viernes, 24 de septiembre de 2010

La ventana

No llegué a hacer caso a mi madre, pero según me iba acercando al lugar de la cita, echaba de menos la tila que se empeñó que me tomara y es que los nervios se iban adueñando de mí. No era para menos, tal y como estaban las cosas, salir de mi condición de parado e introducirme en el mercado laboral con pleno derecho y poder meterme en la vorágine de la sociedad consumista, evitando la terrible dependencia de las pagas semanales que me daban en casa.

Me miré por enésima vez en el reflejo de los escaparates al pasar, volví a pasarme revista: zapatos brillantes, la raya del pantalón perfecta (mi madre se esmeró con la plancha), camisa con los picos metidos dentro del pantalón, afeitado de anuncio y cabellos cortados a navaja la tarde anterior. Todo perfecto, pero aun así mi nerviosismo no aflojaba.

Afortunadamente llegué al edificio de la que esperaba fuera mi nueva empresa, un viejo edificio cercano a la glorieta de Bilbao, donde se mezclaban viviendas con oficinas y comencé a subir las viejas escaleras, con escalones de madera que rechinaban quejumbrosas a mi paso hasta la entreplanta donde tomé el ascensor hasta el sexto piso.

Una placa en la puerta denotaba el nombre de la empresa, toqué el timbre y esperé respuesta, para evitar sorpresas con el transporte, llegaba media hora pronto a la cita, con el temor de encontrarme la empresa cerrada, pero no, al poco rato me abrió una señorita que me indicó que me introdujera en el recibidor.

- Buenos días, pase y siéntese por favor, el señor Muñoz aun no ha llegado.

Así lo hice y me senté en un cómodo y mullido sofá y me dispuse a esperar, mientras esperaba iba dirigiendo mi mirada por las paredes de la oficina y sus cuadros, tan impersonales como todos los cuadros que hay en todas las recepciones del mundo, parecían hechos por el mismo pintor, escenas de calles de ciudades irreales donde apenas se veían gente paseando o vehículos atascados en calles irrespirables por el humo.

Cansado de los cuadros, me fijé en la recepcionista, un vestido ya pasado de moda y una tez más pálida de lo que sería normal en estas fechas, recién terminado el verano, me llamaban la atención, cada poco tiempo un leve suspiro que era más un sollozo, se escapaba de sus labios y con el pico del pañuelo, comenzó a enjugar una lágrima que pugnaba por salir de sus ojos, cada vez me iba sintiendo más violento en este estado, no sabía si seguir callado o preguntarle por el motivo de su desconsuelo, ella de repente rompió el silencio.

- Que terrible es la vida.

- ¿Perdón? – Apenas conseguí responder.

- Ayer tan llenos de vida y hoy…

- ¿Le puedo ayudar señorita?

- Ya nadie me puede ayudar, pulvis eris et in pulverem reverteris.

Ante el cariz que la situación iba tomando, me levanté y me acerqué a su escritorio, aunque no sabía que hacer ni decir.

- Los he perdido para siempre, para siempre… nunca hallaré consuelo.

- De verdad, si puedo hacer algo por usted…

- Muchas gracias pero no, ya he tomado mi decisión, no merece la pena vivir.

A mi se me iban poniendo los pelos de punta, sobre todo al escuchar la última frase, me encontraba tremendamente alterado y nervioso, ya ni recordaba la entrevista que tenía y casi lo único que deseaba era salir de allí, ella de repente se acercó a la ventana apenas musitando una despedida.

- Se acabó, mi sufrimiento se acabó.

Apenas terminó de decirlo y sin poderlo evitar a pesar de acercarme a ella, se arrojó por la ventana, acompañada por el grito de horror que emití.

No era capaz de asomarme a la ventana y mirar hacia abajo, apenas era capaz de sostenerme en pié, un temblor recorría mi cuerpo, no sabía que hacer con los brazos y sólo acerté a frotarme las manos desesperadamente.

- ¡Oh Dios! ¡Que terrible!

Sin pensarlo, abrí la puerta para salir a la calle para buscar ayuda y casi me di de bruces con una señorita que entraba en la oficina.

- ¿Qué hace usted aquí? ¿cómo ha entrado?

- ¡Necesito ayuda! ¿no la ha visto? Ella se ha tirado por la ventana.

- ¿Qué ventana? Si las ventanas no se pueden abrir.

- ¡Como que no!

Me volví azorado y con grandes pasos me acerqué al ventanal, allí contemplé atónito como el ventanal, era cierto estaba sellado, era una cristalera de una sola pieza, ya no estaba el tirador de la ventana donde hacía un momento se acababa de arrojar aquella mujer.

En aquel instante, entró por la puerta el dueño de la empresa, el señor Muñoz, que con gesto serio preguntó:

- ¿Qué ocurre aquí?

Con muchos balbuceos por mi parte le hice un relato pormenorizado de lo ocurrido, de vez en cuando el asentía levemente sin interrumpirme, cuando terminé mi relación de lo ocurrido, me habló así.

- Has sido testigo de un hecho terrible, no creas que todo ha sido causado por tu imaginación, ni te sientas mal por ello, hace unos años ocurrió una tragedia en esta oficina y debió de ser tal y como lo cuentas. En esta empresa, trabajaba Ana, una recepcionista muy cualificada y excelente persona, una mañana recibió por teléfono la terrible noticia que su marido y su hijo de cuatro años, habían fallecido en un accidente de tráfico aplastados por un camión, ella apenas se hizo cargo de la noticia, abrió la ventana y sin que pudiésemos hacer nada por evitarlo se arrojó al vacío, falleciendo en el acto, el hecho nos llenó de dolor, además de que era una excelente persona, imagínese el acompañar hasta el cementerio la procesión de tres ataúdes, toda una familia destrozada por la adversidad.

Ante esa revelación todos guardamos silencio un momento, sólo roto por mi pregunta.

- ¿Y el ventanal?

- Después del luctuoso incidente, di orden que cambiasen la disposición de la ventana, para que el terrible hecho, ni por asomo pudiera repetirse.

- Todo era tan real, ella era real…

- No se torture usted, hay cosas que no podemos intentar comprender, hechos que escapan a todo conocimiento y comprensión.

Acordé con él, posponer nuestra cita al día siguiente y mucho más tranquilo, salí del edificio, parándome en el portal y dirigiéndome al lugar donde ella debió caer, musité una oración en memoria de aquella persona que tanto sufrió.

Caminé por la calle sobrecogido, aun meditando el hecho de haber sido testigo de un acto tan misterioso que sólo dejaba preguntas en mi interior.

 

7 comentarios:

  1. Muy buen relato Jose Antonio, aunque no te deje cometarios, que sepas que es mi blog preferido que abro casi todos los dias para disfrutar de tus estupendos relatos. Un abrazo.

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  2. Hola José, intrigante y fascinante. Un saludo.

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  3. Hola José Antonio.
    Esta historia de fantasmas es magnifica me ha encantado :D
    Un abrazo "Poe"

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  4. Hola José Antonio, me ha gustado el ritmo de la narración y la escalada desde la normalidad más absoluta hasta el desenlace sin perder el interés en ningún momento. La encuentro muy bien escrita. Un abrazo
    Primitivo

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  5. Hl, Jose antonio
    Me gustan estos relatos misteriosos, una vez fue un espejo, ahora es la ventana la q esconde el secreto.. no sé cómo puedes soportar tanta tensión!!
    un abrazo, artista

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  6. Hola José Antonio.
    El relato te va pillando a medida que lo vas leyendo.
    Y digo yo que ya es mala suerte lo de este chico...bien hubiera podido visualizar alguna antigua fiesta de la oficina.
    Un saludo

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  7. Eres bueno jodío.
    Me gusta tú casa nueva.
    Un abrazo.

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