jueves, 2 de octubre de 2014

Cartas de mi abuelo Eladio I

La nostalgia pudo más que yo y me acerqué a la vieja casa de mis abuelos, tras morir mi abuela en enero, por cinco días no cumplió ciento un años, sus hijos procedieron al reparto de los bienes que dejó. La casa de Alameda que tanto esfuerzo les costó comprar la compró mi tío para irse a vivir allí tras derribar el viejo edificio como era su intención.
Cuando llegué, los albañiles ya habían abatido el tejado y solo encontré una escombrera sobre el terreno en que tantas veces había jugado. Recuerdo en la parte de la derecha, justo al lado del cenicero donde se quemaban los pocos residuos que entonces producía un hogar pues todo se aprovechaba. Las latas y los frascos se reutilizaban para compotas y otros alimentos, los papeles para encender la lumbre, la comida sobrante se echaban a los cerdos y gallinas, por lo que creo que solo se quemaba el papel de estraza de envolver el pescado. Pues bien, justo al lado, había una veta de arcilla con la que creábamos entre mi hermano, nuestro amigo Ricardito y yo, una fortaleza a la que asaltábamos con nuestros muñequitos de Montaplex, un poco más adelante estaban las piedras cimeras de la valla medianera donde no sentábamos y con algo de imaginación soñábamos que cabalgábamos a lomos de piafantes corceles mientras perseguíamos a tribus de pieles rojas.
Los recuerdos se me agolpaban en la memoria y tenía que luchar para que alguna lágrima no arrasara mis ojos a base de frotármelos. Afortunadamente eso no fue óbice para que pudiera vislumbrar entre los derrelictos del pasado algo que destacaba entre las ruinas, a riesgo de tener una mala caída, fui pisando entre los sillares más gruesos para acercarme donde algo de color destacaba sobre el gris dominante. En efecto, tras levantar una par de piedras y alguna teja que lo bloqueaba, conseguí rescatar una caja metálica, muy similar, si no era la misma, a las antiguas cajas del Cola cao que tras descargar su mercancía, siempre se reutilizaban generalmente, como botiquín o como caja de costura.
Abandoné presuroso el peligroso punto donde me hallaba y, egoístamente todo hay que decirlo, abandoné el lugar para que no tuviera que dar explicaciones a los nuevos dueños y poder quedarme con el hallazgo.
En vez de irme a casa por el centro del pueblo, tomé el camino del rio al ser este menos transitado y además lo hice caminando presuroso como alma que lleva el diablo. Ya en mi casa me dispuse a abrir la caja. Después de tanto tiempo como debía de llevar cerrada, me costó esfuerzo abrirla, algunas manchas de orín en el borde hacían de pegamento natural por lo que me hube de armar de paciencia. Al cabo de un cierto tiempo conseguí abrirla y lo que encontré dentro me alegró sobremanera. Allí dentro un rimero de sobres amarillentos unidos por un trozo de tramilla rematado con una artística lazada.
No me lo pensé y deshice el nudo de inmediato. Todas tenían el mismo remitente: Eladio García López desde varios lugares distintos y una única destinataria: Matilde Díaz Ruiz calle Cochera 4 en Alameda del Valle. Los matasellos indicaban que habían sido emitidas en los años de 1921 y 1922, por lo que casi cien años las contemplaban. Ante esto y el frágil aspecto que tenían, volví a cerrar la caja y aguardé a que terminara el fin de semana serrano que iba a disfrutar y nada más llegar a Madrid, preparé el escáner y una a una, casi amorosamente, las fui desplegando tras sacarlas del sobre y las escanee para trabajar directamente con las copias ya impresas.
Yo sabía por lo que me había dicho mi madre, que mi abuelo siempre sintió auténtica devoción por mi abuela, pues de ellos se trataban las cartas, a pesar de que mi abuela no siempre le correspondió igualmente, ella estaba hecha de otra pasta,  pues mientras mi abuelo era más tranquilo y pacífico, ella era de armas tomar, entre otras diferencias de carácter que mantenían.
Ya con todos los folios en la mano, cogí la carta más lejana en el tiempo y me dispuse a leerla.


Eladio López García
Regimiento Álava XXII
2º Batallón 3ªCompañia

Málaga 7 de Agosto de 1921

Querida Matilde:

Me alegraré que al recibo de esta estés bien, yo me encuentro bien de salud gracias a Dios.

Pues te contaré que ya me encuentro en Málaga, en el cuartel de Transeúntes esperando el barco que nos ha de llevar a África, estamos confinados toda la compañía y no nos dejan salir a conocer la ciudad. Los mandos se encuentran muy alterados y nos contagian de su nerviosismo, no saben qué nos vamos a encontrar, al parecer hubo varios miles de muertos y desaparecidos causados por los moros. No es que te quiera asustar, pero es la realidad de lo que nos aguarda al otro lado del mar.
Después de la instrucción apresurada que nos dieron y el fatigoso viaje por ferrocarril, el estar ahora ociosos nos hace pensar y divagar, me asusta sobremanera que seamos como los caídos anteriores, carne de cañón. Vamos mal equipados pues ninguno tiene botas y llevamos el mismo uniforme de dril de los soldados desde la guerra de Cuba. Lo peor es que por ejemplo los fusiles también son de la misma época, si con ellos no pudimos con los mambises, no se me imagina cómo podremos ahora con la morisma. Apenas llevábamos un par de meses incorporados al ejército haciendo la instrucción cuando nos trasladan aquí por lo que hay algunos que apenas saben utilizar los rifles.
Bueno, ya te iré contando según vayan pasando los días cómo me va por tierras africanas.
Recibe un beso de éste que te quiere:
Eladio
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Yo sabía que mi abuelo para su desgracia, había combatido en la guerra civil, pero creo que apenas nadie en la familia conocía el dato del viaje a África pagado por el ejército para cumplir el compromiso del servicio militar. Era lógico si lo contemplaba, en aquellos tiempos te podías librar del servicio pagando una cierta cantidad, lejos del alcance de un peón del Canal de Isabel II como era mi abuelo. Por lo que no le cupo más remedio que hacer el petate y despedirse de la familia y marchar a la ventura.

Es decir, que ante mí se abría una ventana a la historia de la familia que nadie conocía, el haberme apropiado de las misivas me iba a hacer partícipe del conocimiento de unos hechos ignotos de los que estaba ansioso por conocer, por lo que comencé la lectura de la segunda carta.


3 comentarios:

  1. José Antonio, me ha emocionado y a la vez dado un poco de envidia el que tengas esas cartas de tu abuelo, realmente en un tesoro que debes conservar y proteger, aunque a veces contigo no sé si es realidad o ficción. De todas formas me ha gustado.

    Un abrazo.
    Pedro

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  2. Um histórico precioso de alguém que já viveu e fortaleceu a sua vida...

    Beijo.

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  3. Me ha resultado precioso que conserves esas antiguas cartas de tu abuelo. Forman parte de la historia de tu vida y debe ser como un tierno tesoro para ti.
    ¡Te mando un saludo y te deseo que tengas una buena semana!

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