Siempre imaginé que esta gente, los médiums y los brujos, vivían en viejos chalets, rodeados de verjas herrumbrosas, pero esta vez no era así, era un edificio de viviendas en una barriada popular de una ciudad dormitorio, para más INRI, era en un cuarto piso sin ascensor, en esta soleada tarde de Mayo, terminé de subir los últimos escalones agobiado y con dos lamparones de sudor a lo “Camacho”.
Estuve tentado de pulsar el timbre con la puntera del zapato, me pareció lo más higiénico viendo los chafarrinones que llenaban y aun rodeaban el timbre y gran parte de la pared, venciendo el escrúpulo y mirando de encontrar una parte donde pulsar sin contaminar mi dedo, pulsé y esperé.
Al cabo, oí ruido de pisadas al otro lado de la puerta y la mirilla al ser girada, la puerta se abrió por fin y delante de mí una persona, no mucho mayor que yo me preguntó:
- ¿Qué desea usted?
- (Pues vaya vidente) Soy Jose Antonio, tengo cita con el profesor Karanka.
- Soy yo, pero me llamo Karamba.
- Caramba, con perdón, disculpe usted, me sonaba como el del Madrid, ya sabe, además, imaginaba que era usted negro, perdón de color, de color negro, no de color blanco, o sea en plan fino, afroamericano.
- Está usted disculpado, la verdad es que la foto llama a engaño, no se por qué sale tan obscura en el periódico y en cuanto al color sí, soy de color carne, sólo se me pone la carne de color blanco, cuando monto en la montaña rusa. Pero pase usted.
Caminando por el pasillo adelante, comprendí como se sienten los insectos caminando por el papel matamoscas, rezaba en todo momento para no tropezar y caerme de bruces, sabía en todo momento que no me despegaría del suelo, feneciendo cruelmente de inanición allí mismo.
- Entre aquí en el gabinete.
El gabinete, era una sala donde se acumulaban mil y un cachivaches en una estantería que no conoció plumero, de sus baldas, colgaban un par de atrapasueños comprados en los chinos, perdón, en bazares de personas orientales, así como algunas brujitas de tela de la misma procedencia, en la otra pared un cuadro enmarcaba un título con un encabezado un poco fuera de lugar:
Su Excelencia el Jefe del Estado, etc. etc. Y para darle un toque de magia, de los rincones colgaban luengas telas de araña, de las que con certeza moraban inquietos inquilinos.
Me hizo sentar en una mesa camilla de grises faldones, en el centro una bola de cristal y una baraja de Heraclio Fournier.
- Muy bien. –Me habló, una vez el también se hubo sentado. - ¿Sobre qué quiere saber?
- No sé, oiga ¿Esto es seguro?
- Mire usted, esto no se hereda, mis padres fueron humildes trabajadores, yo soy la séptima reencarnación del maestro Don Tirso, gran vigía y luz espiritual de la iglesia Matildiana.
- ¡Oh! – Apenas pude hablar de lo impresionado que me hallaba.
- Deja fluir tus emociones, yo te diré lo que está por Karma que suceda, pues parto de la base de que todos somos energía en movimiento.
- Me deja usted muerto, cuanta sabiduría.
- Bueno, pasemos a la cromniomancia.
- ¿Cómo dice usted?
- Si. – Puso cara de erudito. – la adivinación por medio de la bola de cristal.
- ¡Ahhh! Que alivio.
Puso el profesor Karamba sus manos sobre la bola y los ojos bizcos concentrándose, con los hombros levantados.
- Veo, veo, movimientos en ascenso.
- ¿Eso es bueno?
- ¡Chist! Por favor, no me interrumpa, - Volvió a ponerse bizco de nuevo. – Veo nubes blancas y lluvia, mucha lluvia, es usted afortunado, eso significa que le esperan buenos tiempos y prosperidad.
- ¿Y ya está? – Pregunté para ver si rentabilizaba el dinero que a buen seguro me costaría la experiencia.
- Si, con la bola de cristal no se puede apreciar nada más, si quiere pasamos a la cartomancia, que antes que me pregunte es la adivinación por medio de las cartas, pero serán cien leuros más.
- Todo sea por conocer que avatares me esperan en el futuro.
Tomó el profe, le llamo así en confianza, pues después de que me va a sacar doscientas púas, hasta le puedo tutear. En fin, como digo, recogió la baraja, barajó nerviosamente durante un minuto y la puso ante mí.
- Corte con la mano izquierda.
Y extendió delante de mí trece cartas formando un semicírculo.
- ¡Que buenas cartas!
- Vaya, cuanto me alegro.
- Pues sí, fíjese, siete de oros, buenas noticias, felicidad. Ocho de copas, mantendrá buenas relaciones amorosas próximamente y el caballo de bastos me dice que estará muy bien considerado en el trabajo y tendrá el éxito laboral que se merece y que tanto anhela.
- No sabe usted lo contento que estoy, que alegría, así da gusto venir a sitios así, porque para malas noticias ya están hacienda y los telediarios.
Después de abonarle la minuta, él afectuosamente me guió por el pasillo, apoyando su mano en mi hombro, supongo que para conjurar el peligro de una caída, me abrió la puerta y puesto en el umbral, se despidió de mi persona.
- Ya sabe, siempre a su disposición.
- Encantado, profesor Karembeu
- Profesor Karamba, si no le importa.
- Perdone, esto del futbol…
Me volví para marcharme justo a tiempo de evitar que una de las dos bolsas de rafia del Carrefour que portaba una señora que a la vez intentaba entrar en el domicilio del profesor Karamba, impactase contra mi rodilla.
- ¿Ya has terminado con este panoli? - Le espetó la repelente mujer al profesor.
- Si amor, pero…
- Y recuerda que mañana tienes que ir a sellar la cartilla del paro.
- Si amor, pero…
Y de un portazo, cerró la puerta y así salió de mi vida mi apreciado profesor Karamba.
Lo peor no son estos... como llamarles??...aprobechados, estafadores..., sinó la gente que les paga.
ResponderEliminarBesotes
Como pode existir gente que engana o outro com promessas assim?
ResponderEliminarÓtimo história, Jose.
Um beijo imenso!
Juegan con la deseperación de gente que ya no sabe donde acudir... :((
ResponderEliminarEn cierta ocasión estuve en un restaurante chipriota donde se come regular y como plato fuerte tiene la lectura de los posos del café por parte del dueño. Se lo comenté a un amigo muy aficionado a estos temas: Llévame y te invito, me dijo. No me pude resistir. Llegada la hora de leer los posos del café, el nota coge mi taza, la mira, remueve los posos, me mira, silencio, entorna los ojos y me dice: usted es la primera vez que viene. No, le digo; el novato es este, y señalé a mi amigo. En este caso, dice el adivino, usted no cree en estas cosas. ¿Ve usted?, ha adivinado.
ResponderEliminarSeis meses después mi amigo me juraba que le había acertado todo. Esta ya es otra historia.
Un abrazo, Jose. A ver si me normalizo.