Lo decidí hace tiempo, cambiaría mis hábitos para desplazarme al trabajo, en vez del atiborrado servicio de metro, me levantaría quince minutos antes y cogería en autobús, al tomarlo en la cabecera de línea, disfrutaría con toda seguridad de ir sentado, en el metro en hora punta, eso es del todo imposible, además de aglomeraciones, agobio por el calor y subida y bajada de escaleras que parece que te transportan a algún círculo de los infiernos de Dante.
En el autobús, siempre que podía cogía asiento atrás, en alguno de los asientos dobles que van encima de las ruedas con gente de frente, me gusta observar a la gente, sus gestos, su manera de vestir, qué leen y a partir de ello, comienzo a imaginar como son, en que trabajan, su nivel de estudios, es un gran deporte, nunca lo hago con afán critico, más bien por echar a volar mi imaginación.
Hasta el verano, se solían sentar frente a mí, dos muchachas de unos quince años, el uniforme delataba que era el último año de colegio antes de ir al instituto y abandonar el uniforme, les quedaba más bien escaso, sobre todo de falda, a ellas no parecía importarle lo más mínimo, y valoraban con soltura, las miradas que les echaban los pasajeros del bus y algún requiebro de otros chavales que les hacían sonreír y comentarlo con descaro.
Otras veces se sentaban una madre y su hijo, este tenía síndrome de Down, no tendría más de ocho años y se le notaba que era muy responsable, asentía con viveza a todas las indicaciones que su madre le daba con respecto al almuerzo y al cuidado de la ropa. – Que no te tires al suelo, que te lo comas todo. Solían bajarse en la penúltima parada del trayecto, por lo que me acompañaban casi todo el trayecto y siempre me saludaban con amabilidad.
Después del verano dejé de ver a las estudiantes y nueva gente me acompañaron en el trayecto, trabajadores dando cabezadas a los que alguna vez despertaba cuando el autobús llegaba al final, gente anónima que acudía a sus tareas, nuevos estudiantes y sobre todo ella.
Jamás me hubiera fijado en ella, no tenía una cara agradable, vestía como una progre de los años setenta, pero con un aspecto realmente andrógino, quizás por sus manos grandes, por su pelo corto y sus anchos pantalones, cuando estaba frente a ella, me embebía en escuchar a Simón & Garfunkel y distraído, miraba por la ventanilla el estado de la circulación de peatones y vehículos.
¿Porqué me fijé en ella? A veces un hecho por repetido que sea, lo tomamos como algo normal y nos cuesta pensar que es anómalo y así sucedía. Ella todas las mañanas, se sentaba y abría el periódico gratuito y se pasaba el trayecto leyéndolo, un poco antes de llegar a su parada, sacaba de su mochila unas tijeras de costura y recortaba un trozo del periódico, lo doblaba cuidadosamente en cuatro partes y se lo guardaba en el monedero.
Así explicado, parece de lo más normal, ¿por qué me tendría que llamar la atención? El ser humano es curioso por naturaleza, no lo podemos evitar, ¿qué artículo recortaba ella todos los días?, además concurría otro hecho, mi amigo Andrés escribía en ese periódico un artículo diario sobre economía y relaciones laborales, imaginaba que no sería ese el objeto del deseo de ella, pero ¿y si lo fuese? menuda casualidad sería, pero no, no creo en una remota probabilidad, mejor confirmarlo, ¿pero como? Por más que avizoraba, no conseguía saber siquiera que página recortaba, era una de las páginas centrales, pero nada más logré saber, intenté durante varios días sentarme a su lado, pero era imposible, no lo conseguía de ninguna manera ni usando todas las artimañas a mi alcance, como sentarme en el lado contrario a la circulación, lo que hacía ese asiento menos placentero, ella siempre se sentaba frente a mí.
Un día me arriesgué a lo inimaginable, la seguí; me bajé tras ella en su parada, a riesgo de llegar tarde a mi trabajo, procuré que no se diera cuenta, dándola unos metros de ventaja y mirando distraído hacia las alturas, de pronto tuve que ahogar un grito de jubilo, ¡había arrojado en una papelera el periódico! Ni que decir tiene que me arrojé de inmediato a sacar de sus fauces mi preciado botín, hojeé nervioso sus hojas hasta dar con el hueco, por fin lo tenía en mis manos, casi corriendo pues el tiempo corría en mi contra, me encaminé hacia la boca de metro más próxima para recoger otro periódico para cotejarlos y saber que artículo faltaba, cuando llegué, no pude más que maldecir mi perra suerte, el muchacho que los repartía se encontraba sentado bajo la sombrilla que les anunciaba al publico, ya había repartido toda la tirada a su disposición, el animo se me cayó a los pies, -No puede ser. –Me dije apesadumbrado. Voy a llegar tarde al trabajo sin enterarme del misterio.
De pronto se me ocurrió una idea, la gente que termina su viaje aquí, suele deshacerse de los periódicos que recogen en otros lugares, depositándolos en las papeleras de la salida, por lo que bajé los escalones de cuatro en cuatro, revisando las papeleras del vomitorio de la estación, ¡hurra! En mis manos estaba por fin el preciado tesoro, allí mismo apoyado en la papelera dispuse los dos periódicos y comencé a pasar las páginas a la vez con manos temblorosas.
¿Por qué me iba a extrañar del resultado? Lo imaginaba desde el principio, había una voz interior que me decía que iba a ocurrir así, el recuadro que faltaba era el de mi amigo Andrés, recogí a toda prisa los periódicos y volé más que corrí al trabajo. Llegué tarde, cansado, descompuesto y con los ojos bajos me dispuse a soportar la charla de mi superior, sólo quería que recuperase el resuello y que terminase la charla que recibía, para poder llamar a mi amigo, pero no hubo tal, tenía el móvil apagado, por lo que enseguida le mandé un correo electrónico contándole todo lo que me estaba sucediendo, no imaginaba que fuera un familiar de él, por lo que mil y una preguntas se agolpaban en mi mente y esperaba ansioso su respuesta.
¡No me lo puedo creer! Después de leer la respuesta del correo, estoy peor, mi amigo se lo tomó en tono de guasa, diciéndome que lamentaba que la señorita fuera tan fea, pues si fuera guapa, podría presentarme como amigo del autor, “por menos se habían iniciado grandes romances” terminaba su correo.
¿Y ahora que hago yo? No me veo capaz de dejar pasar el misterio por mi lado, sin tratar de resolverlo, por fin tengo algo emocionante, algo misterioso que me atañe, lo tengo decidido, resolveré el misterio.
Ya estoy de nuevo en la parada, el día anterior me pareció eterno, las horas no pasaban, apenas conseguí dormir, la inquietud que padezco, me hizo dar vueltas en la cama como un pollo asándose, me subo al autobús y me siento en mi sitio habitual, dos paradas más y se subirá ella, rediez, ya no me quedan uñas que morderme, ¡ahí está! Perfecto, se sienta frente a mí, como una liturgia ensayada, abre el periódico y lo lee mientras el autobús va recorriendo el mismo camino de todos los días, una tras otra van pasando las paradas, ella, abre el bolso, saca las tijeritas y recorta el periódico, lo dobla y se lo guarda.
Todo iba transcurriendo como en un guión de una película mil veces vista, los mismos gestos, los mismos hechos, los mismos protagonistas, ella toca el timbre para avisar de su bajada y enseguida el autobús se detiene en la parada, ella se apea y yo tras ella, la sigo ya sin disimulo, ella tira el periódico en la misma papelera, pero no le hago caso, la sigo hasta un portal de un viejo edificio, allí mismo la intento abordar, pero antes de que pueda abrir la boca ella me espeta:
- Tú, gilipollas, deja de seguirme o voy a tener que llamar a la policía.-Y me arrea un puñetazo en un ojo.
Acabo de descubrir las ventajas de viajar en metro, se va calentito en invierno, me levanto quince minutos más tarde, hago ejercicio subiendo y bajando escaleras y me relajo oyendo a Simón & Garfunkel con los ojos cerrados, sin fijarme en nadie ni pensar en nada, el ojo cada vez me duele menos y casi no lo tengo morado.
Gracias a Andrés (APU) él sabe porqué.
Hola José Antonio.
ResponderEliminarQué agradable sorpresa, hoy 29 de septiembre día de huelga general, hoy está todo muy tranquilo y me he podido conectar un par de minutos.
¡Qué bueno! Tienes una tremenda imaginación, de un hecho tan cotidiano has construido una historia de intriga girando en torno a la misteriosa lectora del autobús. Lástima que nunca sabremos porque recortaba esa sección del diario y que significaba, para ella, guardar esos trocitos de papel donde se imprime parte de nuestras inquietudes.
Un abrazo.
Me llevo el post a "La Otra Zona" y tengo el honor de conceder a tu blog el "Premio Badulaque de Internet" En breve recibirás un mensaje para recoger el galardón.
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ResponderEliminar¡Enhorabuena!
ResponderEliminarQué! Foto, te otorga el prestigioso galardón PREMIO BADULAQUE.
Se valora la calidad, los contenidos y distintos matices de selección.
Ya formas parte de la prestigiosa selección de blog-web que han sido premiados.
Puedes colgar el Premio voluntariamente en tu blog.
¡Gracias por compartir!
Pasa a recoger el premio por esta dirección;
http://apureal.blogspot.com/p/premio-badulaque-de-internet.html
Buenos días José Antonio, me ha gustado mucho tu relato,despiertas el interés desde el principio y eres capaz de ircrementarlo hasta el final. Enhorabuena. Un abrazo
ResponderEliminarPrimitivo
Siempre suele ser un guantazo el que nos devuelve a la realidad.
ResponderEliminarBuena historia. Un abrazo
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ResponderEliminarHola José, muy acertado e intrigante. Un saludo.
ResponderEliminarEstupendo relato querido Jose Antonio.
ResponderEliminarHe votado... mucha suerte en todo
y para todo.
Un Beso enorme
Loli.