domingo, 3 de marzo de 2013

La chica del autobús

Es difícil precisar cuándo empezó todo, tras varios años de tomar siempre el mismo autobús a la misma hora ¿cómo saber cuál fue el primer día que la vi? Lo que sé es que llego inevitablemente a las 07,40 y ella lo hace a las 07,44 y el autobús lo hace a las 07,47 y si alguien se retrasa suele ser el autobús, así día tras día y mes tras mes.

Nunca pensé en que oiría su voz pues cuando llega ella siempre llevo los auriculares puestos escuchando música de los años setenta por lo que tanto los “buenos días” que lanzo como los “buenos días” que recibo quedan evaporados en el limbo de la mañana y  nunca llegaron a mis oídos, tampoco me hacía ilusiones sobre el tono de su voz todavía no había llegado a ese grado de interés hacia su persona.

Todo hubiera quedado así si no hubiera sido por esa rubia que después de llegar la última a la parada, se plantó la primera a picar el abono transporte, como el linchamiento incruento o meternos en manada contra una persona que ha hecho algo mal es un deporte realmente excitante, ambos participamos de buen gusto,  para esto me quité los auriculares por si la rubia contestaba a nuestras saetas, pero no, se hizo con la capa de invisibilidad de Harry Potter y solo me quedó el consuelo de escuchar la voz de mi perpetua vecina de autobús:

-          ¡Qué morro tiene!

Primera decepción, una voz ronca y poco femenina salió de su garganta - ¿Qué esperabas? – ¡Serás bobo! Una voz acariciadora me imaginaba que tendría, como la dobladora al español de Rita Hayworth (dios mío, vaya apellido, lo he tenido que buscar en san Google) o la de Ava Gardner si es que no es la misma persona, pero en fin, hoy en día ¿quién se enamora de una voz? Y no iba a ser yo el primero ¡faltaría más!

Segunda decepción, lleva aparato, bueno eso dice mucho de ella, es inconformista, perfeccionista y le gusta sonreír a pesar de todo, no sé si el llevar aparato bucal lleva incorporada alguna virtud más que se me escape, al fin y al cabo solo es un amor platónico, no he pensado ni por lo más mínimo en besarla y menos con esos alambres entre los dientes que más bien parece Hannibal Lecter de paseo en su carretilla ¿habré exagerado un poco?

Tercera decepción, es culibaja, sé que queda feo decirlo pero es así, no puedo remediarlo, me gustan los culos femeninos empinados y que embutidos en unos vaqueros, llenen el recipiente en toda su amplitud, ella no lleva vaqueros, pero estoy seguro que se quedaría a medias dándoles volumen, no es que lleguen a la altura o más bien la bajura de la matrícula de un biscuter, pero no son hermosos.

Cuarta decepción, es incapaz de darme conversación, sí, ya sé que no ayuda mucho que abra mi libro electrónico y me imbuya en la lectura ¡Caramba! Ni son las sombras de Grey (¡dios me libre!) ni el collar del neandertal de Arsuaga, soy educado y si me hablan contesto y si quieren entablar conversación, la entablo de mil amores, en vez de eso, sacó un libro de esos “de papel” forradas las pastas, por lo que mi curiosidad sobre qué libro prestaba su atención, quedó insatisfecha. Solo he forrado un libro en mi vida: el libro de acceso a la UNED, más que nada porque tenía idea de venderlo al año siguiente, cosa que no hice.

¿Más decepciones? Seguro que sí, pero no vamos a hacer más sangre del árbol caído, en el fondo me da pena, pobrecilla, seguro que es una desgraciada en su vida, trabaja doce horas para mantener a un marido vago, alcohólico y del madrid, y  que en la tartera que porta en la bolsa lleva un par de piedras por el qué dirán de sus chismosas compañeras de trabajo, no se vayan a pensar que su miseria la lleva a esos extremos como el de prostituirse en una esquina de Carretas.

