martes, 6 de julio de 2010

El carro

Uncí las vacas al ubio, no es cosa fácil, una especie de nudo gordiano enlaza el ubio y sus pasadores con las astas de las vacas y su testuz, me costó en su tiempo un par de coscorrones de mi padre aprender a hacerlo correctamente, después guiándolos con la ijada saqué el viejo carro del pajar, ¿cuántas generaciones habrían pasado desde que fue fabricado? Le pregunté a mi padre una vez sobre su antigüedad y me contestó que ya era propiedad de su abuelo y puede que de algún familiar más allá en el tiempo, fuera el que lo fabricara o encargase su construcción, desde entonces mil y una reparaciones menores, como cambiar alguna tablazón o algún remache hecho de latas de conserva claveteadas en las traviesas; espero que dure mucho tiempo, creo que ahora no hay nadie que supiera fabricar un carro nuevo, hace muchos años que se perdió aquel oficio.

Hoy los tiempos están cambiando, cada vez es más difícil comprar aperos para el campo, las horcas para la paja hay que ir a Segovia a comprarlas y se venden más como adorno para las nuevas casas de los veraneantes que como útil de trabajo, ¡veraneantes! una plaga de señoritos con poco dinero y muchas ínfulas, te miran por encima del hombro y no recuerdan que sus padres y abuelos vistieron las mismas ropas e hicieron el mismo trabajo que aquellos a quien ahora desprecian, toda la vida llevo pisando el barro de las rúas y ahora quieren empedrarlas, si no les gusta mi pueblo, ¿para que vienen?

Hoy mi tarea es acercarme a los campos y recoger el trigo y la cebada para la trilla en las eras, ya monté mi chozo con altas ramas de rebollo para que en este mes de verano tener un lugar donde recogerme a la fresca y resguardarme junto al botijo y la comida, buen invento el del chozo, un oasis en el desierto de la planicie de las eras, antaño las eras estaban llenas de ellos, pero hogaño sólo quedo yo sin nadie a quien traspasar mi trabajo, mis costumbres y mis animales; los jóvenes hace tiempo que marcharon a Madrid y los que quedan sólo se dedican a la construcción, el trabajo en el campo es muy afanoso y ya nadie quiere dedicarse a esto, ¡que pena! se perdieron las costumbres, todo es nuevo, hasta los cigarrillos vienen ya liados.



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