lunes, 16 de agosto de 2010

Nélida

Si algo puede salir mal, saldrá mal, es impepinable, lo dijo Murphy punto redondo, si coges un servicio que no te pertenece, una noche cerrada, por una carretera de montaña donde cualquier asistencia es inconcebible, obviamente no hallarás cobertura en el móvil y tendrás un pinchazo en la rueda, no sólo eso, por añadidura, la rueda de repuesto estará inutilizable, no quise ahondar más en mi búsqueda de una solución, para no encontrarme con más descalabros, por lo que me dije que no podía hacer más que buscar ayuda externa.

Al estar en medio de la nada, en una zona en blanco de cualquier mapa o navegador, no me decidía a avanzar o retroceder por la carretera, sobre todo en una noche de luna nueva rodeado de frondosos árboles que apenas dejaban ver las estrellas, solamente cuando una ligera brisa los mecía, esa mínima luz conseguía llegar hasta el suelo, lo único que traía era una sinfonía de gemidos al rozar las ramas entre si.

De repente vislumbré entre las ramas una leve luz no muy lejos de allí, también observé un estrecho sendero que se introducía entre árboles y arbustos, lo que me decidió a introducirme en él, alumbrado mal que bien por la pantalla de mi móvil, lo que no me libró de recibir múltiples arañazos por las zarzas y espinos que bordeaban la senda, amenazando con estrecharla y ahogarla e impedir que se pudiera transitar y recuperar el terreno para el bosque.

Mis pasos por fin dejaron de pisar la grava suelta, para encontrarme un sendero empedrado que me guiaba hacia un claro donde encontré una vieja casa de paredes de piedra y techo de paja con una humeante chimenea; una redonda ventana en la pared, estaba iluminada por una luz amarilla que parpadeaba, más bien parecía un ojo que me guiñaba citándome para que entrara en su dominio.

Me acerqué a la puerta toda hecha de madera, con grandes rugosidades provocadas por los años y la carcoma que la iba corroyendo por dentro, en el centro una curiosa aldaba en forma de falo con alas, me recordaba a algo parecido que vi en Pompeya y en los puestos de recuerdos de la entrada.

Con una leve aprensión y un poco de guasa, así el llamador y lo golpee contra la puerta un par de veces sin respuesta ninguna, ya empezaba a maldecirme por mi mala suerte, cuando me decidí a empujar la puerta para cuando menos pasar la noche bajo techo si era posible. La puerta respondió con un chirrido agudo que denotaba unos goznes oxidados, me introduje en un única sala donde un hogar en el centro de la pared de enfrente, era lo que iluminaba la estancia, encima de unos morillos de forja bullía un enorme caldero de cobre de tiznadas paredes junto al que una viejecita con un enorme cucharón daba vueltas a su contenido, hacía horas que no había metido a mi estómago nada decente y recordando mi cercano viaje a Santiago y su gastronomía hablé a la anciana:

- ¡Qué, abuela! ¿cocinando un pulpo?

- ¡Ay, hijo! Vaya susto me has dado.

Me encontraba frente a una viejecita de edad indefinida, menuda, de brazos delgados y nerviosos y una faz terriblemente fea, la verdad es que su ganchuda nariz a la que una gran verruga bulbosa casi hacía sombra, no hacían mucho por favorecerla, desde luego no era el modelo de la abuela que todos esperamos que nos cuente cuentos al amor de la lumbre, más bien era un desecho de tienta de la tercera edad.

- Perdone abuela, me he quedado tirado con el camión, he visto luz y me he acercado para pedirle que me deje llamar por teléfono.

- Pero hijo, aquí no tengo de eso.

- Vaya por Dios, menuda faena

Al citar a Dios me di cuenta que ella nerviosamente sacó del cuello un collar con varios amuletos, garras y colmillos de animal y los besó con fruición, después de unas palabras que musitó y no pude entender me volvió a hablar.

