martes, 6 de julio de 2010

El desván

Subí los escalones de madera de la vieja casa, abrí la trampilla y entré al desván, como era de esperar, estaba lleno de polvo. Un polvo secular que dejaba una patina de antigüedad a todo lo que se hallaba en el interior, un par de viejas sillas era lo primero que se apreciaba, viejas sillas de enea a las que la carcoma había pasado factura dejándolas en un equilibrio inestable, nadie jamás volvería a sentar sus reales en ellas, al lado una vieja rueca y un aro de costura concitaban un montón de arañas, que dejaron su huella haciendo suyo el espacio en ellas llenándolo de telas donde a tramos colgaban algunas victimas.


Mas adelante un pizarra escolar señalaba operaciones matematicas y retazos de ejercicios de ortografía que aun se podían vislumbrar marcados con tiza, hubo alguna vez educandos en la casa pues a su lado se acumulaban rimeros de libros en los que los ratones fueron los últimos que hojearon sus páginas, en las que dejaron su huella con leves mordiscos; varios grupos de botas de goma puestas en fila delante de un ropero intentaban aparentar un orden dentro del caos de la sala, el ropero estaba vacío excepto por un par de perchas de madera al que un espejo al que el tiempo le había hecho perder azogue dando un triste reflejo de su alrededor.

Mas adelante, aparecía un viejo arcón remachado de grandes tachuelas donde la ansiedad me hizo abrirlo de inmediato buscando algún tesoro, pero sólo encontré grises ropas raídas por la polilla, pantalones, chaquetas y amarillentas camisas de cuellos duros a base de insistentes almidonados, desilusionado recogí el único objeto que consideré un trofeo: un viejo cuerno de vaca que servía para llamar a los cochinos soplando por él.


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