miércoles, 13 de agosto de 2014

Buscando a Ana VII

VII
Conduciendo por la Nacional I camino de Alameda, iba pensando en la llamada de Elvira que me rogaba que fuera a su casa, alguien aprovechando su ausencia mientras se dedicaba a las labores del campo, había entrado y había registrado la casa, especialmente la habitación de Ana. Al parecer no se habían apoderado de nada, pero me pedía que de todas formas me acercara. Por lo que este fin de semana tocaba jira campestre, cogí el Panda de mi madre y conseguí que me acompañara mi mujer y los perros.
A la altura de La Cabrera, a mano izquierda, el pico de la Miel me recuerda que ya soy muy mayor para trepar por sus paredes, lo que no hice con dieciocho años, con cincuenta y cuatro no procede.
Sin embargo me deja bellos recuerdos de mi juventud cuando pensaba convertirme en un Perez de Tudela o un Reinhold Messner, solo fue eso, sueños de juventud mientras pateaba la sierra de Guadarrama en acampadas junto con amigos que el tiempo borró de mi memoria. A pesar de todo, todavía suelo escaparme por la Pedriza del Manzanares y Cercedilla, solo o con nuevas compañías rememorando aquellos años y volviendo a disfrutar de unos paseos en la naturaleza, intentando saturarme de oxígeno y de maravillosos paisajes, además de la contemplación de cualquier árbol o roca distinto de los demás, algo que se salga de la uniformidad y la ortodoxia que marcan las leyes de la naturaleza.
A pesar de no ir muy deprisa con el coche, es difícil conducir cuando tienes la mente puesta en el limbo de los recuerdos, una leve pereza te invade y desearías no estar dentro de un cajón metálico y con ruedas, sino en el campo sentado en la hierba y con los pies sumergidos en un arroyo.
Con todos estos pensamientos, me acerqué por fin a mi destino, una doble curva anuncia el desvío hacia el pueblo donde fui tan feliz en mi niñez.
Tengo que decir que Alameda del Valle es un pueblecito de la sierra norte de Madrid y como todos los de la zona, fue castigado duramente por la emigración, esto le hizo perder su identidad además de la juventud que marchó a la capital.
Recuerdo que de pequeño encontrar a alguien desconocido era una novedad, hacerlo ahora con alguien que conozca, es una quimera. Esta invasión de nuevos vecinos que adquirieron aquí su segunda residencia, hizo que tras el boom de la construcción y la anterior bonanza económica, desaparecieran dentro del casco urbano todos los pajares y huertos, así como las antiguas viviendas seculares. Un mutación de casas y chalets de todos tipos, algunos verdaderamente horteras y fuera de lugar, han hecho que Alameda, al igual que los pueblos adyacentes, se hayan convertido en un espanto urbanístico.
Aun así conserva sus encantos, los maltratados chopos de la ribera del río sobreviven a duras penas a las feroces talas consentidas por el consistorio, la iglesia y el ayuntamiento acompañan a la media docena de bellos pajares que, algunos sin techumbre, se empeñan en mostrarnos las huellas de un bello pasado rural.
Además el valle del Lozoya nos muestra un entorno cerrado, opresor, donde cualquier camino se empina la poco entre las montañas que cierran el valle y dan un tono multicolor según transcurren las estaciones y las hojas de los robles van transmitiendo su paleta a través de sus hojas.
Me podría tirar horas relatando las excelencias del lugar, pero éste no es el motivo de este relato, así que de vuelta a la realidad, me dispuse a visitar  a Paco y Elvira.
Cuando llegué a su casa, sus rostros severos denotaban que no había buenas noticias que recibir.
-        ¡Buenos días!
-        Pasa Jose, queremos enseñarte una cosa
Accedí por la escalera a su vivienda y me guiaron hasta la segunda planta, en el pasillo Elvira se quedó plantada ante la puerta abierta de una habitación.
Me asomé sin entrar todavía y contemplé como los efectos de un tornado, o algo parecido, causan en una habitación otrora ordenada. Absolutamente todos los objetos estaban caídos por el suelo en un maremágnum de papeles, cuadros, muñecos, ropa y demás utensilios, el colchón de la cama mostraba varios desgarrones y algunos muelles afloraban de él, los cajones de las mesillas aparecían volcados y esparcido su contenido por doquier. Creo que en algunas películas de gangsters hay cuadros realmente similares a lo que se figuraba ante mis ojos.
-        ¿Has visto? ¿por qué lo habrán hecho? – Me interpeló Elvira.
-        Vaya, está claro que buscaban algo ¿Cuándo ocurrió?
-        Antes de ayer, por eso te llamé para que vinieras lo antes posible.
