miércoles, 25 de agosto de 2010

Julián el herrero

     - ¿Eres Luís?
     - No, yo soy Félix el culón
Y es que con Julián el herrero había que tener el verbo fácil y respuesta adecuada para sus preguntas mordaces, pero luego venía el examen imposible de aprobar, el maldito silbo con los labios, inútil decir que sólo conseguía una triste pedorreta que provocaba su ruidosa carcajada.
     - Chaval, así no llegarás a ser nada en la vida
Tampoco conseguí darle una respuesta satisfactoria a su pregunta:
     - ¿Y tú de quien eres?
Algunas veces respondía:
     - De mi padre y de mi madre.
O bien:
     - De Antonio y Carmen.
     - Ni soy de aquí, ni soy de allá.
Aunque la única respuesta que no tuvo una burla de su parte, más bien logré arrancarle una sonrisa, fue:
     - Soy de la virgen María y del Espíritu Santo.
Con mucho gusto también le hubiera contestado que no estuviera tan ocioso y se molestara de vez en cuando de limpiar la herrería, un recio edificio de piedra donde la penumbra apenas servía para disimular una mugre secular, había una acumulación de polvo tal que Armstrong se hubiera sentido de nuevo en la luna.
A los chavales lo que más gracia nos hacía era el potro de herrar que tenía afuera, cuatro pilastras de granito cruzadas con cinchas de cuero eran capaces de inmovilizar las yuntas, unos animales mitológicos para nosotros, imposibles de sujetar y desplazar sin su aquiescencia, para nosotros tan carpetanos que no éramos capaces de imaginar un mar que no habíamos visto, ni sus grandiosas criaturas las ballenas, una yunta era el animal más grande que podíamos imaginar.
     - ¿Qué le haces, Julián?
     - Ya lo ves, chavea, poniéndole unos zapatos nuevos a la vaca, es como tú, cuando se le gastan, hay que ponerle nuevos.
     - Como mola, Julián
     - ¿Quieres que te ponga unos zapatos a ti también?
Casi no me hubiera importado, cualquier cosa era mejor que mis “adidas-tórtola” que me obligaban a llevar en verano, de un azul monocorde que impenitentemente me compraban unas tras otras cada vez que se rompían.
     - Venga, sílbame como yo te he enseñado.
     - Otro día Julián.
     - Estos de Madrid… no sé que os enseñan en el colegio, mientras no sepas silbar, nunca serás nada en la vida.
     - ¡Que razón tienes Julián!
Como la fragua estaba camino del río, casi todos los días teníamos que mantener esta conversación u otra muy parecida cuando íbamos a bañarnos, la verdad es que no nos importaba, Julián era un tipo majete, nada que ver con otros hoscos personajes del pueblo.
Cuando vuelvo a pasar por la fragua, reconvertida en restaurante, echo de menos el potro que desapareció sin dejar rastro, y en el ambiente aun me parece oír su voz:
     - ¿Eres Luis?

3 comentarios:

  1. Hola José Antonio.
    "¿Y tú de quien eres?" je,je,je que risa me ha dado al leer eso. Es lo que nos decian siendo novios,con 16 añitos mi compañera y yo, veraneamos por primera vez en su pueblo... todos al ver la joven parejita de preguntaban para saber de que familía eramos.
    un abrazo.

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  2. Hola Jose, algunos no tenemos pueblo que recordar, y las personas de nuestras infancian se circunscriben a nuestro bloque o como mucho al quiosquero de la esquina. Gracias por compartirlo con nosotros.

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  3. Por aquesta parte serrana se suele decir: Y tú? De la parte de quién vienes?

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