Las delicias del verano quedan atrás, la ropa mas fresca con sus colores chillones, dan el relevo en el armario a un uniforme acorde con el entorno, que nos camufla y nos llena de tristes colores apagados.
La sangre después de varios meses acelerada, parece que fluye mas lentamente, siento que la vida pasa pausada delante de mis ojos, el camino parece mas largo pues ando mas lento que de costumbre, echo de menos el calzado abierto del verano al ver que calzo recias botas ante los pequeños charcos que de vez en cuando afloran, las zarzas mortecinas ya no tienen hojas ni fruto y sus espinas chocan infructuosamente con el pantalón vaquero.
Nunca me ha pesado madrugar, pero ahora con los días mas cortos, se hace imposible el paseo a oscuras y por la tarde el crepúsculo te hace buscar rápido el refugio del pueblo y de la casa, se echan de menos las tardes eternas de Agosto, en las que después de huir el sol por las montañas la luz parece agarrarse al valle y evita desaparecer, creando un efecto de iluminación tan dulce que duele cuando realmente termina oscureciendo, a veces en mi juventud, si estaba leyendo, no notaba la falta de luz hasta que alguien me lo advertía, la paz en el campo te hace ensimismarte y olvidar de todo lo que te rodea.
A pesar de todo también es época de recolección, los avellanos y nogales, esperan que descubras su secreto, lástima no saber que hacer con las endrinas que dan un rabioso color morado al borde de los caminos y níscalos y boletus llenan el campo de gente cargada con cestas buscando el fruto que las marchitas hojas esconden bajo su manto.
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