martes, 6 de julio de 2010

La torre

El viento azotaba mi cara, un viento cálido desplazaba mis cabellos hacia atrás con fuerza, veía la ciudad en todo su esplendor como nunca la había visto, flotaba, movía mis brazos al compás del viento, pero no había felicidad en mi ser, sabía que la catástrofe se avecinaba, pero me costaba descubrir el porqué, de pronto como una revelación la consciencia llenó mi cerebro, recordé y entonces grité.


Aquel día había sido como todos los días, anodino, sin nada que destacar, me levanté como todos los días y me preparé para una nueva jornada de trabajo, la hora punta del transporte me sacudió como todos los días, a pesar que siempre llego el primero al trabajo, subí a la torre y me encerré en mi despacho, enseguida noté el ruido, un ruido espantoso, seguido de un silencio atroz, la vibración que vino después no auguraba nada bueno, todo el edificio se movió con la fuerza de una rama sacudida por el más poderoso temporal, me caí al suelo donde me acompañaron todas las cosas grandes y pequeñas que habían en mi despacho, después de unos instantes de desconcierto, me recuperé al compas de los gritos, cientos de gritos que me llenaron los oídos con una fuerza como jamás sentí, eso fue lo que de verdad aceleró mi corazón, me levanté y mecánicamente como algo ya hecho en cientos de simulacros, me lancé a toda velocidad hacia la escalera de incendios, craso error, afortunadamente, no fui el primero en abrir la puerta, pues el que lo hizo estalló delante de nuestros ojos en un resplandor cegador, un calor directamente llegado del infierno entró por la puerta, afortunadamente el mismo impulso, al rebotar contra la pared, de nuevo cerró la puerta, me paré en seco, el calor abrasador que en una fracción de segundo entró en la planta, pareció que había secado la sangre de mi cuerpo, me figuré que también habría fundido las suelas de mis zapatos y las habría dejado pegadas contra el suelo, pues era incapaz de dar un paso, lo que había visto era la antesala del infierno, seguro que si, pues el olor a azufre ya lo impregnaba todo, no se que raro impulso me llevó a moverme de allí, solo recuerdo ya el silencio, sólo roto por la rotura ocasional de algún cristal, retrocedí buscando el cobijo de algo, un útero que me acogiera en su interior, donde pudiera tumbarme, cerrar los ojos y descansar, pero no, no hubo nada, sólo el fragor del calor que lo derretía todo, a su paso todo parecía cera fundiéndose, llegué de nuevo a mi despacho para ver horrorizado como ardía la puerta recién cerrada tras de mí, no hubo tiempo de mas, sin pensarlo, abrí la ventana y salté.


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