-        ¿Lo saben las autoridades?
-        Avisamos a la guardia civil de Rascafría, hicieron unas fotos y tomaron huellas de los picaportes, pero no nos dieron muchas esperanzas.
-        ¿Solo han registrado esta habitación?
-        Si, el resto de la casa estaba tal como lo dejamos, no se han llevado nada de valor, ni televisores ni dinero, nada. Sabían muy bien donde registrar.
-        ¿Habéis echado a faltar algo de la habitación de Ana?
-         No, a simple vista parece que no falta nada, fíjate en ese pico de la cama está su joyero y el contenido volcado al lado y no parece que falte nada, están las pulseras y las medallas de oro que ya no se ponía y eran de la herencia de mi madre.
-        ¿Qué crees que estarían buscando? – Terció Paco.
-        No lo sé. – Respondí – Tampoco estoy seguro que tenga que ver con su desaparición, pero no le encuentro explicación al hecho.
Por más vueltas que daba al asunto no era capaz de encontrar una explicación, a pesar de lo que les había dicho, tenía muy claro que sí tenía que ver el que hubieran entrado a su casa y directamente subieran a la habitación de Ana y revolvieran su interior. Lo que no se me ocurría era qué estaban buscando, el comenzar mis pesquisas había provocado este hecho sin lugar a dudas.
Elvira y Paco me llevaron al comedor y me obligaron a sentarme para agasajarme e invitarme a una naranjada y unas rodajas de embutidos.
Qué diferente aquella moderna cocina con la cocina de su antigua casa, mis recuerdos me llevan a una cocina donde en un rincón ardían dentro de una chimenea, varios troncos de roble formando unas  brillantes ascuas, el resto de la pared, una vieja cocina de forja servía a la vez como calefacción además de preparar los guisos en pucheretes de barro. Era inevitable sentir un alegre sopor al sentir el calorcillo que despedía mientras me sentaba en unas sillas de enea con un cojincito bordado en ganchillo por los bordes, la mortecina luz de daba una bombilla de 40 vatios no hacían más que incitar a ello. Aunque los sentidos, especialmente el del olfato, se avivaban al estar al lado de la cámara donde guardaban los productos de la matanza de ese año.
Creo que habían ganado en comodidad con la nueva casa, pero ahora se les caía encima su grandeza, llena de habitaciones vacías donde nunca corretearían sus nietos.
Volviendo a la actualidad, les puse al cabo de todas mis pesquisas y les mostré la cruz que había recuperado de la habitación.
-        Nunca la habíamos visto, todas las joyas que tiene ella, ya las has visto, son cruces normales o imágenes de santa Ana que es la patrona del pueblo. Esa cruz tan rara se la debió de regalar en Madrid alguien de su entorno.
Asentí gravemente al verme contrariado por no encontrar una respuesta al enigma, les pedí quedarme con la cruz mientras continuaba con la búsqueda, ellos no pusieron objeción alguna, por lo que me la volví a guardar en el bolsillo.
Me despedí de ellos y me encaminé hacia la casa de mi madre, no comprendía qué estarían buscando en la habitación de Ana pero presentía que podía ser precisamente la cruz que ahora portaba yo.
El sonido de mi móvil me distrajo de mis pensamientos, era un número desconocido el que me llamaba.
-        ¿Diga?
-        Hola colega, te llamo del colegio mayor soy el vecino de… bueno, no sé, estuviste aquí el otro día.
-        Si, ya recuerdo ¿sabes algo del novio de Ana?
-        Estuvo aquí ayer noche, le di tu teléfono, pero usó el papel para liarse un canuto, así que te aviso de que no te llamará, jaja. Pero te puedo decir que el sábado que viene tiene carrera por si lo quieres encontrar.
-        ¡Sí! Cómo no ¿Dónde va a ser?
-        En Arroyomolinos, en el Polígono de las eras.
-        ¿Sobre qué hora?
-        A las doce.
-        ¿Del mediodía?
-        No panoli ¿dónde has visto tú una carrera ilegal por el día? Hasta ahí podríamos llegar.
-        Oye, muchas gracias, de verdad que te estoy muy agradecido.
-        De nada, hombre, ya sabes dónde me tienes si necesitas de mi mercancía.
-        Bueno, uno nunca sabe cuándo necesitará utilizar los poderes curativos del cannabis. Un saludo.


1 comentario:

  1. ¡Oh, entonces lo que estaban buscando era droga! Parece mentira.
    Me han gustado mucho tus recuerdos, incluídos los de hacer camping. Por cierto, nosotros acabamos de llegar de hacer camping en Isla Cristina, una bellísima playa de Huelva, mira por dónde.

    Ya estamos de vuelta de las vacaciones.
    ¡Un beso!

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