Creo que a partir de ahora la miraré con otros ojos, dándome cuenta que lo mejor es que la siga ignorando, seguiré atento a Simón y Garfunkel y a la lectura de los libros descargados de forma irregular y sin pagar derechos de autor, editor, librero y recepcionista de la editorial, que uno tampoco es perfecto si te pones a pensar, aunque tenga a bien tener el don de una nariz perfecta.



domingo, 10 de febrero de 2013

Gorrioncito


Estuve hace cuatro años en Roma (cuatro años ya) y me pareció la ciudad más triste del mundo por un simple motivo, no tiene gorriones, no los tiene, si tenéis la suerte de poder visitar la Ciudad Eterna no los busquéis pues no los encontraréis, hallaréis palomas y cuervos pero no “passerotti”.
Gorrioncito qué melancolía, en tus ojos muere el día ya” que cantaba Sandro Giacobbe, está claro que el bueno de Sandro no es romano, yo como madrileño aprecio en su buena medida el valor de una ciudad con gorriones, y es que lejos de apreciar el canto de un gallo como despertador, prefiero que el alboroto que suelen armar mis amigos cuando las primera luces del día apuntan, sea el aviso de una nueva jornada y si es festiva, mejor.
En Lanzarote, alrededor de la piscina, pude disfrutar de sus rapiñas hacia las más lentas palomas del lugar, casi conseguí que me conocieran pues el emparedado de la mañana se lo desmigaba a las doce con gran revuelo y alborozo de su parte.
¿Más historias de gorriones? Tendría que mirar mi archivo  fotográfico, rara es la ciudad donde voy que no aprovecho para fotografiarles, Segovia, Gibraltar, Aberdeen, Edimburgo, Algeciras y muchos lugares más, en todos ellos posaron para mí.
Desde hace algunos años estoy preocupado, ya no me despiertan los gorriones de mi calle, los he dejado de sentir, no solo por la mañana, sino en todo el día, raro es el momento que sobrevuelan frente a mi ventana, está claro que ya no hacen nidos en los árboles de mi calle, pues ya no veo en primavera gurriatos precoces en abandonar el nido, a los que hay que poner a buen recaudo de los gatos, aupándolos de nuevo en las ramas de las moreras. También leí la noticia: según la Sociedad Española de Ornitología, es cierto, nos vamos quedando poco a poco, inexorablemente sin gorriones y otras avecicas, el uso de pesticidas y la caza incontrolada en el campo, va reduciendo poco a poco su número.
Como seguramente a nuestros gobernantes les importa un bledo que haya o no gorriones, en pocos años nos veremos abocados a ver como se “romanizan” nuestras ciudades y es una lástima, no será el pájaro más bello ni el que mejor cante, pero que nadie me diga que no es el más simpático.
Los británicos tienen infinidad de defectos (si queréis abro una lista) pero nos llevan siglos de ventaja en el amor a los animales (si, a pesar de la caza del zorro) por lo que en mi último viaje a Escocia me he permitido emularles, me he comprado este sencillo comedero para echarles una mano a los sufridos gorrioncitos de mi barrio, a pesar que ellos ensucien la ropa que mi mujer pone a tender, nadie dijo que no fueran desagradecidos.


lunes, 28 de enero de 2013

Tiempo atrás


A mi alrededor el equipo de la policía científica, fotografiaba, medía y tomaba muestras del escenario del crimen, pero prácticamente no me daba cuenta de ello, me encontraba en el invernadero de lo que fue la antigua estación de Atocha, con la vista fija en ella y en el charco de sangre que había salido de su cabeza, formando una grotesca figura redondeada, por su forma parecía uno de aquellos animales fantásticos que de niños intentábamos adivinar mirando las nubes; entonces éramos felices y nos tumbábamos en la hierba del prado junto al rio Lozoya en aquél remanso donde solíamos bañarnos, allí fuimos felices jugando a amarnos, pues con esa edad todo eran juegos inocentes, evocándolo ahora no pude por menos que enjugarme una rebelde lágrima.

El comisario Bermudez encargado de ese distrito me palmeó la espalda:

-         Hombre Gracia, siempre en el lugar exacto solucionando todos los crímenes importantes, todavía no me explico cómo lo haces ¿conocías a la asesina? Me consta que la última llamada la hizo a tu móvil.

-         ¿Que si la conocía?

 

-         Te conozco y sé que no vas a ser capaz de apretar el gatillo.

 

-         Ha pasado mucho tiempo, creo que ya no me conoces lo suficiente.

 

-         También tienes razón, pero para mí es más fácil conversar si apartas la pistola de tu cabeza.

 

-         No, tu fama te precede, no de daré esa ventaja.

 

-         Si tan solo supiera el porqué ¿qué te ha ocurrido, tan mal se ha portado la vida contigo?

 

-         Tú no sabes lo que he padecido, el infierno en que se convirtió mi vida, noche tras noche deseando la muerte, pero había algo que me decía que debía ser fuerte, que todo podía mejorar, que él se daría cuenta y cambiaría ¿tú sabes lo que es que den treinta cintarazos? Al día siguiente te tienes que quedar en la cama, pues te duele hasta respirar.

