martes, 7 de junio de 2011

Ultima parada

- ¡Pero bueno! Si es Ángel

- ¡Olga, qué alegría!

- Cuanto tiempo sin vernos.

- Tienes razón treinta y…

- …Tres años sin vernos, desde aquella vez en Alicante.

- Tienes razón, me acababa de casar.

Ella bajó los ojos hacia el suelo y se mordió el labio en un movimiento apenas perceptible, pero lo capté pues su cara llenaba mi visión, después de tantos años sin verla, me estaba emborrachando con su presencia, sabía que aquella era la última parada del recorrido de un tren en el que no me iba a montar, que cuando el jefe de estación levantase el banderín rojo, ella volvería a salir de mi vida, una vida que nunca compartimos.

- ¿Tienes unos minutos para tomar un café juntos?

- Por supuesto.

- ¿Cómo tú por aquí? Te hacía en Torrejón

- ¿Quién te lo dijo?

- Tu padre, alguna vez le vi, pues solía seguir yendo a veranear como siempre a Candeleda.

- Si, el pobre llevó muy mal la muerte de mi madre y le gustaba seguir veraneando allí. ¿Tu sigues yendo, verdad? ¿Sigues teniendo la casita de campo allí?

- Si, sabes que a mi la sierra me encanta, es mi vida, no concibo un fin de semana sin respirar el aire que baja de las cumbres. ¿Te acuerdas? Fueron muchos años de veraneos eternos, tres meses sin ataduras, viviendo como si fuéramos parte de una tribu perdida en Jauja, dispuestos a disfrutar, a soñar, a pasarlo bien, sin más atadura que tener que volver a casa por la noche a dormir, semana tras semana hasta el maldito mes de Septiembre donde nos desperdigaríamos llenos de obligaciones en un Madrid frío y gris, sin los colores del campo.

Ella asentía silenciosa mi larga parrafada, jugaba a enrollarse el dedo en un rizo de su cabello rubio, el tiempo había causado estragos sobre ella, había engordado y algunas arrugas surcaban su rostro, a pesar que sabía con certeza que ella las habría combatido con todos los medios a su alcance que sabía que no eran pocos, pues en su casa nunca faltó el dinero. Ella también me observaba, por lo que imaginaba que así mismo, estaría pasando un examen bajo su mirada escrutadora, seguro que notaría que mi incipiente barriga de otros tiempos, dejó de serlo para convertirse en una realidad, que mi tortuoso flequillo que tanta gracia le hacía, dejó paso a un vacío desolador y que mis sienes se habían convertido en un paisaje nevado. Por fin ella rompió su mutismo.

- ¿Qué tal te encuentras? Mi padre me contó que sufriste un terrible accidente.

- Muy bien, recuperado completamente, fue una época terrible para mí, pero con la ayuda de mi mujer lo superé.

- Ya entiendo…

- Y tú ¿Te casaste?

- Si, tuve una niña, pero ahora vivimos solas las dos, nos divorciamos.

Dentro de su inconexa respuesta, noté un poco de rubor en sus mejillas, como si se avergonzara de algo, no sabía si era por su boda o por su divorcio, intentó esconder el sentimiento que afloraba, revolviéndose en el sillón, cruzó por enésima vez sus piernas, dejándome ver unas botas de diseño, seguro que de algún italiano de renombre como ella solía comprarlas.

- Lo pasamos bien ¿Verdad?- Me preguntó.

- Si, fue una infancia fabulosa.

- No me refería a la infancia, más bien a lo de después.

- ¿A lo nuestro? – Respondí con un susurro apenas audible.

- Si – Me respondió, mientras con la mano izquierda se frotaba un ojo.

- No se que decir, fue una agradable experiencia, despertamos los dos a unas nuevas sensaciones, yo aprendí mucho.

- No sé, me arrepiento de algunas cosas que pasaron, hubo cosas que no me gustaron, por ti, por mi…

- Nunca pienso en lo malo, los errores si los hubo, quedaron dentro de la gran experiencia que fue conocernos y querernos…

Un silencio incomodo surgió entre los dos, lo peor que nos podía pasar llegó, el final traumático de nuestra relación se interponía de nuevo, un dolor punzante en el corazón llegaba a la vez que nos atenazaba el cuello, con un inútil carraspeo intentaba poner fin a esa situación, pero el dolor impuso un velo gris entre nuestros ojos, pues entre nuestras almas la cicatriz ya era vieja, pero sangró de nuevo al reabrir la herida.

- Deja que te invite.

- Si, como siempre pagas tú.

- Sabes que soy de la vieja escuela.

- Y que me abrirás la puerta y dejarás que pase yo primero.

- ¿Vas al metro? Te acompaño a la entrada.

El silencio ya no nos abandonó en todo el trayecto, en la boca del metro el adiós, el tren partía para siempre, el jefe de estación levantó el banderín rojo.

- Bueno, estamos en contacto. –Me despedí

- No nos hemos dado los teléfonos.

- Mejor.





Más que el relato, este guiño va dedicado a Joaquín.



7 comentarios:

  1. Hola José Antonio.
    El relato bueno... es la vida como hojas de un libro leido y del que nos gustaria cambiar el guion.
    Seguro que Joaquin estara encantado de tu "guiño" con este relato dedicado.
    un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Hola, Jose Antonio: me ha gustado la forma de sugerir y evocar el pasado, el presente y el propio paso del tiempo, dentro de una escena que suena a muy muy real y humana, es decir, a fabricada con los materiales de los que está compuesta la vida de todos nosotros. Congratulations.
    Saludos blogueros

    ResponderEliminar
  3. Hay reencuentros que es mejor evitar. Hacen añicos nuestras fantasías.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Tu amigo Joaquin se sentirá orgulloso de ser el coprotagonista de tu relato, puesto que es el jefe de la estación el que anuncia la salida y la llegada del tren... vivimos en vagones permanentes (ohohoh qué reflexiva estoy hoy jajaja).

    Una historia que tú la haces bonita.

    un abrazo

    ResponderEliminar
  5. From Teca's recommendation, beautiful blog ...

    ResponderEliminar
  6. Bello relato que madera que tenes mis saludos ....!

    ResponderEliminar

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails