martes, 6 de julio de 2010

Siceno

No consigo encontrar en el fondo de mi memoria el día en que conocí a Sicenonoalmuerzo, Siceno para los amigos, entre los que afortunadamente me encontraba yo, seguro que la primera vez que lo vi fue gracias a la vecindad de la cuadra que su dueño Paulino tenía al lado de mi antigua casa serrana, recuerdo el poyo en el que el pobre Paulino se aupaba para subirse encima de Siceno, las vacas del corral sufrían nuestras bromas en el, pues lo embadurnábamos de sal, lo que le hacía irresistible para las vacas avileñas que dormían allí, jamás vi una roca brillar como aquella, después de varias horas de continuos lametones de las pobres vacas, su ansiedad de lamer la sal dejaban el poyo como la patena.


Para un chaval urbanita como yo, el poderse aupar a un borrico y manejarlo a su antojo por las ruas del pueblo, era como sentirse a los lomos de la más veloz y cromada moto que pudiera existir, es mas, seguramente no lo hubiera cambiado, a pesar de lo incomodo que era mantenerse encima del lomo del querido rucio, bien alimentado, lo que te hacía llevar abiertas hasta lo imposible las piernas, por eso nunca era capaz de llevarlo a un medio galope, me contentaba en los breves paseos que Paulino me permitía, llevarlo al paso y disfrutar del paseo sintiendo su tibieza bajo mis piernas.

Nunca vi a Siceno quejarse o negarse a algo, con el paso de los años, Paulino engordó y me apenaba ver al pobre jumento soportar su peso, amen de la carga de hierba o leña que a menudo cargaban en el.

Un invierno a Paulino le pasó como a todos los ancianos de la sierra, los fríos pudieron con el y volvió a la tierra que le alumbró, pues solo salió del valle para hacer el servicio militar, como era de rigor, cuando llegué en la primavera al valle y me enteré de la noticia, no quise preguntar por Siceno, pues si no preguntas, nunca te darán malas noticias.

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