miércoles, 26 de febrero de 2014

Detective por sorpresa VI

Me estaba convirtiendo en un investigador de fin de semana, pero obviamente por razón de mi trabajo no podía hacer otra cosa, otra semana volcado en mi trabajo, deseando que llegase el viernes para poder dedicarme a la investigación que me corroía por dentro, había avanzado en mi investigación de todas formas, más de lo que nunca llegué a imaginar averiguando incluso cosas que no había conseguido la policía.
El viernes se presentó con mil dudas, no sabía muy bien dónde dirigir mis pasos este fin de semana, por lo que ante mis dudas, me senté a esperar que me llegase la inspiración.
Lo que sí que recibí fue la llamada de Rosa, una antigua compañera de trabajo, dueña de una curiosa historia. Al año de casarse enviudó repentinamente, la carretera la hurtó la compañía de su marido, lo que nadie en la oficina pensaba es que las hormonas bullían en su interior, pobre, con veintidós años se veía muy sola, demasiado para todos los años que contaba vivir, lo que la llevó a una interesante estrategia de pesca con anzuelo. A los cuatro meses de enviudar se despojó de su luto mental y comenzó a lanzar el cebo en cualquier río e incluso charco donde hubiera peces, preferiblemente besugos o más bien salmones desenfrenados por llegar al final del arroyo para copular con cualquier hembra dispuesta a ello. Además ponía como aliciente el morbo de hacerlo con la pobre “viudita”, ideal para mentes calenturientas:
Creo que fui de los primeros a los que mostró el tentador cebo, pero siempre hice caso de Cela y su frase “donde tengas la olla, no metas la p...” Y es que los líos entre compañeros de trabajo no suelen salir bien, además no estaba seguro que solo me quisiera para un “apaño” sino más bien creo que pensaba para un emparejamiento sin fecha de caducidad.
El siguiente pececillo se tragó el anzuelo con sedal y todo, un pollito obeso y obseso al que los granos que marcaban su cara, indicaban la verosimilitud del dicho que indicaba que el onanismo produce erupciones cutáneas. Al principio alardeaba entre los compañeros de la cantidad e intensidad de los encuentros carnales con la viudita de marras, solía rematar la erudita charla con un: -Pues sí tenía hambre la pobrecilla.
Al poco tiempo al chaval ya no le empezó a gustar el hacernos partícipes de sus habilidades en la cama, ni consentía chistes sobre ello, por lo que dedujimos que la fase dos, o sea el noviazgo había comenzado, éste fue muy breve pues al poco de celebrar el aniversario del óbito del primer marido, llenó el libro de familia con una página más.
A los dos años se marcharon de la empresa y les vi esporádicamente, supe que tuvieron una hija y que hacía unos años se habían separado, al parecer el pececito había caído en las redes de la ludopatía, lo que llevó a la destrucción del vínculo, no somos nadie.
Realmente no me llamó por teléfono, sino por ese invento del diablo llamado “guasap” o algo así, realmente me pareció increíble que me hubiera localizado, pensaba que ella hubiera perdido mi número de teléfono a la par que yo perdí el suyo “quid pro quo”.
No sé muy bien si es cierto que la curiosidad mató al gato, pero a mí me picaba (la curiosidad) de saber algo de su vida, suponía que el tiempo, la edad y sobre todo la menopausia, habrían atemperado sus instintos depredatorios, por lo que acepté tener una cita con ella, por supuesto sin que lo supiera mi mujer.
Ella insistió que quedáramos en su barrio para tomar unas cañas en un bar que conocía donde cantaba las excelencias de sus tapas, como buen caballero que soy, acepté y el sábado por la mañana me encaminé hacia la cita. Allí, en la salida del metro, me aguardaba ella sonriente, después de los dos besos de rigor, caminamos por un bulevar aledaño mientras conversábamos contándonos las nuevas en nuestras vidas. La encontré con buen aspecto, pocas líneas de expresión en su rostro y el mismo tipo enjuto pero con las justas redondeces en los lugares adecuados.
Llegamos a la puerta de un bar que estaba cerrado por descanso del personal, “casualmente” era el tan alabado por ella y “casualmente” era en la puerta de al lado de su casa, ante su insistencia de pasar a tomar unas cervezas que ella siempre guardaba frescas en su refrigerador, no tuve más remedio que aceptar.
Entramos en su casa y me dijo el consabido: -Ponte cómodo.- Así que me senté en el sofá, un poco envarado, para qué negarlo. Ella desapareció en la cocina y al poco apareció portando en sus manos dos vasos llenos de cerveza, lamenté no haberla dicho que no bebía alcohol, supongo que por un día no pasaba nada.
Seguimos charlando sobre nimiedades, como si ya hubiéramos agotado todos los temas que teníamos en común, dejé en la mesita mi vaso de cerveza casi vacío y al recostarme en el sofá algo se me abalanzó sobre mí, cerré los ojos por puro pánico y abrí la boca, justo a tiempo pues otra lengua que no era la mía se introdujo en ella. No fue lo único, una mano que no era la mía se introdujo entre la cremallera de mi pantalón, hubiera jurado que la llevaba cerrada no hacía mucho. Todo esto hizo que mi cuerpo se negara a responder a mi mente y solo atendía a los impulsos de yo qué sé qué órgano que pulsaba mi sangre por todas mis extremidades, todas.
Entre ellas se encontraban mis manos, por más que intentaba detenerlas, ellas se hicieron con el cierre del sujetador de la fiera que me estaba devorando y a la primera (!) conseguía desabrocharlo, por lo que enseguida hubo un cambio en lo que se introducía en mi boca, ahora era un pecho lo que ansiosamente besaba.
El cambio de posición hizo que me encontrara con ella sentada sobre mí y que mi miembro se introdujera con su ayuda dentro de ella, Dios mío – Pensé. - ¿Acaso no llevaba bragas? Pues no recordaba habérselas quitado.
Después de un intercambio de fluidos, ella por fin me liberó de su mortal abrazo por lo que pude relajarme y equilibrar mi respiración. Se hizo un silencio entre los dos que me incomodaba sobremanera, sentía el irrefrenable deseo de romperlo, pero a la vez sabía que debía decir algo realmente conveniente, así que me arriesgué.
-        ¿Así recibes a todas tus visitas?
-        A ti sí, ya te tenía ganas.
-        Qué susto, pensaba que era con todos, incluido el que viene a revisar el contador del gas.
-        Desde luego no has cambiado nada.
-        Tú tampoco.
Después de ducharme, corrí como alma que lleva el diablo y me marché a casa andando a marchas forzadas para conseguir sudar un poco, no es que fuera muy ducho en el arte de engañar a mi mujer, pero no quería que un olor extraño delatase mi infidelidad.
Me sentía a la postre como el pececillo que no quería ser, había picado en el anzuelo, no voy a negar que había recibido mi compensación, pero no tenía nada claro que fuera a volverla a ver.

El resto del fin de semana lo dediqué a leer y a estudiar, cosas ambas que tenía algo abandonadas, quizás sirvió como expiación, o no.



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6 comentarios:

  1. Siendo tan fogosa la muchacha hubiera sido una proeza resistirse. Además a lo hecho, pechos! Un abrazo y feliz finde.

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  2. jajaja al final y después de tanto tiempo logro cazar la presa que tanto anhelaba. Menos mal que una buena ducha lava todos los pecados. Un abrazo.

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  3. Nada como uma aguada para lavar a alma.... ahahaha
    Admiro seu dom para a escrita.

    Beijo.

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  4. Deja ya de soñar y saca algo de tiempo para vernos. Las únicas que pillas son las cañas, las chicas siempre se te escapan. Por algo será.

    Zorro Corredero

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  5. Uf, mereció la pena leer todos los capítulos que me perdí al final se me hicieron cortos. besos.

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  6. Jajaja
    Ese fin de semana concediste un respiro a la investigación del caso de Ana, pero te regalaste el excitante sobresalto jaja.

    luego continuaré leyendo.

    :))

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