martes, 6 de julio de 2010

La rosa

Entré en el jardín, me llamaba poderosamente la atención, Mayo lucía a reventar, un Abril francamente lluvioso, dejó paso a este mes con temperaturas suaves la primera semana, pero a partir de San Isidro, como si hubiese estado tocado por la bendición del santo, el calor hizo surgir de todas partes una exuberante vegetación, un mosaico de Miró no podría contener tantos colores en su paleta, por todas partes surgían plantas compitiendo en mostrar los mas vivos colores, apenas se contemplaban colores apagados, cada planta destacaba su flor con el color que nominaba, violetas, malvas, rosas, todas exhibían en lo más alto el fruto incompleto aun de su trabajo: la flor no fertilizada.

Miles de insectos eran llamados a la cita con la naturaleza, su instinto les llamaba a alimentarse con el néctar que manaba incesantemente de las flores, sus antenas recogían la información del olor mandando impulsos a su minúsculo cerebro, volviéndoles locos de deseo.

No fui inmune a su llamada, entré en el jardín gracilmente saltando, casi volando, no daba crédito a mis ojos, elegí el manjar mejor, una gran rosa blanca, ¡en el blanco!, que delicia, el mejor nectar que había probado, bocado de dioses, nadie puede imaginar su sabor, me puse a comer a dos carrillos, voluptuosamente, como aun soy célibe, no puedo compararlo con la llamada del amor, no tardaré mucho, recién estoy creciendo, ¡bah! aun es pronto para pensarlo, mejor continuar con el banquete, Pantagruel soy.

De repente la oscuridad se cernió sobre mí, unos quelíceros se cerraron sobre mi cuerpo, sorbiéndome la vida de repente, mi cuerpo como una cáscara vacía cayó poco a poco de la flor.



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