jueves, 7 de mayo de 2020

Mirada torva


Había hecho mucho calor todo el día, lo corriente en la provincia de Sevilla cualquier día de julio, pero al parecer esto había molestado a alguien en las alturas. Una enorme nube de condensación se iba formando  y cada momento, según iba creciendo, su color iba tornándose más oscuro.

El aire acondicionado de mi coche no daba más de sí, por los conductos de salida apenas salía un aire tibio y todavía me quedaban dos horas para llegar a mi destino. Un fuerte viento lateral comenzó a sacudir mi coche según me iba acercando a la tormenta y a la oscuridad.

Poco a poco la lluvia comenzó a caer, al principio pequeñas gotas, pero estas solo eran un anticipo de lo que estaba por llegar. Gruesos goterones comenzaron a machacar el parabrisas sin conmiseración, cada segundo que pasaba con mayor cantidad y virulencia. El limpia apenas era capaz de dejarme vislumbrar la carretera. Encendí los faros coincidiendo con el fogonazo de un rayo, lo que me hizo sobresaltarme. El poco tiempo transcurrido entre el rayo y su correspondiente trueno, me indicó que me encontraba en el centro de la nube y que estaba justo en lo peor.

Aminoré todo lo que pude la velocidad para poder hacerme con el manejo del vehículo con toda seguridad, puesto que apenas había visibilidad alguna y el firme estaba totalmente anegado. Pocos metros más adelante, en el arcén derecho se encontraba otro vehículo con las luces de emergencia puestas y junto a él, una mujer me hacía violentos aspavientos con los brazos para llamar mi atención. Pensando que había sucedido una desgracia, me detuve unos metros más adelante. No hizo falta que me bajase, la mujer se acercó a la ventanilla gritando para superar el ruido del temporal:

    - ¡Por favor, ayúdeme!

    - ¿Qué le ocurre?

    - Mi coche, se ha averiado.

    - ¿Quiere que avise a emergencias?

    - No, ya lo hice yo, por favor ábrame la puerta.

Esa respuesta me envaró, llevo muchos años en la carretera y son muchas las ocasiones que en casos muy parecidos a este el “buen samaritano” es sorprendido por un cómplice de la supuesta víctima para desvalijarlo.

Miré a ambos lados de mi coche intentando ver si había alguna persona agazapada en los alrededores, pero apenas veía más que los cristales empañados chorreando cascadas de agua. Nerviosamente apreté el botón de desbloqueo de las puertas, lo que hizo que la mujer se introdujera en el habitáculo.

Ella se encontraba chorreando agua, los pelos se le pegaban a la cara impidiéndome en un primer momento contemplar su rostro. Enseguida ella los apartó como pudo con sus dedos, pudiendo entonces ver que se trataba de una mujer de entre treinta y cuarenta años. Nunca se me ha dado bien valorar la edad de las personas, pero creo que en esta ocasión no me equivocaba. Llevaba unos vaqueros ensombrecidos por la humedad y una camisa totalmente pegada al cuerpo, que al mojarse se había pegado a su torso como una segunda piel, mostrando los encajes y dibujos de su sujetador.

Cuando terminó de componerse, me miró a la cara y entonó en modo de súplica:

    - Necesito que me hagas un favor, te lo ruego, me tienes que llevar a una dirección no muy lejos de aquí, te pagaré lo que me pidas.

    - Pero…

    - De verdad, es muy importante para mí.

    - Pero tu coche…

    - Ya he avisado a una grúa, no hay problema, en un rato vienen y se llevan el coche, pero necesito que me lleves a un sitio, tengo una cita importantísima.

    - La verdad es que…

    - No te lo pediría si no fuera tan importante para mí.

Francamente me estaba hartando de que no me dejara terminar mis frases. Pero con sus últimas palabras, dudo si lo hizo inconscientemente, se estiró la camisa separándola de su cuerpo mojado, dejando apreciar unas hermosas ondulaciones.

No sé si fue por la bella visión de su anatomía o por mi espíritu de caballero andante por lo que accedí, todavía no las tenía todas conmigo sobre en qué clase de aventura me estaba metiendo. No tenía ninguna prisa por llegar a mi destino, un triste hotel en un pequeño pueblo, donde haría noche para seguir con mi labor comercial por el resto de la provincia de Sevilla.

    - Vale, ¿por dónde vamos?

    - Ay, muchas gracias de verdad, eres un cielo. Sigue por esta misma carretera, yo te iré guiando.

Me incorporé de nuevo a la calzada con toda precaución y continuamos varios kilómetros por la misma autovía, hasta que me indicó una salida, no pude ver el pueblo de destino, la densa lluvia me impidió ver el contenido del cartel. Circulábamos por una carretera comarcal atravesando campos de labor. Ella cogió el teléfono y discutía con el destinatario de la llamada intentando hacerle comprender el motivo de su retraso.

