Todos estábamos ansiosos que el Oscuro se sentase en el corro del fuego y comenzase a contarnos sus historias, él lo sabía y se hacía rogar, remoloneaba hablando vaguedades con unos y con otros, preguntándoles por cosas que ya debiera saber o ignorar.
Tenía una manera de vivir que todos envidiábamos, iba de poblado en poblado intercambiando noticias, dando recados, comerciando con lo poco que podía cargar en su piel de uro enrollada en la espalda y sobre todo por los cuentos maravillosos que contaba por la noche.
Una vez que todas las faenas habían acabado, todos nos reuníamos en la hoguera del jefe, en la que ese día todos aportábamos un brazado de leña, para poder sentarnos alrededor, también cogíamos una piel para echárnosla por encima, las veladas se solían dilatar en la noche y era mejor ir prevenidos contra el frío.
A los lados del Oscuro se sentaban el jefe y su mujer y a continuación los guerreros, en la segunda fila se situaban las mujeres y en los huecos que quedaban, nos sentábamos como podíamos, toda la chiquillería del poblado.
El chamán siempre se ausentaba, no podía disimular la antipatía que le producía el Oscuro y la expectación que creaba su presencia, haciendo que la superioridad moral que tenía sobre la tribu se difuminara. Siempre consideró que las narraciones del oscuro eran puras mentiras frente a las enseñanzas que generación tras generación le habían sido reveladas y consistían en la memoria de la tribu desde la noche de los tiempos, el contacto con los espíritus y la liturgia que había que celebrar.
No hacíamos mucho caso esa noche del chaman, aunque sabíamos por experiencia que al día siguiente padeceríamos su ira, pero esa noche era la noche del Oscuro, una noche que no se repetiría hasta dentro de varias lunas.
Por fin se puso en pie apuntándonos con su mano derecha comenzó su narración.
- Oíd y recordad, esta es la historia de los hermanos Ori y Litzi, que vivían en una aldea más allá de las montañas blancas, un día Ori salió a cazar bisontes en compañía de su hermano Litzi, anduvieron varios días en busca de una manada, evitando en todo momento ser olfateados por una manada de lobos que rondaba por la pradera.
Así, gesticulando en todo momento, repitiendo los mismos gestos y movimientos, ora era un lobo, ora era uno de los hermanos, el Oscuro incluso era capaz de arrastrarse por el suelo y gruñir o aullar según correspondiera. Todos le mirábamos embobados y con la boca abierta, a veces cuando contaba escenas llenas de emoción y peligro los niños nos abrazábamos a nuestras madres o escondíamos la cabeza debajo de las pieles, algunos, presos de terror soltaban grititos ahogados por el miedo.
Las veladas así, eran sublimes, servían para recordar durante muchos días sus hechos y comentarlos entre todos los miembros de la tribu, día tras día hasta la siguiente visita del Oscuro.
Gracias a Donaire Galante por la inspiración
Gracias a Donaire Galante por la inspiración
Gracias a tí, compañero, por regalarnos esas historias que nos saben a bosques misteriosos, pueblos serranos y momentos entrañables que todos hemos vivido alguna vez.
ResponderEliminarBuenas noches José Antonio, cuando alquien cuenta historias interesantes pronto se forma un círculo a su alrededor, en este caso eres tú el que tienes ese imán para atraer a los demás, muchas gracias. Un abrazo
ResponderEliminarPrimitivo