martes, 23 de marzo de 2010

Pompeya

Paseando por las calles de Pompeya, me abrumó la soledad que rezumaba, ya de por sí Italia es triste por su ausencia casi total de gorriones, los eché de menos enseguida, su presencia, sus gorjeos y una desesperada lucha siempre por unas migas, los hacen unos pillos muy simpáticos, su ausencia, ignoro el porqué, llenaban de silencio las calles magníficamente empedradas.

¿Qué pensarían los pompeyanos, mientras se les venía encima una de las catástrofes naturales más importantes de la antigüedad? ¿Qué fue de sus anhelos, de sus ilusiones?, de pronto, un día todo cambia, desaparece, se transforma en un vacío total, la nada, lo que ayer era, hoy ya no existe.

Hay una vana ilusión, parece que no ha pasado nada, parece una ciudad en ruinas, una excavación arqueológica como todas, una ciudad abandonada o destruida por la guerra, pero no, paseando, se respira ese aura de tragedia, de una ciudad que de la noche a la mañana perdió a costa de ganarse un sitio en la historia del mundo, todas las esperanzas de unos ciudadanos que eran ajenos al conocimiento del fenómeno que iba a acabar con sus vidas.

La visita es maravillosa, calles magníficamente empedradas, con pasos de peatones adaptados al ancho del eje de los carros, bares en las esquinas y estratégicamente situadas fuentes de bella factura, no faltan bares situados en las esquinas de las calles y el famoso lupanar, sobrecoge en el foro los moldes de escayola de los pompeyanos y sobre todo de un pobre perro encogido que transmite un dolor y un sufrimiento atroz.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails