A los pies de mi cama se agolpaban los visitantes, a causa de la fiebre que tenía, no quería ver a nadie, pero ellos insistían en verme y charlar un rato conmigo.
- ¡Dejadme en paz!
- Chaval, toda la vida cortándote el pelo me da derecho a decirte lo que tenga que decirte. –Insistía el peluquero del barrio.
- Mira, si me burlé de tu hija fue sin mala intención, de verdad que lo siento. La verdad es que no lo sentía en absoluto, ella era realmente fea y me divertí saliendo con sus amigas para molestarla.
Al caballo del Cid, obviamente no le dejé pasar a mi habitación, sólo me faltaba que defecara en la habitación, me sentía bastante mal por mi parte y no necesitaba de ayudas ajenas para tener el estómago revuelto.
La Faustina tan enjuta como siempre y con su voz de pito me ofrecía pipas Arias.
- Si sé que son tus favoritas, no les hagas ascos y coge una bolsa.
- No, muchas gracias, de verdad, que no me apetecen.
- Cógelas y vete a pasear hasta el empalme, verás que bien te sentirás después, o mejor, vete a las escuelas y túmbate en la valla.
Ahí me golpeó bajo la línea de flotación, siempre añoré esos ociosos días de mi niñez, tumbado en la valla de las escuelas, bajo la sombra de las acacias, libando también el dulce fruto blanco, años después entendí perfectamente la frase “dolce fare niente” Sabía muy bien hacer exactamente eso.
- Nene, no te revuelvas tanto en la cama. -Insistía mi madre. –Vas a romper el termómetro, hay que ver, con esta fiebre que tienes, no vamos a poder ir a Alameda.
- ¡Puf! Me importará a mí mucho.
Las visitas no paraban de pasar, a quien de verdad quería ver era a la tía de mi madre, la memoria ya me gasta malas pasadas y no recuerdo su nombre, las manzanas asadas que traía a mi abuelo estaban para chuparse los dedos.
Recuerdo a mi abuelo y su enfermedad, varios años en nuestra casa de Madrid, casi arruinan la economía familiar, pero nos dejaban onerosos visitantes, que para mis padres eran una maldición, para mí, eran una fuente de datos sobre otros mundos ajenos a mi barrio.
- Que morro tienes, el enfermo eres tu, no haces más que desviar el tema con tus recuerdos.
- Pero bueno, ¿A ti quien te da vela en este entierro? – Pregunté a quien tan groseramente había interrumpido mi divagar.- No me hagas recordar al Negus.
- ¿Al Negus? ¿Y quien es ese?- Respondió toda la parroquia a coro.
Recuerdo como nunca el cartel de pinturas Valentine que tan ufano le tenía, era un taller de coches cerca de la avenida de San Diego y es que era tan mediocre mentalmente que se creía que la empresa era suya.
- Cuenta la paliza de Tirso. – Me pedía la concurrencia.
A mí la cabeza me daba vueltas, antes no conocían al Negus, y ahora resultaba que conocían la anécdota de la paliza que le propinó Tirso en el Sahuca.
La verdad es que siempre añoré la amistad de Ricardito, recuerdo meriendas en su casa mientras disparábamos bolas de plástico con su escopeta de juguete, como a tanta gente fabulosa que conocí, el crecer nos separó.
- Quiero dormir. –Supliqué.
- Esta bien, pero tienes que seguir contándonos tus recuerdos.
- Vale, pero otro día de fiebre será, por hoy ya está bien.
Hola José Antonio.
ResponderEliminarLa fiebre...jo!, la verdad es que me da miedo, nunca se sabe lo que puedes decir, y según qué digas no es de aplicación la eximente del trastorno temporal.
Mejor pasar la fiebre a solas. Un abrazo
Buenos días José Antonio, buenos días, en lo que más me he fijado ha sido en el sentido del humor que suelo apreciar bastante y en la estructura a la que has recurrido para expresar asuntos tan heterogéneos. Un abrazo
ResponderEliminarSoy Primitivo
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ResponderEliminarHola José Antonio.
ResponderEliminarUnas fiebres siempre son malas pero como todo en la vida hay que pasarlas...
Bonita la re-decoración.
un abrazo
Muy buena narración Jose A. se aprende y se disfruta leyéndote.
ResponderEliminarUn Saludo... Ladrón de Palabras.