- Creo que mis inclinaciones detectivescas me vinieron desde crío.
Comentaba acodado en la barra del Búho Bizco, con mi sempiterno güisqui en la mano. La prejubilación en el cuerpo de Policía y la falta de clientes de mi agencia de detectives, me llevaban a pasar las horas muertas delante de multitud de vasos de bebidas espiritosas.
- Eso, cuénteme alguna experiencia suya de la infancia, que en pleno Ferragosto, esto parece un velatorio.- Me replicó Lola, la pizpireta camarera de ese antro de perdición que regenta mi amigo (?) Thomas, el mayor de mis acreedores.
Es curioso que recuerde ahora aquellos días, el verano en la infancia tiene otro sabor, es una fiesta continua que dura hasta que el maldito mes de Septiembre viene a empañar el horizonte, atrás quedan los libros, los horarios y sobre todo los pantalones largos.
Llegaba el tiempo de acudir al pueblo de nuestros abuelos, de montar en bicicleta, bañarse mañana y tarde en el río y de empezar a salir en pandilla con unas nuevas invitadas, las chicas que antaño eran unos seres anodinos e impersonales, alguien a quien no podías ni rozar antes de que se pusieran a llorar y a reclamar la presencia de su padre ( -Venga Señor Pepe, no me puedo creer que las chicas en su tiempo fueran así. –Lola, por favor no me interrumpas, cuando ocurrieron esos hechos, ni siquiera habías nacido)
El estío transcurría pues apaciblemente, entre tardes de modorra, recostados en los duros bancos de granito de las escuelas.
- ¿Vamos al río?
- Mejor vamos a la dehesa
- ¿Hacemos una chocolatada?
- ¿Para qué? Estoy harto de hacer lo mismo un día tras otro, vaya aburrimiento.
- ¿Entonces qué hacemos?
El desánimo caía entre la pandilla, después de la novedad, la rutina había caído como una losa sobre nosotros, ya no nos divertían los múltiples juegos y acciones que hasta entonces habían llenado y alegrado los días transcurridos en la sierra, por fortuna alguien habló en aquel momento, dando paso a nuestra mayor aventura aquel verano.
- ¿Os cuento una cosa?
- ¿Qué cosa, pesado?
- Desde mi casa, que como sabéis está en las afueras, mi habitación da a las eras y llevo observando un par de noches varias luces que se dirigen al molino abandonado.
- ¡Anda ya! Eso te lo estás inventando.
- Es cierto, cuando quieras te lo demuestro, si quieres vamos esta noche.
Aquellas últimas palabras causaron una gran conmoción, de pronto nuestras mentes empezaron a elucubrar el porqué de aquellas luces, quienes eran los individuos que cruzaban las eras, alguien incluso habló de extraterrestres, pues estaba de moda la serie de los invasores, el más atrevido incluso achacó el hecho a El Lute y sus hermanos.
- Bueno, basta ya de tanta charla inútil. – Corté aquella vana discusión; en la padilla mi opinión era muy respetada, no tanto por la madurez de mis razonamientos, sino porque era el de mayor edad. – Lo que tenemos que hacer es aviarnos para esta noche, hay que hacer acopio de linternas, no valen velas ni quinqués, a ver si vamos a provocar un incendio.
- Yo puedo llevar un machete para defendernos.
- Bueno, vale, pero ten cuidado no cortes a nadie.
- Yo llevaré galletas, por si nos entra hambre.
- Yo leche, para mojar las galletas.
- ¡Basta! Llevad lo que queráis, pero dejad de dar la murga, joroba. (Observa querida Lola que en aquella época nadie decía tacos, era pecado y además estaba muy mal visto, sobre todo por las chicas de la pandilla) Bueno, a las diez y media, todos en la fuente de la fragua.
- A mí a esa hora ya no me dejan salir. – Repuso una de las chicas de menor edad.
- Pues lo siento, pero te pierdes la aventura, además, si se lo decimos a nuestros padres ¿Crees que nos van a dejar salir?
La excitación ante los hechos que nos aguardaban, hizo que la tarde se nos pasara muy entretenida, la llegada del ocaso hizo que nos repartiéramos por nuestras casas para cenar y recogernos, en teoría hasta la jornada siguiente.
A las diez y cuarto salí de hurtadillas de mi casa y al igual que mi ídolo Tom Sawyer, fui a buscar a mi alter ego Huck Finn, en este caso era Juan, con el que llevaba compartida mi vida de veraneante desde que tenía recuerdos serranos. Juntos nos dirigimos a la fuente junto a la fragua, donde por el día Julián el herrero era el ídolo de la chiquillería, siempre con sus bromas.
Cuando sonó en el reloj del ayuntamiento la campanada que indicaba la media sobre las diez, aparte de mi inseparable Juan, sólo estaba Mamen y María, dos valientes entre el sexo femenino que no tenían miedo al arrostrar nuestra aventura.
- Venga en marcha.- Ordené
Y así formamos una fila india camino del famoso molino, atravesamos el zarzo que delimitaba el pueblo y salimos a las eras, el suelo después de todo un día de sol inmisericorde, aun conservaba un calor que se transmitía a nuestro cuerpo a través de las finas suelas de nuestras autenticas zapatillas “Adidas tórtola” Eso nos venía muy bien, pues las noches en agosto la temperatura baja a unos niveles, en los que hay que abrigarse aunque sea con una rebeca o un jersey fino.
