Miré
hacia atrás, sabía que no debía hacerlo pues de inmediato sentí que mis ojos se
anegaban de lágrimas, atrás quedaba toda una vida de recuerdos, toda una vida.
- -¿No te llevas ninguna
foto?
- - No
No
veía el motivo, cada marco con una fotografía era una puñalada a mi maltrecho
corazón. Eran espejos donde se reflejaba mi vida anterior, la juventud, la de
mis hijos, la de mis seres queridos, la de los viajes y momentos donde fuimos
tan felices. Todo eso dejaba atrás y no quería que me siguiera dando dolorosas
punzadas allá donde iba.
Con
un suspiro cerré la puerta del que había sido mi hogar durante tantos años y
esta vez no me guardé la llave en el bolsillo, la puerta se cerró para siempre,
quizás como despedida chirrió un poco, siempre tuve bien engrasados los goznes,
por lo que lo tomé como un adiós.
Bajé
torpemente los escalones, qué diferencia de cuando los subí por primera vez,
feliz e ilusionado, ágil y joven, toda una vida por delante en un sitio al que
llamaría hogar.
Entré
por la puerta trasera del vehículo de mi hijo y miré por última vez las calles
por las que tanto paseé, el jardín por el que paseaba a mis queridas mascotas. Hacía
ya unos años que me negué a tener más, no quería que ningún perro me
sobreviviese dejándolo huérfano y en otro hogar que no fuera el mío bajo mis
cuidados.
Al
cabo de un tiempo llegamos al destino, el cartel me hizo que otra lágrima
rodara por mi mejilla: Residencia Nuestra Señora del Rosario. Abrí la
ventanilla y respiré profundamente, ésta sería mi última bocanada de aire
fresco hasta que un día cercano cerrasen la tapa de mi ataúd.
Lo peor de enterrarse en vida es que sea obligado.
ResponderEliminarBuen relato.
Un saludo
JM
Bonita forma de expresar lo más profundo de tus sentimientos.
ResponderEliminarBuen relato
Un abrazo