viernes, 20 de agosto de 2010

Betún

Nunca pude aguantar a un limpiabotas que me hablase de toros, soy antitaurino por naturaleza y me duele se provoque cualquier sufrimiento innecesario a los animales, puede parecer algo hipócrita por mi parte, yo que me dedico a hacer padecer a seres humanos, me preocupase por el sufrimiento animal, pero así es la vida y así me ha tocado vivirla. Puesto pues a elegir limpiabotas, elegí uno que en su caja destacaba un orondo escudo del Madrid, a pesar que no es el club de mis amores me decidí por él, a veces con fina ironía, uno se lo puede pasar bien dialogando.
- ¿Limpia?
- Si joven (hacía muchos años que el limpia abandonó la juventud)
Me senté en el banquillo y desdeñé el diario deportivo que me ofreció.
- ¿Qué tal jugaron ayer Spasic y Prosinecki?
- ¡Hombre de Dios! ¿De donde sale usted? Esos hace muchos años que ya no juegan.
- Pero… si eran muy buenos. – Repliqué con sorna.
- Por supuesto, en el Madrid no entra a jugar cualquiera, nuestros jugadores son el “simoun” de la nobleza futbolera.
- Ya me hago a la idea. ¿Irán los primeros entonces?
- ¡Quiá! Este año los árbitros le están ayudando mucho al “Barsa” , póngame el otro pié.
La verdad es que siempre aprecié las artes de los limpiabotas, esa presteza de movimientos de las manos con el cepillo, era más bien propia de trileros, lástima que movieran la lengua igual de rápido.
- Ya le digo a usted que Iker Castilla es el más mejor portero del mundo y que Sara Cabronero es la “piriodista” más guapa.
- Hombre, fea no es la muchacha
- ¿Y que me dice del beso que le dio en la final de la copa libertadores?
- Si, en eso tiene usted razón, yo también me apuntaba.
- Natural. Son tres euros por el servicio, el año pasado cobraba cuatro, pero con la crisis…
No quise hacer más sangre y le pagué el precio del año pasado, además como todos los de su gremio, era un excelente trabajador, mis zapatos relucían tanto que Fred Astaire estaría envidioso de mí.
Abandoné la marquesina del Palacio de la Prensa y seguí Gran Vía abajo esquivando Mac Burgers y King Donalds, que falta de gusto, la verdad es que la Gran Vía de ahora es más hortera que un rapero con un transistor, antes todos los locales eran bancos, cafeterías de postín y grandes carteles donde los cines de estreno anunciaban a bombo y platillo las películas que en su parte inferior estaban dibujadas las estatuillas de los oscares conseguidos, no me olvido de los hoteles con nombres rimbombantes, “Senator”, “Emperador”, “Mayorazgo”, lástima, antes en Argentina no eras nadie si no tenías un despacho en la Gran Vía, hoy ya ni se alquilan despachos.
Giro a la derecha y entro en la plaza de los Mostenses, ¡que recuerdos! Siempre sucia por culpa del mercado, pero siempre con el sabor a trastienda, a rebotica, lo que no hallabas en la Gran Vía, siempre lo encontrabas aquí. Ya no está el estanco de Lola, no me extraña, ya era muy mayor cuando la conocí, con sus gafas estrafalarias, tan repintada y con esos vestidos que a mi me recordaban las cortinas de mi casa, pero era encantadora, siempre que Tabacalera los distribuía, a mí me guardaba tabaco de decomisos, pues era más barato y mis sisas de botones no me permitían jamás fumar cigarrillos americanos.
Entré en los apartamentos y tomé el ascensor hasta la segunda planta y llamé al apartamento 2631. Me abrió él mismo en persona, no había duda, la fotografía que me habían dado era clara y actual, el tipo que me abría la puerta era de complexión delgada y era calvo, muy calvo, apenas unas matas de pelos le cubrían las sienes en una cabeza que a la luz del fluorescente del pasillo, brillaba un poco siniestra, como si estuviera vacía de contenido, unos ojos de búho detrás de unas gafas de pasta gris, le daban la apariencia de ser una persona falsa, de la que no te puedes fiar, en fin, creo que me alegré de lo que iba a hacer. De todas formas pregunté:
- ¿Don Luís Carramolina?
- Sí, soy yo. ¿Qué quiere usted?
Desde que bajé del ascensor ya llevaba preparada mi herramienta, una navaja jamonera de Teodomiro, pues en el fondo soy un clásico, me gustan los medios antiguos, de los que no se llevan, de antes de la pólvora tan escandalosa ella, por lo que con presteza me abalancé sobre él y con precisión de cirujano le introduje entre las costillas mi navaja, esto produjo la detención inmediata de su corazón y un aumento de una buena cifra de Dólares en mi cuenta reservada de Las Bahamas.
Le dejé deslizarse hasta el suelo, comprobé que su cuello no tuviera señales de pulsaciones y cerré la puerta con cuidado, y es que hay mucho delincuente amigo de lo ajeno, que sólo espera una oportunidad para desvalijarte la vivienda. Volví a coger el ascensor y salí a la calle silbando la canción de La vida de Brian: mira siempre el lado bueno de la vida, que curioso, me dije, el amigo Luis ya no tiene lado curioso que mirar.
¡Maldición! Al mirar hacia mis pies, contemplo horrorizado que un par de gotas de sangre manchan mis otrora impolutos zapatos, tendré que volver a aguantar al “peñazo” del limpiabotas.




1 comentario:

  1. Hola José Antonio.
    Vaya con "Pedro Navaja" El cobrador del frac a la vieja usanza. Sobre el limpiabotas el detalle de rebajar un euro el precio del servicio "por la crisis" es muy real. Los más humildes siempre acaban pagando con su sudor los derroches de los poderosos.
    Un abrazo.

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