Hoy he evocado dos recuerdos de
mi infancia, que a la postre van a desembocar al mismo lugar. A la sazón, el
teatro chino de Manolita Chen y la película ¿Qué hiciste en la guerra papi? De Blake
Edwards.
¿Quién no recuerda las ferias de
los años sesenta? En mi casa siempre que la economía familiar lo podía
permitir, íbamos a las de San Isidro y a San Antonio de la Florida, pero
también recuerdo haber asistido, de la mano de mis padres a las fiestas de
Calatayud y a las de algún pueblo, más cercano a Madrid como Getafe o Alcorcón.
¿Qué atracciones nos gustaban por
aquél entonces a la chavalería? Los mismos que ahora seguramente, el carrusel,
la noria, los caballitos, las sillas voladoras, etc. A los niños nos gustan
entonces y ahora, todo lo que se salga de lo común.
Quizás lo que más me gustaba era
el tren de la bruja, primero por poder montar en tren, cosa que apenas había
hecho en mi vida y luego por la siniestra aventura de ser agredidos por un
monstruo horripilante disfrazado de bruja. Ésta, repartía escobazos a diestro y
siniestro y el afán común era cobijarse dentro del vagón para evitar ser golpeado
por la escoba. Lástima que la economía y la paciencia de mis padres no lo
permitiera, pero me hubiera pasado la vida dentro del tren. Pensándolo bien, en
la vida real no he dejado de vivir esa sensación, brujas y brujos fustigándome
y yo intentando evitar los escobazos.
También nos gustaba observar los
divertimentos creados para los mayores, como las casetas de tiro al blanco, la
montaña rusa, tazas voladoras, etc. Nada ha cambiado ¿o sí?
La atracción de mayores que menos
me gustaba era la tómbola, en aquella España donde el juego estaba prohibido y
la única posibilidad de apostar era en las quinielas y la lotería, la tómbola
era una escapatoria a esas leyes. Para los chavales era un incordio estar
parado allí hasta que se cubrían todos los números de apuestas y por fin hacían
girar la rueda de la fortuna, total para que siempre le tocase al de al lado. Mi
hermano y yo soñábamos con el premio de algún juguete, mientras mis padres lo
hacían con la cristalería o juego de té expuestos. Al final suspiraba cuando
conseguíamos salir de aquél lugar, sembrado de papeles de las cartas apostadas.
Hay atracciones que van
desapareciendo. Echo de menos el tren para los forzudos, que era un tren o un
cohete sobre raíles en la que los más forzudos del lugar, balanceaban el cohete
provisto de un asa, para después lanzarlo con todas sus fuerzas contra el
infinito. En realidad había un tope provisto de un petardo, que explotaba
cuando algún supermán conseguía hacer llegar el cohete al tope, lo que ocurría
en contadas ocasiones. ¿El premio? Ninguno, solo el batir de palmas de sus
amiguetes y la mirada asombrada del público femenino.
Indefectiblemente el paseo por la
feria pasaba por un lugar misterios para los niños: El circo chino de Manolita
Chen. Era una carpa grande, pero no tan grande como la de un circo. Y tampoco
era redonda. En las paredes había retratos de la tal Manolita, una señora con
rasgos orientales con un sobretodo en la cabeza lleno de lentejuelas. También
actuaban artistas reconocidos y había payasos y malabaristas.
Ante tal despliegue de luminarias
y artistas, se despertaba mi interés por entrar a ver tal espectáculo, pero
éste moría en el mismo instante que solicitaba a mis padres que comprasen entradas
para todos. Craso error, el espectáculo era para mayores de 18 años. Vamos,
como la televisión en horario nocturno, dos rombos = vedado para menores.
Así año tras año, se iba
alimentando mi frustración de no poder asistir al citado espectáculo, mis
ansias de ser mayor lo antes posible se iban agigantando, pero aún tenía que
soportar más golpes y zancadillas.
Las ferias a la postre eran un
extra de diversión en aquella España tan triste, lo más socorrido era ir al
cine. Podías acudir a cines de barrio por poco dinero y la diversión estaba
asegurada, no se era muy exigente con las reposiciones de las películas y a la
postre, la táctica de los cines de sesión continua era poner una película buena
junto a otra regular.
En Vallecas por los años sesenta
llegó a haber alrededor de diez cines, contando los de verano. Por lo que la
oferta solía ser muy extensa, en el mismo puente había cuatro y el aforo los
fines de semana se solía completar.
De niños, obligatoriamente
debíamos acudir con nuestros padres, por lo que en mi caso la mayoría de las
veces lo hacíamos solo con mi madre, el trabajo de mi padre le imposibilitaba
acudir con nosotros salvo en contadas excepciones.
Una de esas raras ocasiones, no
sé el porqué, debimos de salir tarde y al comenzar el periplo por los cines del
puente de Vallecas, no había localidades disponibles en los que íbamos mirando.
Excelsior, Goya, Río y por fin el Bristol. En este último sí había localidades
disponibles, pero había un obstáculo insalvable. Exhibían la película de Blake Edwards
¿Qué hiciste en la guerra papi? Y había un grave inconveniente, estaba
clasificada como película para mayores de 18 años.
En la puerta del cine, el portero
le indicó amablemente a mi padre la imposibilidad de que accediéramos al
interior del recinto.
Imaginaros la cara de desencanto
que se nos quedó, solo quedaba la opción de volver a casa para sentarnos
delante del televisor de blanco y negro, para ver uno de los dos canales que se
emitían entonces.
Pero mi padre se puso el traje de
supermán que guardaba para las ocasiones, varias veces le vi ponérselo en su
vida y aquél día no nos decepcionó.
Por aquél entonces estaba de moda
la canción billetes verdes cantada por Paquito Jerez y una de las estrofas
decía:
Y si quieres ir al
fútbol
y se agotan las
entradas,
enseña billetes verdes
y tendrás a montonadas
Pues bien, mi padre sacó su arma
secreta más letal. Seguro que no era una “lechuga” lo más seguro es que fuera
un billete de 100 pesetas que con gran arte y disimulo le endilgó al
cancerbero. Al buen empleado con un sueldo tan ralo como solía, los ojos se le
iluminaron y solo le faltó descabalgar el chapeo a la par que nos daba acceso
al interior del cine.
Desde entonces he visto varias
veces la película y nunca entendí el porqué de tal calificación, no había
lenguaje soez excepto un par de cortes de mangas y apenas unas escenas en las
que la actriz protagonista, aparecía enfundada en un picardías sin ninguna
transparencia.
No voy a disertar sobre la
censura en los años del franquismo, todos los que vivimos en aquella época tenemos
recuerdos más o menos graciosos sobre ella y los casos aplicados, pero muchas
veces el resultado era contraproducente y lo que hacían era excitar la
curiosidad de los chavales.
La moraleja, los juegos malabares
que por aquél entonces hacían mis padres y todos los padres de España para
llegar a fin de mes y que a veces
tenemos un superhéroe en casa sin darnos cuenta.
Por si os interesa la historia
del teatro chino, os dejo estos dos enlaces a la Wikipedia:
Bonito relato, bonitos recuerdos.
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