martes, 6 de julio de 2010

El cordón de plata


Una de las velas chisporroteaba emitiendo un ruido distinto al coro de suspiros y gemidos que se escuchaba en un ambiente triste y silencioso, los silencios eran los mas, ya se había llorado mucho durante todo el tiempo transcurrido desde el óbito y hasta que el sepulturero arrojase la última paletada sobre el ataúd, más lágrimas se iban a derramar, por lo que los deudos se tomaban un respiro.

¿Qué sentimientos afloraban en aquellos pechos? algunos mas acongojados que otros, hipaban y acompañaban con suspiros para librarse de la opresión del pecho por la pena sufrida, sobre todo había dos figuras para las que no había consuelo.

La esposa, dolorida que lo vio morir en sus brazos, tanta vida juntos, tantas ilusiones, tantos deseos, tantas vivencias compartidas; se conocían tanto que no hacía falta comunicarse con palabras para expresar sus sentimientos, sus miedos y sus dolores, con un leve gesto eran capaces de detectar su estado de animo, si hoy tenían ganas de reír, de llorar, de meditar o de sufrir quedamente tantos males del cuerpo y del alma.

Al lado, la madre, pues el finado no era tan viejo, su madre aun vivía, es muy triste que los padres sobrevivan a los hijos, no es una ley natural, la savia nueva es la que regenera a la savia vieja; ella que lo tuvo en sus entrañas, que lo vio nacer poniendo en el toda su ilusión en un vástago que quizás se hiciera medico o abogado, alguien importante, alguien de quien estar orgullosa de colgar su foto suya ciñendo toga en la pared mas importante del salón, alguien que algún día le llenase la casa de bulliciosos nietos que dieran continuidad a su estirpe.¡que terrible ver que todo eso se había truncado para siempre!

Algún grupo de amigos del occiso se había congregado formando un corro recordando anécdotas pretéritas, alguna sonrisa se escapaba de vez en cuando, los recuerdos siempre son agradables, sobre todo de hechos acaecidos en una juventud a ratos alocada y siempre divertida, cuando el tono de la conversación subía, algún chisteo salía del grupo de los parientes mas circunspectos y con menos recuerdos afectuosos que evocar, la familia solo se reúne en estas ocasiones: bodas, bautizos y funerales, de forma gregaria y con un ágape de por medio si es posible.

Estupidamente pienso que la multitud de coronas que rodean al catafalco, le dan al entorno un aire primaveral, son muchas las coronas que han llegado, nadie quiere quedarse atrás a la hora de mandar su corona, por costumbre o por destacar delante de los demás, según llega la corona pagada de su peculio se apresuran a atusar la cinta que la acompaña para que se destaque bien el nombre del emisor, que destaque del otro lado de la cita que lleva el inevitable: no te olvidan.

Me acerco al túmulo, no entiendo de maderas nobles, pero el ataúd parece de muy buena factura, grandes asas de reluciente bronce lo bordean, me acerco a contemplar el rostro del muerto y ahora soy yo al que se le escapan las lágrimas, amortajado, sereno y con los ojos cerrados, así me contemplo con horror al observar que estoy yo metido en el ataúd.


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