 

-         Todo eso se podía solucionar ¿por qué no le denunciaste? Me podías haber llamado y lo hubiera solucionado.

 

-         El propio miedo que le tenía me atenazaba, incluso me hacía darle la razón, pensaba: soy mala y yo tengo la culpa, me encontraba prisionera de mis miedos, él además era todo un capitán de la guardia civil ¿quién me iba a creer?

 

Nos quedamos en silencio mirándonos, y era incapaz de exponer más argumentos para evitar que además de homicida, se convirtiera en suicida, no están la puertas del cielo como para ir acumulando pecados.

-         ¿Y cómo te pudiste unir a ese monstruo? – sólo pude argüir.

-         Es raro que me preguntes tú precisamente eso, te estuve esperando, esperé una llamada, una carta, alguna nueva de tu parte, pero solo recibí el silencio más absoluto, después de aquellos maravillosos días pasados juntos cuando estabas de permiso del servicio militar, todos esos planes que pergeñamos juntos, toda una vida frente a nosotros, tú con la anuencia de mi padre, entrarías en la guardia civil y estábamos seguros que medrarías rápido, fíjate, si lo has hecho tú solo en la policía, qué no hubieras sido capaz con mi ayuda. En vez de eso, tuve que tapar tu ausencia con este pobre hombre, de buena familia y pésimas intenciones ¿por qué no me escribiste? Tantas esperanzas, tantas ilusiones creadas para nada, sueños rotos día tras día esperando al cartero, abriendo el buzón para esperar la nada, el vacío como mi corazón. Varias veces estuve tentada de coger el tren desde esta misma estación, aquel mismo tren que nos separó para siempre y viajar a aquella remota provincia donde hacías la mili ¿pero dónde buscar? ¿en qué cuartel? No me veía con fuerzas de ir de cuartel en cuartel esperando la hora de paseo como si fuera una buscona ¡Dios qué dolor¡

La dejé desahogarse en su soliloquio, las lágrimas hasta ahora ausentes, comenzaron a manar de sus bellos ojos, ahora que lo pienso, es la primera vez que la veo llorar, nunca estando juntos ocurrió algo que la pusiera en esa tesitura, todo fueron momentos dichosos ¿pero cómo decirla que un maldito número nos separó? Nunca dejé de arrepentirme de haber sido tan estúpido como para haber olvidado el número de tu casa y en el sobre donde te enviaba mi corazón, haber puesto el número doce en vez del trece que era el de tu portal, es cierto, el trece da mala suerte ¿cómo decírtelo ahora? Imposible. Mi mutismo te condenó, pues supe al mirarte a los ojos que en ese instante ibas a apretar el gatillo.

 

La mañana en el Búho Bizco transcurría con exquisita placidez, acompañada por mi búsqueda del fondo del vaso donde de vez en cuando Lola me surtía de güisqui y yo me empeñaba en volverlo a vaciar, esta vez acompañado del son acompasado que provocaba ella al hojear cada poco las páginas del periódico de la mañana.

-         ¿Qué horóscopo tiene usted, inspector?

-         No sé, alguno que tenga cuernos y mala leche.

-         O sea capricornio, a ver que dice: Hoy descubrirás nuevos alicientes amorosos y debes disfrutarlos porque la vida te los regala, no para cuestionarlos, sino para vivirlos. Número de la suerte: 13

-         Lamento disentir, pero el trece nunca será el número de la suerte para mí, no sé como pierdes el tiempo con la astrología, qué se puede esperar de un sistema que sitúa a la tierra como el centro del universo. ¡Vaya! Hablando de mala suerte, por allí viene el subinspector Del Rio, toquemos madera ante el pájaro de mal agüero.

-         ¡A sus ordenes inspector! Traigo un despacho urgente de comisaría, un asunto muy feo que requiere de su inmediata atención.

-         A ver ¿qué ocurre? No, espera, mejor lo adivino, hoy toca un crimen pasional.

-         Pu, pu, pues no sé cómo lo hace usted para acertar siempre – Balbuceó el subinspector. – Pero el Comisario está que echa chispas, pues al parecer el muerto es nada menos que un capitán de la guardia civil.

-         ¡Toma! ¿Y sabemos algo del que le dio el pasaporte al capitán de la benemérita?

-         Si, presuntamente es su mujer, atiende a las siglas M.S.S. aquí tiene el informe.

Al leer su nombre en el atestado, mi mente se nubló, después de tantos años volvía a tener noticias de ella y maldita sea mi estampa, en qué terribles circunstancias nuestros caminos se volvían a juntar, el destino siempre es cruel.

-         ¿Se sabe dónde está?

-         Negativo jefe, tanto nosotros como los picoletos estamos en pié de guerra pero todavía sin resultados.

-         Avisa a todo el mundo para que suspendan la búsqueda, sé dónde encontrarla. Y tú, acerca el coche patrulla y llévame a la estación de Atocha.





Por cierto ¿aun no sabes qué comprar para el día de san Valentín? pues no lo dudes, hazme caso y compra el libro de nuestro amigo José Antonio del Pozo, triunfarás conseguirás que tu amado/a se rinda a tus pies, deja ya de leer las cochinadas de Grey y ponte en contacto aquí con él.




LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
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miércoles, 2 de enero de 2013

Misterio en Escocia


Algo harto de beber el mismo güisqui de garrafón de El Búho bizco, me dispuse a marchar de vacaciones de Navidad a la cuna de tal espiritoso licor, Escocia me aguardaba y allí encontraría en sus afamadas destilerías el sabor que mi paladar demandaba.

Después de mi sonoro éxito en Tenerife, encontré un Madrid tremendamente aburrido, apenas encontré rivales de mi talla, los mismos chorizos de siempre o crímenes pasionales en los que el asesino cantaba de plano en cuanto veía un uniforme aunque fuera al portero del Ritz, o ajustes de cuentas entre camellos y protomafiosos y un sinfín de tristes etcéteras.

Fue la misma Lola en la barra de El Búho Bizco la que sin querer ante un gesto mío asaz displicente.

-         Lola, cariño ¿Has cambiado la marca del matarratas que echas en el güisqui?

-         Vaya con el sumiller, es el güisqui de siempre, el que Jota guarda escondido bajo la barra para las inspecciones de Sanidad y Consumo.

-         “Consumo” gusto agradecería algo de mejor sabor.

-         Si quiere calidad, inspector ¿Por qué no se va a Escocia y prueba el auténtico licor ambarino?

Y heme aquí a nosecuantos miles de pies sobre el Atlántico, a la buena ventura, si, es así pues el idioma de la pérfida Albión estaba mal visto cuando estudié Bachillerato, por lo que temo que los seis cursos de gabacho aprendidos de poco me van a servir, pero antes de salir me empeñé en aprender a decir: - Plis, guifmi a güisqui- y la cuarta palabra ya la pronunciaba de maravilla desde muy tierna edad.

Para irme entonando, en el mismo aeroplano que me transportaba me tomé unos cuantos, dándome cuenta enseguida de la ironía que supone la denominación de aerolínea de bajo coste.

Edinburg mon amourg. – Plis, guan hotel near guaverli (Weaverly) estation – y parte raudo y veloz el taxi, ¡coño! Estos ingleses gastan de una cornamenta apreciable, pues el taxi es de una altura adaptada a un ciervo de ocho puntas, bueno me corrijo, no en lo de la cornamenta, sino que en esta parte del mundo no son ingleses, sino escoceses.
 
 
 

Por cierto, primera decepción, no veo a ninguno con faldita, digo yo que será por eso del frio que hace por estos lares, poco apropiados a tan femenina veste sin ponerse unos leotardos para protegerse los bajos.

Dejo mis cosas en el hotel y bajo a tentar el ambiente, en recepción había un folleto sobre el Scotch Wihisky Heritage Centre y según aprecié en las fotos te enseñaban cómo se fabricaba el agua de fuego con cata incluida, pero ¡cuidado! según pongo el pié en la calzada un loco casi me atropella, vaya una manera de conducir por el lado contrario de la calle, me entró tanta rabia que abrí la puerta del vehículo para atizarle un mamporro y me quedé un poco corrido, cómo no me iba a atropellar si al pobre le habían entregado el coche con un grave defecto de fábrica, le habían puesto el volante en el asiento del acompañante, por lo que le perdoné y acepté sus torpes disculpas, que digo yo que era lo que decía en su idioma.
 
 

Por fin entré en la destilería y después de aguantar la cháchara en el idioma de Chéspir sobre el proceso de fabricación, que la verdad sea dicha, a mí ni me iba ni me venía, llegué a la parte mejor, la del trasiego gaznate abajo del líquido elemento; y del resto de la jornada, no tengo más que añadir pues no recuerdo nada más.

