miércoles, 7 de julio de 2010

Atracción

Nunca supe lo que era un canto de sirena, pero aquello debía ser algo parecido, su atracción era total, mi mente quedó embotada, un aroma dulzón guiaba mis sentidos en una única dirección, nada ni nadie se hubiera podido interponerse en mi camino, caminaba lánguido con los brazos caídos y los oídos sordos ante cualquier ruido o palabra, ella me llamaba con su mente, era mi faro, mi guía mi destino.

La conocí por pura casualidad, o eso creí entonces, me pareció entonces una persona rara por sus oscuros vestidos, pero esa misma rareza la hacía más atractiva, su piel blanca sin mácula alguna, me enervaba, imaginaba el resto de su piel perfecto, sin aristas, todo lleno de suaves ondulaciones capaz de llevarte al más alto grado de satisfacción, de dejarte en el lecho con los ojos fijos en el infinito, la mente y los fluidos vacíos y el cuerpo exánime, no sé porqué desde el primer momento era capaz de tener esta clase de sueños con ella, no era ningún pacato en mis relaciones con las mujeres, por lo que no me explico como perdí la cabeza de esa manera y me fui tras ella de una manera boba, tartamudeando incluso, llenando de rubor mis mejillas ante la falta de convicción de mis palabras para hacerme notar delante de ella, de atraerla hacia mí, pero la verdad no la supe hasta mucho después, no hacían falta mis requiebros, pues era ella la que había echado su red y me atrajo a ella inmisericorde, no hubiera tenido escapatoria.

Ya casi no recuerdo las tonterías que fui capaz de hacer aquella noche, bebí, aposté, juré, blasfemé, cualquier perjuicio a la ley de Dios o de los hombres fui capaz de hacer, ya no estaba en mis cabales, me humillé salvajemente arrastrándome a sus pies, sólo quería su atención, por una mirada suya habría matado, pero aun no estaba maduro para conseguirla, a lo largo de los días siguientes lo perdí todo, el dinero, la familia, los amigos, el trabajo, la paz interior, la razón, fui poco más que un pelele, un bufón, un triste payaso que no despertaba ya, algo de compasión ante los demás.

Hoy ha llegado el día sublime, lo noto, me llama y voy hacia ella, apenas me quedan fuerzas ya, la salud me abandonó hace tiempo pero por fin consigo llegar, la veo a lo lejos, en las sombras, en la niebla, en la oscura mansión, - Soy tu esclavo, -la digo,- Llévame donde tu vayas, quiero que seamos uno, la suplico.

Ella abre sus brazos, me llama, musita apenas una oración o una maldición ¿qué más da? me atrae, me abraza, me da calor, me muerde en el cuello y mi cuerpo queda atrás como una cáscara vacía mientras se apodera de lo único que me queda de valor, el alma.



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