La noche se iba echando encima rápidamente, pero afortunadamente caía ya una lluvia fina por lo que reduje la velocidad de los limpiaparabrisas. Ella terminó su llamada y fijó su atención en mí.

    - No nos hemos presentado, me llamo Perla.

    - Qué casualidad, yo tuve una perra que se llamaba así.

No sé por qué dije esa mentira, la verdad es que lo dije con socarronería, nunca había tenido una perra llamada así, aún más nunca tuve perras, solo miembros masculinos de la familia de los cánidos. Creo que fue más bien porque me chocaba que alguien se pudiera llamar así, bajo mi punto de vista, Perla era más bien el nombre de alguien de la farándula o el nombre de guerra de una prostituta y no estaba muy seguro de a cuál de los dos mundos pertenecía mi pasajera.

Ella al parecer no se lo tomó a mal y siguió hablando.

    - Ah, ¿sí? y ¿cuál es tu nombre?

   - Jose Antonio.

   - Pues yo tuve un hámster que se llamaba así. ¿A qué te dedicas?

   -  Soy viajante de comercio, represento a una empresa de ascensores. ¿A qué te dedicas tú?

   - Soy abogada, estoy en un despacho en Sevilla, estamos especializados en herencias, no es un mundo muy apasionante que digamos, pero el sueldo y las comisiones están pero que muy bien.

La hora siguiente la pasamos conversando muy amigablemente, una vez roto el hielo, Perla, pues así me juró que era su auténtico nombre, se reveló como una excelente conversadora, unido a mi condición de vendedor, lo que hacía que a mí tampoco me faltasen buenos temas de conversación, hizo que el tiempo se pasase volando y nos conociéramos un poco. Ella estaba realmente agradecida con el favor que la había hecho y notaba que algo la rondaba por la cabeza.

   - Mira, estamos casi llegando, no sé si dejar que me acompañes. Si vienes conmigo ten en cuenta que vamos a un lugar muy especial.

     - ¿Como cuánto de especial?

   - Muy, muy especial. Tiene unas normas muy estrictas, tienes que prometerme que las vas a cumplir a rajatabla, si en algún momento te ves incómodo, te marchas en silencio y aquí no ha pasado nada.

      - Caramba, cuanta intriga.

     - No te lo tomes a chacota, allí dentro hay gente muy importante.

    - No será una secta? – Dije amoscado.

    - No, no te preocupes no es nada religioso, solamente es un club algo especial.

Apenas pudimos ya charlar más, ella me indicó que aminorara la marcha y a lo lejos vi el portón como tantos otros que se ven en Andalucía, indicando la entrada a un cortijo. Me desvié como ella me había indicado y tomamos un camino de gravilla que se perdía entre campos de trigo.

Un último relámpago me mostró la silueta del cortijo donde terminaba la carretera, aparqué en un lateral del mismo en un lugar habilitado para ello. Según descendimos del coche, dos porteros con grandes paraguas salieron a recibirnos para acompañarnos al interior. Un portal rústico daba acceso a una entrada donde mi acompañante enseñó una credencial y explicó que yo era un invitado excepcional. El portero asintió con un leve gesto y me dejó pasar, no sin antes entregarme una tarjeta magnética sin estampación alguna, toda ella de color blanco.

Perla me condujo a una estancia lateral donde colegí enseguida que se trataba de un vestuario y allí, frente a dos taquillas vacías ella comenzó a desvestirse sin mostrar pudor alguno. No me quedé atrás aun cuando era incapaz de dejar de contemplar cómo lo hacia ella. Sin duda era muy hermosa, más de lo que sus ropas mojadas dejaban entrever, su piel será tersa y firme con las redondeces justas para mi gusto. No tenía tatuaje alguno, lo que hizo merecer mi postrera aprobación.

Al caer su última prenda de ropa, ella abrió la taquilla y sacó un albornoz blanco, lo que me hurtó seguir disfrutando de la visión de su bello cuerpo. Prácticamente a la par que ella terminé de desvestirme y también me enfundé la bata. Ella me tomó de la mano y la seguí mansamente.

Creo que realmente me llevó al infierno de Dante y cada sala era un anillo. Todo el lujo y la ostentación se encontraban en las salas, todas llenas de pecadores y todas llenas de objetos para pecar. Había una sala con todos los artilugios para jugar: ruleta, mesa de bacarrá, dados, póker, etc. Otra sala llena de artilugios de tortura sadomasoquista, que bien podía parecer un viaje hacia atrás en el tiempo al Toledo del tiempo de la Inquisición. Una sala con participantes en un remedo de misa negra, otra mucho más terrorífica con participantes en sesiones de necrofilia lo que me provocó retirar rápidamente la mirada de ellos mientras me acometían violentas arcadas.