Comencé el segundo día de mi epopeya, en la cama del hotel, eso sí, que nadie me interrogue sobre cómo pude llegar a ella. Me encontré algo abotagado, la lengua como la suela de un zapato y la cabeza en otra dimensión, menos mal que en la mesilla encontré un remedio homeopático, un botellita pequeña de esas de muestra de güisqui y apliqué el dicho: lo que no te mata, te hace más fuerte. El remedio me sentó fenomenal, reconfortado por mi bálsamo de Fierabrás me dispuse a continuar la jornada pues tenía varias visitas ineludibles, la primera ir al 11 de la calle Picardy Place, lugar de nacimiento de Conan Doyle, genial creador del inmortal Sherlock Holmes y enseguida en Princess Street adquirí para mi museo particular una gorra como la de mi apreciado héroe.
 
 

También visité la casa natal de mi otro ídolo de niñez, Robert Louis Stevenson, autor de La isla del tesoro y es que esta ciudad dio mucho de sí pues también era natural de aquí Walter Scott el autor de Ivanhoe, lástima que luego esta ciudad inspirara el esperpento de Harry Potter.

Con estas cavilaciones mis pasos me transportaron por solitarias calles empedradas de adoquines, húmedas por el rocío que condensaba el frio reinante y oscuras pues por estas soledades tan elevadas en el globo, en invierno, anochece casi a la hora de comer. Iba arrebujado en mi abrigo, mi bufanda y mi estrenada gorra, realmente desorientado de mi localización, cuando aprecié algo extraño en el ambiente, mi instinto siempre me acompaña aunque el trasiego de alcohol sea elevado.

En una típica casita tipo “cottage” aislada de las demás por un triste seto del que faltaban todas las hojas y flaqueada por dos enramados arboles también desprovistos de su abrigo, una luz mortecina salía apenas de un oxidado farol, ayudado en su labor por la luna llena que a ratos rasgaba las nubes y dejaba llegar hasta el suelo argénteos rayos, que solo añadían más tinieblas al entorno.
 
 

Un leve susurro como de gasas frotándose me sobresaltó, unas pisadas por la hojarasca de difícil localización y una sombra moviéndose frente a mí, unas risas infantiles y una música lejana de órgano se combinaron en mis oídos haciéndome que un largo estremecimiento me recorriera de pies a cabeza o de cabeza a pies o las dos cosas a la vez. No es que el tiempo me templase mucho el cuerpo, pero ante estos hechos empecé a tiritar y sólo fui capaz de musitar:

-         ¿Hay alguien aquí?

Por supuesto que el más completo silencio fue toda la respuesta que obtuve; una pregunta me llenaba la cabeza: ¿los espíritus entienden el castellano? supuse negativa la respuesta pues nadie me contestó. Poco a poco me fui acercando a la entrada, pues como buen servidor del orden y la ley, soy tremendamente dispuesto a “desfacer entuertos y asistir a damas desvalidas” empujé la cancela y ésta sonó como si las bisagras hubieran sentido jamás la presencia del aceite, por lo que solo me atreví a abrirla por la mitad. Me incorporé al jardín, o lo que fuera, pues la hojarasca acumulada de varios otoños alfombraba todo el interior, mis pasos pues, sonaron ásperos y sonoros, lejos del silencio que buscaba me acompañase, pero bueno, me dije, después del ruido de la cancela, cualquier malandrín debe de estar avisado de mi presencia.

No me atreví pues, pues seguro que se encontraba en la misma condición, empujar la puerta de la cabaña, por lo que me asomé por la ventana. Entre los visillos se vislumbraba el interior, en el centro de un salón, cuatro hachones iluminaban a duras penas un catafalco donde una joven vestida de blanco reposaba, supongo que para siempre, esto me animó a entrar pues, el sueño de los muertos es difícil de molestar, así que empujé la puerta, que para seguir con la costumbre, será por la humedad, chirrió como si fuera la mismísima puerta del averno.

 

En los pies del catafalco me quedé mirando a la joven, una hermosura en vida, vestida con un más que picante vestido de gasa, poco apropiado para un funeral y más siendo el propio, sus transparencias insinuaban más de lo que pretendían ocultar, dejando poco a la imaginación, costumbres locales, me dije, guardando un respetuoso silencio en su presencia. De improviso y como un resorte se incorporó de repente con los ojos inyectados en sangre y gritándome:

-         ¡Help me!