- Puedes pasar aquí la noche, por el día es más fácil que pase alguien por la carretera.

- Muchas gracias abuela, ¿no tendrá algo de comer?

- Venus, acércame el amor que yo deseo, Venus, acércame el amor que yo deseo

Mientras salmodiaba esa frase en voz baja, lo que me provocó una sonrisa socarrona, retiró directamente de la lumbre un pocillo y lo vertió en un plato de loza que había en la mesa, me senté frente al plato y vi que era una especie de gachas con algunas tiras de carne. - En peores plazas he lidiado, me dije y ataqué con buen ánimo la comida.

- ¿Cómo te llamas?

- Jose Antonio. - La respondí

Con curiosidad observé que sacó del fuego una ramita y con la brasa de la punta encendió una vela de color violeta, seguidamente se clavó un punzón en la mano, apretó el puño sobre la vela, lo que provocó que un par de gotas cayera sobre el pabilo apagando la vela, lo que provocó que esta empezara de inmediato a humear, ella con un gesto de su mano, esparció el humo por la sala y con su voz cascada comenzó a hablar:

- Concededme espíritus del dominio que Jose Antonio no pueda estar, ni vivir tranquilo, que no pueda comer, ni beber, ni andar sin el pensamiento puesto en mí que me llamo Nélida, hasta que a mis pies venga a parar, rendido de amor, de interés por verme, desesperado por tenerme, atraído por mi sexo, ofreciéndome el suyo, deseoso, arrepentido y humilde, halagándome con besos y caricias, arrastrándose a mis pies suplicante y manso, siendo yo su única dueña para mí y por mí que me llamo Nélida. Con dos te veo, con tres te ato, la sangre te bebo y el corazón te paro. Ven Jose Antonio, ven, dominado en cuerpo, pensamiento y voluntad, ya no puedes mirar a nadie mas que no sea a mí, tu amor y tu cariño son sólo para mí, mi presencia te es atractiva, mi mirada te sugestiona mi voz te domina, mis ojos te ciegan y mi voluntad es la tuya, Así sea, Así sea, Así sea, Así sea.

Según terminó su invocación, noté un vacío en el estómago y una caída del ánimo, como si se me hubiera parado el corazón, los brazos se me agarrotaron y un temblor subió por mis pies haciéndome tiritar, mi frente se puso a arder, me picaban los ojos y un fuerte castañeteo sin control hacía chocar mis dientes.

- ¡Ja, Ja, Ja! Ahora eres mío, mío para siempre, para toda la eternidad, tu corazón es mío, me amarás y obedecerás y satisfarás mis apetitos, dame un beso. –Me ordenó.

- Si amor. –Contesté

No daba crédito a lo que estaba haciendo, sin poderlo evitar, acerqué mi rostro al suyo y acerqué mis labios a esa boca seca y descarnada, donde asomaban a esa caverna un trío de dientes amarillos y una lengua de un color desconocido pero que en modo alguno parecía suave y sedosa como otras lenguas que antaño saboree.

Sabía que ese día aparecería para siempre marcado en el calendario como uno de los más funestos, como el principio de muchos otros días terribles que a partir de entonces tendría que vivir.

3 comentarios:

  1. Hola José Antonio.
    ¡¡¡Ni loco salgo del coche en plena noche en medio de la nada me quedo a dormirla en el asiento!!! y respecto a la viejecita...ya le vale!! lo mismo podría haber hecho una pocima para convertirse en una rubia de portada, je,je,je
    Qué te vaya bien la vida de "enamorado".
    Me ha gustado mucho, un abrazo.

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  2. Hola José, entiendo lo metafórico del relato, o sea que te van las maduritas. Un saludo amigo muy buen relato. Te dejo mi enlace de blogspot. http://solomemolestaami.blogspot.com/

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  3. Vaya vaya, te estas convirtiendo en el nuevo Edgar Allan Poe de Vallekas.

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