía creer en mi buena suerte, acababa de dejar con un palmo de narices a mis perseguidores, esta noche podría descansar y yantar y más adelante en un descuido de los guardianes que a buen seguro pondrían fuera de los muros de la abadía, escaparía de allí seguramente lleno el zurrón de alguna reliquia o del copón de oro de la sacristía, algo para poder resarcirme de la pérdida del botín que atrajo tras de mí a la jauría.
-    Por favor, descalzaos y seguidme
El fraile portero apareció de repente delante de mí sin darme cuenta de su llegada, seguramente al estar cavilando no me di cuenta  de su aparición ni por donde había llegado.
-    ¿Por qué he de quitarme las calzas?
-    Estáis pisando sobre suelo bendecido por nuestro fundador.
-    Por favor, coge esa cruz y sígueme.
-    Pero, ¿por qué?
-    Sígueme, por favor, todo a su tiempo.
Vaya, no sabía si era costumbre allí, así que recogí un pesado madero en forma de cruz y me lo encimé sobre el hombro, siguiendo al curioso personaje a través de una galería porticada, esta salía al claustro, donde encontré más monjes, cada uno de ellos portando también una cruz, por lo que me uní a ellos caminando por las pandas, no sé por qué, pero una pesadez se fue apoderando de mi ser, era incapaz de pensar con claridad, mis sentidos se iban embotando, mi vista nublada apenas me permitía vislumbrar la espalda del monje que me precedía, solo era capaz de andar cargando con el pesado madero, un paso, después otro, otro más, así una hora tras otra, un día tras otro, un mes tras otro, un año tras otro, siglo a siglo, eón a eón, dando vueltas sin parar subido a este loco carrusel del que soy incapaz de apearme, con un dolor infinito de huesos y articulaciones, no sé dónde está el alma, pero seguro que también me duele, mi pies descalzos acuchillados por el sempiterno frío que transmiten las baldosas, incapaces de sangrar a pesar del rozamiento, puede que sea porque ya me he convertido en un espectro y los espectros no sangran, solo penan.




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-    ¡Maese Lope! Fijaos, el rastro se pierde aquí, justo en las ruinas de la vieja abadía.
-    ¡Rodeadla, no puede andar muy lejos!
-    Pero maese, los perros han perdido su rastro, parece como si se hubiese volatilizado.
-    ¡Maldita sea, no puede quedar sin castigo ese bellaco!
-    ¡Chitón! Me parece oír algo.
-    Es cierto, un lejano rumor se oye… parece un madero arrastrándose.
-    ¡Bah! No es posible, prosigamos la búsqueda por aquella vereda.




6 comentarios:

  1. Parece que D. Luis de la Peña cayó en un infierno disfrazado de purgatorio. No purgaba, penaba...

    Un abrazo

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  2. Hola J.A.
    Lo primero; ¡¡Muchas Felicidades!!

    Me gusta el relato pero, ya sabes mi debilidad... esa foto, qué te puedo decir de esa foto... me muero de envidia de no estar ahí para ver ese lugar en persona.

    Un fuerte abrazo.

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  3. Creo que yo también me siento un espectro... por lo de la pena.
    Besotes

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  4. Algunos se lo buscan a la luz de las velas. Fabuloso relato maestro Jose. Un abrazo.

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  5. Escalofriante final, no me lo esperaba. besos.

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  6. Muy bueno tu relato Jose Antonio, me ha encantado y me ha atrapado de principio a fin con la atmósfera que has ido creando. Por cierto, he intentado varias veces ponerte un comentario pero no me ha dejado, a ver si hoy si puedo. Un beso,

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