Afortunadamente soy un recio varón curtido en mil batallas, porque sino aseguro que mi esfínter se hubiera aflojado de repente, en vez de eso me acerqué a ella que solícita acudió a protegerse entre mis brazos. Entre el frío que portaba yo de fuera y el calorcito que me llegaba de ella a través de su escasa vestimenta, vía sus protuberancias, no digo yo que no llegara a conturbarme, y en esas me hallaba yo cuando por una puerta situada frente a mí, vi aparecer dos engendros salidos de las mismísimas calderas de Pedro Botero, vestidos de harapos negros, con los ojos salidos de las órbitas y cayéndoseles mismamente jirones de carne por la cara, de unas pústulas purulentas les goteaban humores sanguinolentos, afortunadamente hacía tiempo de mi última colación, sino seguro que echo la pota y hasta la primera papilla.

No me arredré ante su presencia y cogiendo una silla que allí se encontraba, me lié a darles mandobles con ella como si de la misma Tizona fuera, los muertos vivientes no eran como los de las películas, éstos a cada sillazo, en vez de soportarlos impávidos, se quejaban vivamente y al segundo sillazo, solían caer abatidos, la refriega duró poco, la verdad sea dicha, eran unos monstruos un tanto debiluchos, me di la vuelta para recoger las mieles del triunfo y el laurel de la victoria, pero mi nuevo ingrato amor en vez de abrazarme y cubrirme de besos como sería menester, me aporreó el pecho con sus puños diciéndome:

-         You're crazy,  they are actors

……………......................................................................

De nuevo en el cielo camino de Madrid, qué buena es la gente de Scotland Yard, que es como se llama aquí a la policía, el inspector Amstrong me atendió muy amablemente, domina muy bien el español pues tiene un apartamento en Benidorm y por eso había oído hablar de mí y de mis casos resueltos, lo arregló estupendamente, el seguro del tour para turistas se hizo cargo de la hospitalización de los actores y los amonestó muy seriamente por ser tan descuidados y no advertir que se trataba de una pantomima, además influyó en la aduana para que pudiera traerme algunas botellas más de las permitidas, por lo que durante algún tiempo, ese acre sabor que me supone beber güisquis de ínfima calidad, no aparecerá.

 

domingo, 23 de diciembre de 2012

Las historias de un bobo con ínfulas


Este es el segundo libro que adquiero a un amigo bloguero este año, y eso está muy bien, al fin y al cabo, además de plantar un hijo y tener un árbol, esa debería ser la premisa indispensable que todos deberíamos tener en la vida, o no. Como dice el propio autor en uno de sus capítulos: la vida es un relato narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada.

¿Y quién es el autor? Pues ni más ni menos que nuestro común amigo José (él lo prefiere con acento) Antonio del Pozo, a quien respetaba por sus palabras muy bien juntadas en su blog http://elblogdejoseantoniodelpozo.blogspot.com.es/ y a quien después de conocer en persona y leer su libro venero como escritor y estimo como amigo.

Pues como no quiero ser egoísta y quedarme solo en el conocimiento de su obra, os planteo que tenéis la necesidad de comprar su libro ¿os vale como excusa el ser considerado un autoregalo de Reyes? O mejor aún comprad varios ejemplares y liberarlos en los bancos de los parques, para que así, seres anónimos sean también copartícipes de la magia que encierra el libro.

¿Otro botón como muestra?: …//… Vertical espesura de selva intrincada. Hondas frondosidades de enramadas. Boscaje enmarañado. Una carne como una fruta viva y su mínima palpitación. Súbito terreno pantanoso, humedal del cañaveral, una ínfima convulsión, ábrete sésamo y la sublime cueva mágica que se abre más, más y más, como un íntimo temblor de tierras que trazara para mí un sendero empapado entre montañas de seda, entre laderas rezumantes del color de la fresa, que apartara a mi paso cámaras acolchadas en tonos magenta, vertiginosas cavidades aterciopeladas como pétalos de la rosa de los vientos, desplazando sucesivas capas de dulcísima cebolla...//... Ni os imagináis de lo que habla.

¿Cómo ser uno de los afortunados propietarios? Tan sencillo como seguir las instrucciones siguientes, de nada.

LAS HISTORIAS DE UN BOBO CON ÍNFULAS
154 pgs, formato de 210x150 mm, cubiertas a color brillo, con solapas. Precio del libro: 15 Euros. Gastos de envío por correo certificado incluidos en España. Los interesados en adquirirlo escribidme por favor a josemp1961@yahoo.es
“No soy nada, no quiero ser nada, pero conmigo van todas las ilusiones del mundo” (Pessoa) 


jueves, 20 de diciembre de 2012

Bora Bora


Perdóname, espero que lo hagas, te lo digo desde la distancia que pone el tiempo, quizás te lo debería haber dicho mucho antes, pero mi afición literaria ha llegado tarde cuando ya hemos encanecido, pero quiero hacerlo antes de que caigamos en el pozo del olvido. Mientras recuerde tu nombre estoy a tiempo.

