miércoles, 7 de julio de 2010

La misión

Hoy era uno de esos días que gustosamente me hubiera vuelto a acostarme en mi tumba.

Todo había empezado mal, la fractura de la puerta había costado mas esfuerzo del que hubiera deseado, afortunadamente mi victima quedó paralizada por el terror y no dio aviso a la policía, se limitó a quedarse en medio del salón con los ojos abiertos de manera desorbitada y salmodiando entre labios alguna oración desconocida por mí.

Mi primera victima era una anciana menuda y frágil de lacios cabellos blancos, piel pálida, más ondulada que arrugada, con marcadas líneas de expresión que dulcificaban con agrado su rostro, las criaturas del infierno como yo, no tenemos madre que evocar, pero cualquier mortal sería incapaz de hacer daño a una criatura como ella, afortunadamente no era mi caso, por lo que con un leve golpe la dejé sin sentido, cayendo al suelo como a cámara lenta, desmayadamente, lo que no impidió que su cabeza al golpear contra el suelo, sonase con un doloroso chasquido que no auguraba nada bueno para su salud futura.

Me introduje en la vivienda, en la que la pulcritud reinaba en sencillos muebles y cándidos adornos, daban la sensación de acompañar a moradores de vidas lineales y monótonas costumbres, por supuesto en la cocina hervía el imprescindible café en cafetera italiana estándar, que con su agudo silbido, exigía ser retirado del fuego, algo que yo me iba a encargar que no sucediera.

Me acercaba a mi enemigo, no quería darle aviso de mi presencia, estaba sentado en uno de los bancos, meditando de espaldas a mí, en ningún momento se dio cuenta que alcanzaba el cielo tan citado por el tantas veces, al darle la vuelta, sus ojos me lo confirmaron, murió placidamente, sin padecimientos, esto me causó algún resquemor, aunque mi misión no era causar dolor y sufrimiento, hubiera preferido causar en mis enemigos algún quebranto mas, pero el tiempo que poseo es escaso en mis misiones; lástima, espero que algún día todo cambie y pueda exhibir mis instintos más salvajes.

Al ser un edificio de madera, había elegido para rematar la misión un bidón de gasolina, no quería dejar tras de mí más que cenizas, borrar de la memoria de los hombres, que allí mismo, en algún tiempo había existido este edificio tan contrario a la razón y al conocimiento e intereses de mis patrones.

Con una estrepitosa risotada, prendí fuego al reguero de gasolina que tenía a mis pies, cerré la puerta con la satisfacción del deber cumplido y me esfumé convertido en una nubecilla de humo que se unió a la de la iglesia que comenzaba a arder.

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