Me reservo la narración de las demás salas que tuvimos que atravesar, creo que lo más conveniente hubiera sido crear un pasillo y cerrar con puertas esos pozos de verdadera maldad, de la conducta más infame e ignominiosa que la mente humana hubiera podido imaginar.

En fin, parecía que lo más abyecto de la sociedad tenía su acomodo allí y lo que era peor, todavía no sabía en qué sala me acomodaría Perla, realmente cualquier atisbo de curiosidad se había esfumado por mi parte y francamente, lo único que deseaba era salir de allí y encontrarme lejos de aquél lugar.

Pero al parecer lo que realmente me aguardaba era mejor que lo que temía, me terminó arrastrando a una cabina con doseles y un diván con varios almohadones. En una pequeña mesa adjunta se encontraban varias botellas de distintos licores, junto a unos vasos y una cubitera con trozos de hielo.

Nos acomodamos y ella literalmente se abalanzó sobre mí. Me comenzó a besar con auténtica pasión, como solo una mujer enamorada es capaz de hacer, lo que me hizo enrojecer hasta las raíces del cabello. No solo manejaba bien la lengua, la mano no se le daba mal, sus caricias iban cada vez subiendo de tono mientras cada vez iban bajando más sobre mi anatomía.

Yo intentaba no quedarme atrás intentando manejarme diestramente en las caricias en justa reciprocidad, su piel suave y templada me enervaba cada vez más.

Parecía que aquello iba a durar un siglo, no teníamos ninguna prisa, me encontraba flotando. De vez en cuando parábamos lo suficiente para tomar aire y beber una copa de licor. Yo apenas unos chupitos, al fin y al cabo tendía que conducir, ella en mucha más cantidad que yo, realmente casi de forma compulsiva, llenaba el vaso y de golpe lo echaba al coleto casi con violencia.

Creo que algo se comenzó a fundir en su interior, movía la cabeza como una poseída al compás de mis caricias agitando con fuerza sus cabellos. Tenía la lengua trabada y ya no conseguía entender lo que iba diciendo cada vez más fuerte, hasta que terminó chillando como una loca.

Me separé súbitamente de ella acurrucándome en un rincón de la estancia. Creo que sus gritos alarmaron a nuestros vecinos, porque al poco rato se presentaron los dos porteros y la sacaron de allí casi a rastras. Todo esto lo iba contemplando estólidamente con los ojos muy abiertos y totalmente lleno de asombro y de pavor.
Apenas tuve tiempo de meditar sobre lo ocurrido, al cabo se presentó un hombre vestido de traje negro que se sentó junto a mí y comenzó a hablarme.

-         Si puede ser no me interrumpa ni responda, voy a ser totalmente claro. Lógicamente para el lugar donde se halla, hemos abierto la taquilla y revisado su documentación. No se preocupe, no le falta nada ni siquiera los 320 euros que hay dentro en billetes. Para nuestra base de datos usted es un don nadie y no tiene el mínimo nivel económico para haber entrado aquí. La señorita Perla ha cometido un grave error y ha sido reconvenida por ello. A continuación le voy a dar varias directrices de obligado cumplimiento para usted: Usted no ha estado aquí, en cuanto salga del complejo, se le olvidará la situación de este lugar, usted no ha visto ni oído nada, no ha visto ni conoce a ninguna persona que se halla en este lugar. Tenga algo muy en cuenta, sabemos dónde vive, cualquier indiscreción por su parte hará que usted o alguien de su familia pague por ello. ¿Me ha comprendido?

    - Si señor – fue lo único que conseguí musitar ante tamaña contundencia.

    - ¿Alguna pregunta?

    -¿Cómo se encuentra la señorita Perla?

  - No se preocupe usted, se encuentra bien atendida por nuestro servicio médico. Por supuesto entre las órdenes, también se encuentra la de no volver a ponerse en contacto con ella bajo ninguna circunstancia ¿entendido?

    - Perfectamente ¿puedo irme ya?

     - Por supuesto, permítame acompañarlo.

Y efectivamente bajo su mirada circunspecta, me acompañó al vestuario para recoger mi ropa y después a la salida. Allí mismo en la puerta me despidió con un:

    - Buenas noches y hasta nunca, recuerde lo que hemos hablado.

Asentí gravemente y me di media vuelta encaminándome a mi coche. La tormenta hacía tiempo que había terminado y en el horizonte no había ninguna nube. El cielo al estar lejos de cualquier ciudad estaba estrellado, resplandeciente como un millón de alfileres incandescentes.




3 comentarios:

  1. Amigo Jose Antonio, la vida esta repleta de sorpresas y de cuartos oscuros, hay que andar con cuidado y con un kit de autodefensa encima por si las moscas. Me alegra de que te hayas animado a escribir. Un abrazo.

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  2. ¡Se me ha hecho corto!
    Aguardo la 2a temporada /ChenoE

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  3. Sorprendido y cómo dicen en el comentario anterior, espero la segunda entrega. Un abrazo

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