¿Por qué no me acordé antes de ti? Por eso mismo te pido perdón, porque solo fuiste una anécdota, una rama más en el árbol de mi vida, nada en mi corazón, siquiera una grieta, de mi infarto no participaste, mi corazón no sufrió por ti.

Entraste en mi vida de repente, no tuviste la culpa, tus padres alquilaron una casa en la Sierra y te acoplaste a mi pandilla, biológicamente yo era el macho alfa de la manada y tú como recién llegada tenías que ser mi novia, no te di otra opción, te lo dije claramente con el desparpajo que dan los dieciséis años.

No es el momento de hablar de mí, recuerdo como era y duele, duele recordarlo, una vida regalada y sin preocupaciones, no había un mañana por el que pensar, todo era fácil. Los días de verano en la Sierra eran eternos, crepúsculos que duraban años, rutinas espléndidas de baños en el río, conversaciones en la pradera y paseos por la dehesa.

A tu lado aprendí a liberar mis desbocadas hormonas; redondeces liberadas, extrañas semiesferas que siempre había contemplado veladas, por fin se me mostraban plenas, exuberantes y lamineras.

Ahora recuerdo que el otro día evoqué tu lengua, es difícil hablar de la lengua ¿A qué sabe el sabor? ¿cómo hablar de la suavidad de la tuya? ¿la lengua ajena se prueba? Mejor dejar de hacerme tantas preguntas, es malo para el relato, no aportan nada, solo diré aquí que no he vuelto a tener una sensación igual a la de aquellos besos.

Lástima, voy llegando al final, si, los besos me acercan al final, ahora me río, bueno, más que reír me carcajeo ¿verdad tocayo? Pero entonces lo pasamos fatal, salimos tremendamente avergonzados, si alguna vez el Alzheimer me borra el disco duro, creo que esta anécdota perdurará.

Sigue quedando feo el decirlo, pero estaba hecho un pimpollo, vestido con traje y corbata pues era la comunión de mi hermano. Esta vez las hormonas te debieron de jugar una mala pasada, entramos en el Bora Bora, un bar hawaiano de moda por aquel entonces, tomamos una mesa y pedimos una exótica bebida con mucho zumo y algo de alcohol, quizás éste influyera en ti pues jamás me vi en otra igual, tú, fogosa hecha una valkiria, una sílfide, una hurí una diosa griega, te abalanzaste sobre mí y me regalaste tu famosa lengua y toda tu humanidad.

Apabullado sí que estaba un poco, ya he dicho que tamaña efusión fue difícil que nadie me la propinara en adelante, pero sí que me encontraba entonces en el cielo o por lo menos a cien metros sobre el nivel del mar medido en Alicante.

Pero el lado oscuro de la fuerza acechaba, el paraíso tenía fecha de caducidad en esta España de los setenta pacata y gazmoña, un ángel con su espada flamígera acechaba, pero éste vestía de negro, un camarero que nos mostraba la salida, apuntándola como un feo remedo de la estatua de Colón que calle Almagro abajo apuntaba su presencia y a voz en grito te dijo:

-          ¡Señorita, por favor!


Por supuesto que este relato va dedicado a Jose Antonio del Pozo, pues es el único culpable de haberme hecho recordar esta anécdota, solo a él se le ocurre citarme a tomar unas caña (las mías sin alcohol) a veinte metros del desaparecido Bora Bora. Por supuesto que no volví a entrar en él y me alegré le día que colgaron el cartel de “se alquila”.




sábado, 8 de diciembre de 2012

El museo




Me encontraba en el momento álgido de mi trabajo, no podía fallar o toda mi obra se vendría abajo, la capa de porcelana debía de ser la justa, ni muy fina ni muy gruesa. Encontrar el punto exacto es lo que nos diferencia a los verdaderos maestros en el arte de la fabricación de muñecas de porcelana.
Como de costumbre esta vez también encontré el momento adecuado, deseché el resto de la pasta todavía líquida y me concentré en la pieza que tenía entre las manos, otra futura obra de arte, aunque me esté mal el decirlo, pero en su conjunto, todo el trabajo que supone, a la postre encierra una belleza intrínseca en su interior.