Es curioso la de veces que hemos oído aquella frase del silencio sepulcral del campo por la noche, y no hay nada más alejado de la realidad, de momento, una miríada de grillos atronaba la pradera con su cri-cri, en el soto, varias lechuzas dialogaban entre ellas con sus ululantes mensajes crípticos, todavía quedaban más actores declamando en la oscuridad, sapitos escondidos bajo las piedras lanzaban pitidos, nada que ver con la recién traída canción entonces de moda cantada por Jorge Cafrune. Aun quedaban por atronar la noche, las oscuras sabandijas formadas por ratones y musarañas que al moverse bajo las zarzas, pisaban la hojarasca, haciendo que nos sobresaltásemos cada pocos metros temiendo que fueran víboras, con el peligro de ser picados por ellas si las pisásemos por accidente.
Después de atravesar las eras y el río Santa Ana, una valla de piedra nos condujo a la entrada del molino, el candado que cerraba el portón, había desaparecido por lo que nos introdujimos dentro, no se observaba movimiento alguno así que nos detuvimos a considerar cual sería el mejor lugar para espiar a las gentes que a buen seguro aquella noche se acercarían al lugar. No se como, al final decidimos situarnos en el primer piso, tamaña temeridad, nunca lo habíamos hecho por el día por miedo a que las tablas del piso no aguantasen nuestro peso, por lo carcomidas que estaban, además de lo polvoriento y siniestro del lugar, lleno de telarañas y oscuridad que apenas aliviaban algún agujero en el tejado.
Esa noche mal que bien alumbrados por la linterna y con mucha precaución fuimos subiendo por los quejumbrosos escalones de madera, caminando pegados a la pared, pero lo suficiente alejados de ella para evitarlas telas de araña que tanto temíamos, pues con el tamaño de aquellas redes de caza, el animal que las fabricó debía de tener unas dimensiones colosales, similares a las tarántulas que veíamos en las películas de Tarzán.
- Chissst, silencio.- les ordené.- ¿No oís ese ruido? Parece un tableteo
- Si, hace rato que lo oigo, seguro que es el escarabajo de la muerte, está anunciando un crimen cercano.- Sentenció Mamen, enteradilla ella.
- Nooo, no, perdonad. –Dijo apenas audible, Juan. –Es que me castañetean los dientes, pero no de miedo ¿Eh? Es de frío, pues me he venido en pantalones cortos.
- Ya macho, dí lo que quieras, pero el tufillo que sueltas es de miedo, estás cagadito ¿Me acerco al pueblo a por un pañal?
Es curioso, pero después de toda la infancia siendo inseparables, los hechos que hoy relato hicieron que nos separásemos los hasta entonces inseparables amigos, sé que bebía los aires por María, pero el descubrir que ella me prefería a mí, comenzó una serie de resquemores y envidias que terminaron separándonos, por lo que el que le humillase en publico y que este fuera femenino, no hizo más que acrecentar su odio.
- Callaros, creo que viene alguien. –Nos ordenó Mamen.
Efectivamente, un Land-Rover estacionó en la misma puerta, de el se apearon dos personas que de inmediato se dispusieron a descargar extraños aparatos electrónicos, nuestra extrañeza iba en aumento, no era aquel el lugar más indicado para establecer allí ningún despacho o laboratorio, después de varios minutos trasteando y montando aquellos equipos, comenzaron un dialogo que nos dejó helados.
- Pues sí, el jefe nos exige cargarnos al rey y a su camada.
- Me alegro un montón, estoy harto de seguirles por media España, quiero volver a Bilbao con mi familia y terminar esto ya.
- En cuanto llegue la comadreja, todos ellos serán historia, no quedarán de ellos ni las plumas, ja ja ja ja.
Bajo la obscuridad, no vi los rostros de los demás, pero el mío de repente se debió volver completamente blanco, ante nosotros teníamos a unos esbirros con la idea de matar al recién coronado rey. A mi lado Juan volvía a castañetear los dientes, lo conseguí arreglar de un malévolo pellizco.
Continuará....
Aixxx cómo odio los "continuará", dime, dime, me muero de ganas por saber si mataron a Don Juan carlos, :D.
ResponderEliminarSe ve de maravilla ese pueblo, ese zarzo, el río, las eras, el molino, el encanto de la noche, el come-come rondando las cabezas de los niños,las tórtolas, los grillos, el suspense, muy visual, muy cinematográfico, stand by me.
ResponderEliminarMuy bueno, Jose
Saludos blo
Le llevaste la peluca a Carrillo, has localizado a unos `matarreyes´...historia viva de España y prejubilado.
ResponderEliminarNo tardes, quiero leer el desenlace.
Un abrazo
PD.- Un puntazo lo del tiempo en el Búho Bizco.
Si, la descripción es muy detallada, por la que es muy agradable entretenerse viendo las imágenes que describes y mantener el suspense para el próximo capítulo hace que la espera sea más larga?
ResponderEliminarjaja
un abrazo