No podía concebir lo que estaba a punto de hacer, pero estaba desesperado, mi jefe me hacía la vida imposible, llevaba así casi dos años, estrechamente fiscalizado en todos mis actos cotidianos, la más leve inacción por mi parte llevaba aparejada un bronca descomunal, por no hablar de los inevitables fallos que todos cometemos “errare humanum est”, entonces se convertía en un ser alejado de toda humanidad, solía comentar con mis compañeros de trabajo, que había pasado un orco buscando hobbits.
Creo que ese juego de palabras tuvo la culpa de lo que sucedió, la comparación con un ser de leyenda, me hizo buscar también la solución a través de la magia, un anuncio en el diario gratuito que todos los días recogía en la boca del metro, me puso en contacto con ese mundo, “Almus, hechicero conocedor de la magia de Babilonia, hará realidad tus deseos con todo tipo de sortilegios y encantamientos (se aceptan tarjetas de crédito).
-¿Por qué no? Me dije, peor que ahora no iba a estar, ¿qué tenía que perder? Sólo algo de dinero, era consciente que mi situación cada día que pasaba era insostenible, mi temor era perder los nervios y hacer una barbaridad, siempre llegaba a casa en un estado nervioso lamentable, mil y una vueltas en la cama me tocaba dar antes de quedar dormido, incluso llegué a pedir ayuda psicológica a un especialista, pero lo único que me aconsejó fue dejar el trabajo, a lo que me negué o en su defecto practicar yoga, lo que me aliviaba poco y al final abandoné a las pocas semanas ante la inutilidad de mejora en mi caso.
Allí estaba yo citado a las nueve de la noche, en la puerta de la casa del hechicero, un viejo chalet en la colonia del Retiro que había conocido mejores tiempos, hacía años de la última vez que la verja y paredes recibieron una capa de pintura, por no hablar también de la ausencia de grasa en las bisagras, lo que provocaba un chirrido molesto y patético, muy “ad hoc” para darle un ambiente de misterio al entorno, la puerta estaba entornada, la empujé y me introduje en la sala de espera, ésta estaba adornada con varios aperos y zarandajas de la profesión, desde atrapasueños, tarros de porcelana con letreros en latín, cuadros con pentaculos, y varias figuras de barro simulando lares y amuletos.
No tuve que aguardar mucho tiempo, un personaje vestido con una negra túnica, me dijo que le acompañase, me fijé en su monda calva y pensé que bien podría haber realizado un sortilegio para recuperar el cabello perdido, mal empezaba dudando de los poderes del individuo aquel, le seguí a un salón iluminado con una decena de velas a medio consumir, tanto los tapices como las cortinas y el paño de la mesa eran negros, realmente lo único que destacaba era yo con mi blanca camisa, me sentí el centro de la habitación, como si todo girase en torno a mí.
Educadamente, Almus me preguntó el motivo de mi visita, por lo que la siguiente media hora estuve relatándole todas mis cuitas, el asentía de vez en cuando moviendo levemente la cabeza sujetándose la barbilla con los pulgares y teniendo entrelazados el resto de los dedos, al cabo terminé mi alocución y sin decirme nada, salió del salón regresando al poco tiempo con varios objetos que dispuso en la mesa.
-¿Cuál es el nombre de su jefe?
- Jose Luís, le respondí
En un papel amarillo escribió el nombre tres veces, al lado escribió 4 + 4=8, sacó un pequeño espejo de mano y lo puso hacia abajo con el papel encima y unas hierbas, sacó dos frascos, el primero con un cartel que ponía palmacriste, puso tres gotas en el papel, igual repitió con otro frasco que ponía ricino y con voz ronca me dijo que repitiera lo mismo que el:
-Jefe malvado que me tienes la vida atormentada…
-Ahora te maldigo para que te vayas…
-Con mi poderosa maldición de la ¡Solvaya! ¡Solvaya! ¡Solvaya! ¡Solvaya!
Terminado el conjuro, partió en varios pedazos el papel y con la ayuda de una vela los quemó, formando una negra humareda provocada por las hierbas y el aceite vertido, no pude evitar el toser varias veces al inhalar el espeso humo; Almus, con los ojos cerrados comenzó entonces a salmodiar, murmurando quedamente, al poco tiempo abrió de golpe los ojos dicendo: -He terminado, son quinientos euros.
Le pagué, (era cierto que admitían tarjetas de crédito) y salí a la calle sintiéndome mejor, la verdad es que a pesar de cierto desasosiego ante el temor a que todo fuera una patraña, sentía un alivio en el pecho, como si respirase mejor, llegué a casa y dormí como hacía muchos años que no lo hacía, dormí de un tirón nueve horas sin que pesadilla alguna turbase mi sueño.
A la mañana siguiente bajé a la oficina tarareando una canción, ¡yo que incluso fui al trabajo llorando!, entré en la oficina y me encontré a todos mis compañeros ociosos, por lo que me sobresalté.
-¿Estáis locos? Va avenir el ogro y nos va a comer.
-¿No te has enterado de la noticia?
-¿Qué noticia?
-A Gárgamel le dio anoche un infarto.
De pronto noté como la tensión me bajaba súbitamente y un temblor en las piernas me hizo buscar asiento con urgencia, inconscientemente hice la pregunta maldita:
-¿A que hora pasó?
-Según su mujer, anoche sobre las nueve y media.
Según me contaron después, mi rostro pasó por todos los colores y ninguno parecía bueno, sólo después de que me hube tomado una copa de brandy, mi tez volvió a un color con aspecto sano.
No tuve valor para acudir al entierro, a pesar de todo mi escepticismo referente al conjuro, mi conciencia me hacía sentir culpable, todos sabíamos de la vida de excesos que llevaba, malvivía, malcomía y coqueteaba con ciertas drogas, por lo que el infarto que acabó con su vida era más que predecible a corto plazo.
Lo peor de todo, es que varios meses después me hallo a las puertas del chalet, esta vez para solicitar un sortilegio para encontrar otro trabajo.
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