martes, 23 de marzo de 2010

El camino

Ella se acercaba a la cita, cogió por la calle ancha, camino de la iglesia, allí, pasando los altos chopos , empezaba la senda hacia Oteruelo, donde en mitad del camino, el la estaría esperando, después de un duro día de trabajo en el campo, de hacer las tareas del hogar y atender a los animales del corral, por fin llegó su hora, la hora del amor.

El pasó por la calle de la fragua hacia la plaza, pasando el bar empezaba la senda hacia Alameda, donde a mitad del camino estaría ella esperando, el también había tenido un día duro, al amanecer, ordeñar las vacas y llevarlas a la dehesa, luego cavar una tabla de patatas y después todo el día segando el prado con la guadaña, pero ahora por fin llegó su hora, la hora del amor.

Ella se arrebujó en la rebeca que había recogido en casa, las tardes de Junio en la sierra suelen ser todavía frescas, además la proximidad del rio Lozoya hacía que enseguida las plantas se cubriesen de un fino rocío, tenía que tener cuidado, ya estaba anocheciendo y tendría que cruzar una cacera, algo más adelante, como siempre, para evitar miradas indiscretas, había dejado el candil en casa.

El se caló la boina y se estiró el pantalón de pana algo ajado por el uso, para el invierno siguiente tendría que comprarse otro, con la siguiente cosecha estaba seguro que le alcanzaría para ese dispendio, estaba ahorrando para comprar la casa de Toribio, un par de años mas y podrían casarse.

Ella se iba acercando a la curva del camino donde quedaban siempre, también pensaba en la boda y en el traje de novia que perteneció a su madre, con pocos arreglos le quedaría de maravilla, allí a lo lejos vio el rojizo fulgor de lo que solía ser dos cigarros encendidos, aunque estaba mal visto que las mujeres fumasen, el la esperaba siempre con un cigarro encendido para ella, se acercó pero no le conseguía distinguir en la oscuridad, le llamó quedamente un par de veces mientras veía acercarse aquellas dos brasas encendidas lentamente, poco a poco ella acortaba el camino, hasta que de repente aquellas dos brasas se desplazaron súbitamente hacia su cuello.

El silbaba despreocupado, pasó el cementerio y se acercó a la curva donde siempre quedaban, iba pensando en las cuatro cosas que le diría en su encuentro, era iletrado como todos en el pueblo y apenas tenía parla, pero con el corazón encendido de amor, pocas palabras bastan, llegó a la curva y prendió el mechero para encender dos cigarrillos como siempre y allí vio con horror el cuerpo de su amada tendido en el suelo y los ojos fosforescentes del lobo que atenazándola del cuello, segaba la vida que juntos iban a compartir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails