martes, 24 de julio de 2018

Sauca arriba II


Enjugué mis hipócritas lágrimas y, siempre por el lado derecho, proseguí mi ascensión, no tardé en pararme un instante en evocar más recuerdos infantiles. En el lugar donde se alza ahora un feo puente de hormigón, pasé muy buenos momentos en mi infancia. Bajo el antiguo puente de madera, era el lugar donde estaba autorizado a bañarme en ausencia de mis padres, cuando en los estíos quedaba al cargo de mi abuela y de mi tía, solo podía acercarme a un tramo de río, el más cercano a la casa de mis abuelos.

 Aquí bajo el puente fue donde tomé contacto con la fauna fluvial, renacuajos, alevines de varias clases de peces, escarabajos acuáticos, “aclaraaguas” más bien llamados zapateros, ranas, gobios y alguna esquiva trucha. Ante la imposibilidad de que mi hermano y yo nos ahogáramos en una cuarta de agua de profundidad que aportaba el Sauca, nos dejaban corretear toda la mañana y parte de la tarde, por supuesto dos horas después de comer y con la digestión bien hecha. Muchos momentos felices disfruté de ese lugar en compañía también de nuestro amigo Ricardito, la captura de renacuajos y su posterior estabulamiento en pocillas excavadas por nosotros, se convirtió en nuestra primera experiencia para el manejo y explotación de una industria piscifactora.

Allí mismo tuvo además la célebre contienda entre mis dos primos, Tirsín y el Negus, nunca más el segundo se atrevió a abusar de su condición de mayor estatura y edad. Al aceptar Tirsín el reto de ser nuestro paladín, bajó desde casa de nuestra abuela hacia el río donde aguardaba el Negus muy entero él sin saber lo  que se le venía encima. Nunca mejor dicho, porque después del segundo soplamocos y ante la caída al césped del Negus, todo sea dicho un flojo contrincante, Tirsín saltó sobre su maltrecho cuerpo como si el mismísimo Hércules Cortés hubiera abandonado el ring de la plaza de las Ventas y se hubiera encarnado dentro de Tirsín.

El corto combate de Catch as Can, o lucha libre americana terminó cuando al Negus los ojos se le voltearon hacia atrás lo que nos preocupó en grado sumo, por lo que decidimos pedir asistencia a los mayores que pudieran encontrarse próximos. Tomamos pues cada uno de una pierna y Tirsín de un brazo con lo que consiguió que a cada paso que dábamos la cabeza del Negus golpeara con cuanto canto hubiera por el camino y no eran pocos en una época en la que las calles no estaban adoquinadas.

Afortunadamente en la casa de mi abuela nunca faltaba “agua del Carmen” (es decir agua de colonia) que era el elixir mágico para cuanto problema médico surgiera. El Negus volvió en sí y Ricardito, Tirsín y yo nos fuimos a celebrarlo yéndonos a comprar una bolsa de pipas a casa de la Faustina, sobre todo antes de que los mayores nos pidieran cuentas sobre el desenlace de la contienda.

Otro hecho que aconteció en ese mismo lugar, fue cuando bajo unos chopos que antaño ocupaban la ribera, jugábamos mi hermano y yo. Habíamos delimitado con cantos rodados nuestro chalet unifamiliar, aquí la entrada, allá la cocina, acullá los dormitorios. Así pasábamos las tardes mientras hacíamos la digestión.

Pero el mal acechaba y es que el movimiento ocupa no es una cosa de este siglo, ya en el siglo XX sexta decena, unas malandrinas vinieron a perturbar nuestra grata estancia sobre Alameda. Alicia y su hermana aparecieron un día por nuestros predios, habían cometido la insolencia de ocupar nuestra finca añadiéndole el deleznable gusto femenino de aportar florecillas por doquier.

No nos lo pensamos ni un momento, como si de un buldócer se tratara, recopilamos todas las piedras y visto y no visto, acabaron en el río que al fin y al cabo era el lugar donde las habíamos acarreado. Para nuestra desgracia  en los últimos instantes de nuestra hazaña aparecieron las susodichas jurándonos odio eterno por nuestra acción.

Poco nos importaron aquellas anatemas, las hormonas apenas habían aflorado en nuestra sangre por lo que la futura falta de su amistad nos traía al pairo. Total yo por entonces tenía muy claro que el amor de mi vida acababa de quedar segunda en Eurovisión y que cuando Karina me conociera caería rendida a mis pies.

Ya no me entretengo más en este tramo, continuo avanzando y llego al puente del Toril, recientemente lo renovaron y pusieron alguna piedra más en sus paredes, pero el Sauca cuando quiere es muy inquieto y alguien va a tener que volver a gastar dinero en remozarlo y levantar las piedras que cayeron al cauce en alguna avenida primaveral.

El objeto del citado puente es llegar al toril donde se guardaba el “toro villa” es decir el semental de la población. Todos los chavales intentábamos contemplar los escarceos que allí ocurrían entre el toro y sus partenaires, pero los mayores no nos dejaban que nos subiéramos a las vallas de piedra, por lo que nunca vimos aquél espectáculo.

En este punto hay que cruzar el puente y subir por la margen izquierda hasta llegar al puente sobre la carretera comarcal. El puente en sí es el mismo desde hace unos cincuenta años en que se ensanchó la carretera dotándola de márgenes. Hace poco tiempo se ha vuelto a ensanchar, sin tocar la estructura básica del puente para crear un estrecho e insuficiente carril de acceso hacia la carretera.

También se creó una plataforma para que los carros y los animales pudieran bajar de la dehesa sin tener que atravesar la carretera con el peligro que suponía.

Este hito en el camino sirve para marcar ya el ámbito de fuera del pueblo, a partir de entonces ninguna casa debía de figurar, pero esto no fue así y algunas casas y chalets rompen el paisaje.

Continua.

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