sábado, 20 de marzo de 2010

El río Santa Ana



El rio Santa Ana serpenteaba a lo lejos, al abrirse un claro en las nubes, el sol hizo que pareciera que una serpiente de cristal se deslizaba por el valle entre los rebollos que aun no eran capaces de verdear el paisaje.

Esta vez había elegido andar por la otra vertiente del valle, elegí esta parte a pesar que no había vereda que me llevase más allá de la ermita.


Atrás dejé la ermita, huyendo del ladrido de los perros, pues en el campo no hay animal más peligroso que un perro sin un amo cerca que detenga su agresividad contra los extraños que pueden agredir al ganado que guarda.

Los únicos chopos que los rayos respetaron,siempre me parecen gigantes que quieren abrazarme con sus ramas, nunca fui capaz de detenerme bajo su sombra, ni aun bajo la peor de las tardes de Agosto, cuanto más bajo un día plomizo de Mayo, bajo un viento que hacía gemir sus ramas.


En el cruce de caminos me encontré con este crucero, siempre recuerdo la leyenda de Bécquer sobre la cruz de hierro en la que estaba el diablo introducido a fuerza de rezos por los protagonistas del cuento, nunca he sido de rezar por lo que pasé de largo ya de camino hacia el valle, se hacía tarde y el viento que venía cargado de humedad arreciaba

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