jueves, 1 de julio de 2010

Llueve

Llueve a lo largo del camino, es una lluvia intensa, directa, vertical e inmisericorde con las vacas del camino, se arraciman debajo de los árboles, pero a estas alturas del otoño, estos apenas tienen hojas para parar la lluvia, por lo que ya aparecen chorreando, no sólo sus lomos, sino también todo el cuerpo, afortunadamente para ellas, están acostumbradas a las inclemencias del tiempo, por lo que continúan rumiando parsimoniosamente, parece raro, pero la ausencia de moscas hace que apenas muevan el rabo como la estampa de ellas que tengo del verano.




El camino se empina, y una fina niebla empieza a rodearme, desde aquí pierdo la contemplación del río, por lo que me doy cuenta que estoy abandonando el valle y la dehesa, aunque mi animo montañero hoy no me va a hacer subir mucho mas de la ladera de esta montaña, apenas un par de kilómetros más, me desviaré para volver a encontrarme con el río, un poco mas cerca de su nacimiento, allí donde sus aguas se vuelven turbias al bajar bravías entre las peñas por las que a saltos va formando apenas pozas, que no remansos, pues no da tregua a sus prisas por encontrarse en el centro del valle con el padre Lozoya.





Ya se entreveran a lo largo de la trocha, pues perdió en estas angosturas el nombre de camino, acebos entre los robles, sus frutos, de los que en el crudo invierno se alimentaran los pocos animales que resisten estos lares, ya empiezan a verdear entre las matas, los helechos les acompañan en el sotobosque, ahora que ya no hay matanza en enero, los lugareños no hacen acopio de ellos, por lo que se pudren bajo los robles.



Los corzos, una vez acabada la berrea, intentan escabullirse de mi vista, pero ante la falta de follaje son visibles ahora desde lejos, por lo que su contemplación hace que valga la pena la cantidad de agua que voy embarcando entre las ropa, que el chubasquero, hace tiempo dejó de ser impermeable.



Apenas recupero el resuello, tomo el camino de vuelta hacia el valle, chapaleando por la senda de bajada, pues pequeños arroyos se forman, indicándome el camino de bajada, me salgo del camino y bajo paralelo a el, por la hierba para no llenarme de barro, además, así acorto camino, pues en mi mente sólo hay lugar para un pensamiento, una chimenea encendida, acogedora y luminosa, donde secarme y descansar frente a ella.

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