Con la cuchara de peltre hizo un hueco entre las verduras que sobrenadaban en la sopa, para migar el pan que acababa de cortar de la hogaza de pan, vuelto a coger la cuchara y empezó a llevársela llena a la boca en una cadencia acompañada de resoplidos para enfriar y sorbidos al tragar, terminado el rito eterno, se limpió la boca con el dorso de la mano y del bolsillo de su ajado pantalón de pana, tomó la vieja navaja que heredó de su padre, este de su abuelo y que algún día su hijo heredaría a su vez. Del cesto de mimbre que se hallaba en el centro de la mesa, tomó una manzana y con una habilidad que solo da la experiencia de un hecho repetido mil veces, mondó la fruta sin que el pellejo se le partiera, dejando en el plato una hermosa espiral amarilla.
De inmediato, saco de la chaqueta que colgaba detrás de su silla, sacó la petaca y estableció de nuevo otro rito mil veces repetido a su vez, elaborar un perfecto cilindro con el papel y las hebras de tabaco, un rápido lametón al borde y colocarlo en la comisura del labio, un certero golpe con la palma de la mano al chisquero y una inspiración profunda, le provocan una gran satisfacción, echa el cuerpo hacia el respaldo y coloca sus manos detrás de la nuca, estirando el cuerpo después de esta pausa en el día.
Mira enfrente de él a su mujer, el penoso trabajo que ella soporta diariamente, la ha convertido en una mujer avejentada prematuramente, sus manos callosas y nervudas, después de soportar el frío al borde del río para poder lavar la ropa, batiéndola contra la piedra una y otra vez, después de tantos años, no siente nada, le da igual que a veces haya que apartar el hielo en la orilla, quizás le duela más las rodillas o la espalda de estar tanto tiempo agachada.
Por más que la mira, no sabe que decir, esta es la vida que les ha tocado vivir, nacieron pobres y morirán de la misma manera, el traje de los domingos, será su mortaja. Su tumba, la misma tierra donde viven, allí donde su azada la golpea buscando una cosecha que mengua con los años, que año a año les hace más miserables.
Mira a su retoño y apenado le dice:
- Hijo, espero que la tierra no te ate como a mí.
Y cuantos de los nuestros... esa historia es de ellos. Muy buena compañero.
ResponderEliminarHola José Antonio.
ResponderEliminarEmotivo realto de la realidad de la gente del campo, sufridores trabajadores que nunca se les ha reconocido su esfuerzo por cuidar, labrar y sacar lo mejor de la tierra como es merecido.
Chico leyendo tus relatos me doy cuenta que soy un ignorante escribes palabras que desconozco en mi excaso vocabulario urbano;"peltre" Voy a buscarlo en el diccionario.
Un abrazo, maestro.
Qué modo de escribir, José Antonio,
ResponderEliminarme parece maravilloso.
Describes con exactitud los instantes y segundos de él y de ella, lavando en el río, apartando el hielo, con sus manos callosas y nervudas.
Te aseguro que es un placer leerte.
un abrazo
Muy buena ventana a la realidad que ha sido y será de mucha gente.
ResponderEliminarEres grande pero sobre todo un personaje cercano y sencillo.
ResponderEliminarGracias José Antonio por compartir parte de tu vida conmigo.
Un abrazo.
Pedro Zorro Corredero.
Hola Jose Antonio. Es la pura realidad, el que pobre nace pobre muere. Besos.
ResponderEliminarA sua riqueza de detalhes ao escrever é tão grande que eu tenho a impressão de ver a cena dos relato que nos apresenta... você é impressionante quando escreve.
ResponderEliminarMe perdoe, amigo Jose, a falta de comentários em seus blogs. Sempre passo para lê-lo, me delicio com suas histórias... mas o tempo está curto, muito curto.
Um beijo enorme de amizade e admiração.
Hola, José Antonio: muy buena escena mínima que tiene valor de emblema de unas vidas, muy buena atención a los detalles sencillos. Esa mirada agridulce, serena y compasiva, sobre ese trío. Muy bien
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