martes, 6 de julio de 2010

Las siete

Las siete, suena el despertador y me levanto como todos los días, llorando, lloro en silencio, no quiero que ella se despierte y se siente tan mal como me siento yo, si me ve llorar sufrirá y con uno que pase el mal trago es suficiente.

Cojo mis ropas y me voy al comedor a vestirme, de inmediato voy al baño a lavarme la cara, a desleír mis lágrimas con el agua del grifo, me miro en el espejo y veo a un pobre hombre al que últimamente todo le sale mal, parece que el mundo lucha contra él y generalmente sale malherido de todas las batallas; apenas desayuno pues un nudo me atenaza el estómago, un regusto a bilis en la boca hace que sienta la amargura de un modo físico.

Camino por la calle, atravieso un paso de peatones y ruego que algún conductor despistado me lleve por delante, todo menos llegar a mi destino, a llegar a la monotonía, al sufrimiento, solo de pensarlo empiezo a llorar de nuevo, esta vez no lo disimulo, verdaderos lagrimones se desparraman por mi cara, no doy abasto a retirarlos con mis puños, ¿porqué no me rindo? todo sería mas fácil, seguir varios consejos que me lo proponen, pero no soy de los que siguen los consejos, ni de los que toman el camino fácil, no pienso tirar la toalla, no me rendiré.

Estoy llegando, no me apresuro, miro el reloj, ni un minuto más estaré allí, hasta las ocho no pienso llegar, me miro en un escaparate para reparar los estragos de la penúltima batalla, estoy llegando, a través del cristal le veo, como siempre, ladino, inquieto y sobre todo torturador, me mira y no me dice nada, ya no me chilla, sabe que no lo consiento, porque en el fondo sabe que está perdiendo la partida y eso es lo único que me da vida y me evita tirar la toalla.

1 comentario:

  1. Hola José Antonio.
    ¡Felicidades por el premio! Me gusta mucho como está quedando el nuevo aspecto de tu blog.
    Un abrazo.

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