martes, 6 de julio de 2010

El beso del sueño

Tenía la misma barbilla que Ava Gardner y contra ese argumento no podía oponer nada, por supuesto que me abordó y me dejé abordar, mi ego se lo agradeció, también me gustó que no se acercara a mí con el consabido ¿tienes fuego?, por el contrario, empezó a hablarme como si me conociera de siempre, su conversación era fluida y agradable, me habló de ella, de sus inquietudes, de lo bien que pasó el verano en una casa rural de montaña, lejos de la ciudad, de su masificación, de horarios impuestos, me habló de sus paseos por la montaña, sus baños desnuda en un río de aguas cristalinas y heladas, como su piel se transformaba en carne de gallina y se estremecía todo su ser con la corriente fría que fluía entre sus piernas.


No voy a poner en duda su estilo, era genial, no sólo como amena narradora, vestía como una princesa, no como una hortera princesa monegasca, era una princesa urbana de las que sólo ves en sitios como Serrano, Picadilly o Vía Veneto, llevaba una falda negra a juego con unas medias oscuras que remarcaban unas piernas suaves, no demasiado delgadas, rematadas con las rodillas más hermosas que jamás vi, su cintura era deliciosamente estrecha, sólo con verla te daban ganas de abrazarla, no me entretendré en describir sus pechos, el gran Howard Hughes también habría diseñado un sujetador para ella, sobretodo para explicar su liviandad, parecía que se sustentaban en el aire solos; su cuello era liso y suave con una piel blanca sin macula alguna mis labios se volvían locos por posarse en el, y la cara, dios, que belleza, un ovalo perfecto además de la famosa barbilla unos labios sonrosados, jugosos, de los que te besan sólo con mirarlos, la cabeza me daba vueltas y las piernas me flojeaban, sólo me sujetaba en pie la fuerza con que sus ojos negros me miraban, unos ojos duros, parecía que lo había visto todo, esos ojos no se asustarían por nada, incluso parecían crueles.

Por supuesto que perdí la cabeza, ¿Quién se podría resistir? La llevé a mi piso mientras ella desplegaba todo su encanto, deslizándome suaves palabras en mis oídos, más que palabras parecían besos, como si me mordisquease las orejas con sus labios, no se como pude atinar con la cerradura, entramos en el salón y nos sentamos en el sofá unidos en un abrazo calido, me sentía en una nube, el paraíso tiene que ser algo parecido a esto, era un juguete en sus manos, un pescado a punto de morder el anzuelo, y no me importó, valió la pena, me besó y sentí la inconsciencia venir a mí, con una sonrisa me dormí.

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