martes, 6 de julio de 2010

La apuesta

Me costó mucho esfuerzo saltar la valla, los años no pasan en vano, incluso para un muro de sillares irregulares ligados por lo que en algún momento fue cemento y ahora era una especie de arena entre las juntas de las rocas, todo ello hacía que cualquier intento de sujetarse o auparse en el muro, hiciera que un río de arena se deslizase hasta el suelo, aupándome como pude me deslicé al interior del cementerio.

El interior me pareció peor que desde fuera, un terreno irregular en una maraña de zarzas y hierbas secas, que en algunos casos me llegaban a la cintura, me impedían caminar con seguridad, por lo que mis pasos eran titubeantes, intentando evitar en todo momento el poner el pie encima de alguna sepultura, aunque la ausencia de lapidas en muchos casos, me hacía el empeño mas que difícil, el chaparrón que esta mañana cayó, hace que con el calor acumulado de este mes de Agosto, surja una neblina que al mezclarse con el fósforo de antiguos huesos, creaban unos fuegos fatuos, que danzaban aquí y allá con luz verde, dando al conjunto una sensación de irrealidad, todo mi cuerpo tenía la piel de gallina y había perdido la cuenta de las veces que me maldije a mi mismo por haber aceptado la estupida apuesta de pasar la noche en el cementerio.

Iba de sobresalto en sobresalto, pues pequeñas sabandijas se colaban entre mis piernas frecuentemente agitando la neblina, busqué con la mirada un mínimo espacio donde sentarme a reposar y usar de cobijo ante las horas que me aguardaban hasta el amanecer, a mi derecha vislumbré un panteón de mármol con un ángel en el techo, no sin esfuerzo me acerqué a la entrada, aparté la maraña de tallos secos que cerraban la entrada y observé que la puerta metálica no estaba cerrada del todo, empujé la puerta con el hombro y después de varios intentos, conseguí un hueco suficiente donde colarme en el interior, con la luz del mechero localicé un par de velas que había en una hornacina, donde una pequeña cruz aparecía rodeada de flores secas.

Prendí las velas y recorrí con ellas el lugar, este se componía de un altar en el frente, donde un ángel velado lo presidía, a los lados seis sarcófagos de granito llenaban el espacio de un triste color gris, donde letras góticas rodeaban las paredes de indescifrables frases en latín.

Un sarcófago me llamó la atención, la tapa era una figura esculpida en mármol de una doncella, la inscripción indicaba: Paloma 1821-1840, estaba vestida de época y sobre todo me fijé en su cara, el artista había puesto el alma en la escultura del rostro, un rostro fino, precioso, era un ángel bajado a la tierra para regalar al mundo su contemplación, imaginé la consternación de sus allegados ante la muerte de la joven, debe ser terrible el ver como algo tan bello se pierde para siempre, dejar de ver obra tan bella después de haberla poseído, tiene que dejar tu vida con un vacío imposible de llenar.

Las manos en su regazo, sujetaban una frágil paloma a la que el tiempo decapitó, acaricié sus finas manos, pero enseguida me alejé de allí, viejos recuerdos de leyendas de Bécquer, me decían que me separase de esa figura que me conturbaba, me senté en el suelo y me dispuse a dejar pasar el tiempo, de pronto oí un suave murmullo en el exterior, una letanía se escuchaba no muy lejos de donde me hallaba, con precaución salí del panteón y me acerqué a la vía central del camposanto, ojalá no lo hiciera, pues mi cuerpo se estremeció ante lo que vi, a lo lejos, saliendo de las ruinas del viejo convento adosado al cementerio, una fila de frailes franciscanos, entonaban el miserere acercándose hacia donde me hallaba, todo mi cuerpo fue presa de espasmos, el pelo de mi cabeza se erizó y creí encanecer en aquel momento, a pesar del temblor que recorrían mis piernas, eche a correr en dirección opuesta , mi carrera se veía entorpecida por las zarzas que el tiempo crió en el lugar, dejándome surcos dolorosos donde la piel se quedaba enganchada a sus púas, cuando uno teme por su vida, los pies parecen alas y nos dan una potencia y fortaleza inusitada, sino hubiera sido imposible que en circunstancias normales hubiera solventado el tránsito de la valla, la escalé por el lugar mas alto y liso de su perímetro, dejándome caer extenuado al otro lado, hacia mi salvación, entre el coro de risas de mis compañeros de apuesta vestidos de frailes.



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