Mi humor se me agrió al darme cuenta que los días son más cortos, las mañanas más frescas, el maldito torneo Ramón de Carranza se había disputado ya, todos estos indicios estaban marcando el inexorable fin del mes de Agosto y con él de las vacaciones.
Apurábamos nuestros juegos en la pradera de las escuelas, pero el rescate, el pañuelo y el frontón no nos saciaban nuestras ansias de juegos, Septiembre acechaba ya y con él habría que volver a desempolvar los libros, sobre todo el de física que como de costumbre no aprobé en Junio. También debería aprender a andar de nuevo con zapatos y pantalón largo, olvidarme de las afamadas “adidas-tortola” y de mis bañadores embutidos de sol a sol, de las meriendas de membrillo y panceta frita transformadas por las más urbanas de nocilla.
Disfrutábamos las últimas películas de los cines portátiles en la plaza, donde tenías que llevarte la silla, después del dichoso NO-DO, como todos los años, soportábamos cómo Carmen Sevilla recuperaba la vista en el soporífero ”Un caballero andaluz” además de alguna de Palito Ortega, suspirábamos por que pusiesen más películas del oeste o de romanos, algunos años éramos capaces de contar la gente que moría en la película y ese era nuestro baremo de valoración.
El Lozoya, agotadas sus fuentes, apenas era capaz de llenar las pozas en las que nos bañábamos, el “engaña”, las “angelines” eran apenas hilillos de agua donde era imposible tirarnos de cabeza, aun así nuestras partidas de mus en la pradera seguían siendo épicas.
Las chicas… según pasaban los años me iba pasando algo raro, cada vez que veía a alguna en especial, había algo que me oprimía el pecho y no me lo explicaba, el año anterior me parecían unas cursis y unas sosas, sólo útiles para asustarlas con culebrillas que cogía del río, nada que hablar de jugar con ellas, a la mínima se ponían a llorar y amenazaban con ir a buscar a su padre.
Afortunadamente me di cuenta que no sólo me pasaba a mí, todos mis amigos padecían la misma enfermedad, algunos, los más osados fueron capaces de entablar conversaciones menos futbolísticas con chicas, otros sencillamente decían que tal o cual era su novia, ¡que envidia me daban!
Hasta que por fin me llené de valor, algún día tendría que ser, no se porqué me fijé en ella, era algo especial, la miraba y me quedaba bobo, sería su pelo, su risa, lo guapa que estaba en bañador. Una tarde por fin nos quedamos solos y balbuceando, más que hablando, le dije que la quería y que me gustaría que fuéramos novios, ella miró al suelo y cogiendo una florecilla violeta me dijo:
- Olvídate, ya han brotado los espantaveraneantes, nuestro tiempo se acabó igual que el verano, no nos veremos más hasta el verano que viene, entonces ya veremos que nos depara este tiempo separados.
Y juntando una lágrima a la suya, maldije a la estúpida florecilla.
Dedicado a Tony Montón.
¿Joer!, tío, esos recuerdos también son míos, de cuando a uno comenzaba a picarles... la incipiente barba. Lo que no sabía es eso de los espantaveraneantes. Gracias por tu dedicatoria y ya verás como hoy les mojamos la oreja a los "interinos" que para eso los del atleti, "El Glorioso", somos así. ¡Con un par!
ResponderEliminarTe lo dije!!!!!!!!!!! Aupa Atleti
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