La parte de este trabajo que más me agrada es la de convertir un rostro cerúleo en uno vivo, capaz casi de ser confundido con la tez de una persona, pero dejando bien a las claras esa sutil diferencia que nos indica que estamos ante un ser inanimado.



Me dispuse pues a darle color a la cabeza y al resto de los miembros, una capa tras otra y a la vez con cada una, una ligera pasada por el horno hasta conseguir darle el aspecto de la carne humana. Luego coser y recoser los cabellos por los agujeros de la cabeza y anudarlos dentro, estos siempre son humanos, los cabellos sintéticos nunca dan el tono adecuado, dan una sensación de artificialidad nada conveniente, siempre los compro a un mayorista de la península, aunque estos precisamente no me hicieron falta comprarlos.



Dentro de mi mundo soy un artista bastante conocido y valorado, no hay exposición de muñecas que se precie que no cuente con alguna creación mía, las colecciones más prestigiosas de Centroeuropa se desviven por contar con alguna de mis creaciones, fabrico muñecas de todas las clases y tamaños y mi especialidad es poner en los rostros una sonrisa pícara muy especial, no he llegado a crear la sonrisa de la Gioconda, pero poco a poco me voy acercando.



La celebridad y el desahogo económico me permite vestirlas con ropa de los mejores diseñadores de moda, por supuesto que ellos mismos se aprovechan de la publicidad recibida cuando utilizo su ropa, dentro de poco serán ellos los que paguen por servirme de sus modelos.



Últimamente se extrañan de mis creaciones a tamaño natural, series únicas en las que el molde es destruido y lo más extraño para ellos, no están a la venta, solo se exponen en mi museo particular, precisamente estoy terminando la última por ahora, especiales pues el cuerpo no es un burdo cojín relleno de estopa y otras fibras, en estos casos es un caparazón también de cerámica en el que introduzco mi secreto, aprovecho hasta el último hueco, pues antes tomé medidas, y luego lo sello herméticamente para que los olores no me delaten, lo visto como en el original, en este caso no me molesto en fabricar un muñeco con ropas de diseño, la naturalidad impera ahora, quiero recordar tal y como fue el modelo.



¿Cómo los elijo? Sencillo, voy por la calle fijándome en la gente, en sus movimientos, sus gestos, cualquier rasgo distintivo de su cara, todo eso hace que me pueda fijar en una persona. Al principio la fotografío a distancia, necesito captar como son en su intimidad, en su ambiente, caminado por la calle, tomando café en un bar, paseando por la playa o charlando con sus allegados. Luego me presento a ellos, soy lo suficientemente conocido como para que no se extrañen de mi propuesta ni se alarmen, la confianza es fundamental, les hago una propuesta que sencillamente no pueden rechazar y los llevo a mi estudio, aquí en este sótano bajo una gruesa capa de hormigón, empieza el trabajo previo con ellos, copiar fidedignamente todas y cada una de las partes de su cuerpo.



Utilizo sus cabellos para que no desmerezca mi obra, y en vez de alambres, ensamblo el muñeco con lo que sé que no se va a desarmar, permanecerá para siempre unido, pudiéndole dar a mi obra una pose natural, nunca artificiosa, tendones y músculos aun desecados lo permiten, mi última obra toca a su fin.



Hoy ha llegado un matrimonio muy amable a visitar mi museo, según me refieren son de Madrid y están alojados en Puerto de la Cruz, todavía les quedan unos días de visita. Me he fijado especialmente en él, un ejemplar muy interesante, un poco rellenito, por lo que tendría que ampliar el horno, pero creo que merece la pena pensar en crear otro de mis muñecos.



Merece la pena visitar el museo de muñecas de Icod de los Vinos, eso sí, llevaros un GPS o el plano impreso desde casa, en el díptico de propaganda que podréis encontrar en algunos lugares como el mariposario, no está ni por asomo indicado como llegar, tampoco busquéis carteles indicadores pues el ayuntamiento quitó la mitad de los que puso el dueño, cosas de la promoción y la estética. Si a pesar de todo conseguís llegar, os daréis cuenta en seguida que sois unos privilegiados, nadie parece que lo consiguió antes que vosotros ¿el motivo? Una preciosa tela de araña tejida entre las buganvillas indica que hace tiempo que nadie entró, dentro dos chalets acogen una colección de lo más asombrosa y poco vista por España, os dejo el enlace:
El dueño mismo de la colección os guiará por los salones llenos de muñecos, es un poco “austríaco” pero se le entiende bien, a mí especialmente me miraba de una forma que a veces me daba escalofríos…

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