martes, 23 de marzo de 2010

Bajo aquel risco

El soldado se recostó entre las hierbas, bajo un risco al lado de un arroyo, no sabía si su ejército había ganado la batalla, en aquel instante le importaba muy poco.


Se obligó a cerrar los ojos, poner la mente en blanco y la vista en negro, pero todavía le atronaban los oídos el ruido de la batalla, a pesar de todos sus intentos, solo veía un color: el rojo de la sangre, sangre propia y ajena, sangre de sus amigos, de los enemigos que mató, de su propia sangre surgiendo de mil heridas.

No pudo mas y se puso a sollozar al recordarlo, las lágrimas se mezclaban con el barro que le llenaba la cara, los pulmones le ardían con los sollozos, lo que le hizo toser, un sabor amargo le quedó en la boca, escupió con rabia pensando en el general y su arenga de la mañana, ¡Íbamos hacia la gloria! ¡La victoria sería nuestra!, que vano orgullo le llenó a el y a sus compañeros, eran jóvenes, casi niños, habían abandonado sus casa ebrios de optimismo y jovialidad, les habían prometido el mundo, librarse de las cadenas de un cierto país lejano, donde el oro y el vino serían para ellos, nuevos conquistadores, creadores de un orbe más justo.

Allí estaba el, allí quedaron su juventud, su inocencia y sus sueños, allí bajo aquel risco al lado de un arroyo.




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