martes, 13 de julio de 2010

En blanco

Abro los ojos y todo es blanco, estoy en un lugar desconocido por mí, tumbado en una cama, con cables a mi alrededor que conectan mi cuerpo con máquinas que emiten luces y sonidos acompasados con un ritmo peculiar, repetitivo, monocorde, como una aburrida sinfonía emitida por un solo instrumento. Intento incorporarme pero estoy sujeto a la cama por dos correas que me aprisionan los brazos a unas barras metálicas a los lados, por lo que mi única visión se reduce a un techo blanco y girando la cabeza, a un lado las máquinas a las que estoy conectado, junto a una percha donde cuelga una blanca botella de plástico de la que sale un fino tubo que va a parar a mi antebrazo y al otro, un sillón forrado en escay verde, una mesa plegable y una taquilla que conoció mejores días pintada por enésima vez de gris metálico.

Pasa así el tiempo, me encuentro relajado, un poco inquieto por mi situación, pero no mucho, será seguramente porque me estarán suministrando algún lenitivo a través del suero, intento recordar el porqué de mi estancia en este lugar, pero no lo consigo, no recuerdo haber sufrido accidente alguno ni me noto lesión ni herida en mi cuerpo, muevo perfectamente brazos y piernas lo que permiten las correas que me aprisionan.

Por fin entra una persona que viste un pijama verde, enfundado en una bata blanca, sin prestarme atención ni dirigirme la palabra, se dirige resuelto hacia los aparatos, lleva en la mano una tabla metálica donde lleva varios folios sujetos por una pinza y se dispone a anotar varias cifras con los datos que le van suministrando las máquinas que inmisericordes no dejan de pitar, hasta que no se da la vuelta, no trato de hablarle, lo que por fin consigo.

-Oiga, ¿dónde estoy?

Silencio es todo lo que recibo, no se para a mirarme y sale de la habitación sordo a mis preguntas.

-No se vaya, responda ¿dónde estoy? ¿Qué me ha pasado?

Nunca hubiera esperado este trato, si estoy en un hospital, lo menos que merezco es que respondan a las preguntas tan básicas como las que le he formulado, empiezo a desesperarme, mi inquietud aumenta por momentos, los mismos que marcan que el suero de la botella se ha agotado, me noto vibrante, más nervioso que antes, quiero respuestas y las quiero ya.

Vuelve a pasar el tiempo con su pesada monotonía, donde sólo escucho el ruido acompasado de mi corazón latir regularmente, ¿estaré tonto? no es mi corazón, son los aparatos que siguen con su tabarra infernal, ya me cansa su sonido ojala tuviera libres las manos para poder taparme los oídos.

Enfrascado en mis penas, no aprecié como la puerta de la habitación era abierta de nuevo, por lo que al aparecer una persona frente a mí me hizo dar un respingo en la cama, con el corazón desbocado, conseguí preguntar.

-¿Quien es usted? ¿Qué hago aquí?

Increíblemente conseguí que por fin me hablaran.

-Tranquilícese, todo está controlado, lo peor ha pasado ya.

-¿Qué me ha pasado? ¿Por qué estoy sujeto a la cama?

Obviando la primera pregunta me respondió:

-Es para que no se haga daño, no se preocupe, enseguida le quitaremos estos cables que ya son accesorios.

-Pero hombre, por Dios, respóndame ¿Qué me ha pasado?

-¿No lo recuerda?

-¿Recordar el qué? ¿Qué me ha pasado? Se lo ruego déme una respuesta clara.

-Es curioso que no recuerde nada -Dijo más bien hablándose a si mismo. –Muy curioso.

Dándose media vuelta, salió de la habitación, dejándome en un gran estado de agitación, no fui capaz de repetirle más veces mis preguntas, rápidamente me había dado cuenta que no tenía ningún interés en contestarlas, según salía entró un enfermero que sin dirigirme la palabra me quitó los cables y ¡por fin! Apagó las máquinas, me retiró el tubo del suero de la vía, con el mismo mutismo con el que entró, salió dejándome de nuevo sólo y desanimado.

Esto no me estaba pasando, no me puede suceder a mí, a… ¿Cómo me llamo yo? Ahora que lo pienso no recuerdo nada, no se como me llamo, intento pensar algo de mí y no lo consigo, no tengo recuerdo alguno de mi vida, no es que no sepa que sucedió ayer, es que no se nada de lo que me pasó el último mes, ni el año pasado, ni todos los años que he vivido, que tampoco recuerdo cuantos son.

Vacío, así me siento ahora, siento un vacío interior terrible, lo acabo de perder todo, mi identidad, mi pasado, mi edad, mi familia, mi relación con la humanidad, siquiera se en que ciudad o en que país me encuentro o me he podido encontrar antaño, ahora si que soy un ciudadano del mundo me da por pensar con ironía, aunque no se de donde la saco, pero se que en otras circunstancias habría tenido gracia.

Vuelve a aparecer el mismo enfermero que sigue sin decirme nada y me suministra por la vía una inyección, no tengo tiempo ni a hacerle una pregunta, pues los ojos se me empiezan a nublar y caigo en la oscuridad.

No se cuanto tiempo ha pasado, maldito si tengo la manera de medirlo, de nuevo abro los ojos, no ha cambiado nada, ¿nada? Algo ha cambiado, mis manos y mis pies se encontraban libres, las ataduras habían desaparecido, ¡por fin libre!

Rápidamente me levanté de la cama dispuesto a huir de allí, me paré en seco al ver que me encontraba vestido únicamente con un sucinto camisón, abrochado por la parte de atrás con un cordón que sólo conseguía evitar que se cayera el camisón, no que tapara por detrás mi anatomía.

Esperanzado, me dirigí a la taquilla, pero la expresión de mi cara mutó cuando vi que sólo se encontraba dentro una manta de color marrón claro, esto no me desanimó por completo dispuesto a salir de allí como fuera, aunque escapase medio desnudo, giré el pomo de la puerta y mi expresión se volvió a transformar de alegría la ver que conseguía abrir la puerta, me introduje en un largo pasillo con puertas a los lados cada cuatro metros más o menos, todas las puertas estaban numeradas como se supone deben estar en un hospital, imaginé, pues me di cuenta hace tiempo que de un hotel no se trataba, de reojo vi que la habitación en la que había estado recluido era la 431, avancé hasta el final del pasillo buscando una salida y al final encontré una puerta que conducía a las escaleras, bajé desbocado por ellas, todo lo que podía con mis pies descalzos, uno tras otro fui bajando pisos, pasado un rato, me paré atónito pues no encontraba el final de ellas, busqué en el rellano el número de piso y vi que ponía encima de la puerta cuarto piso, bueno, me dije, tampoco sabía desde que piso empecé el descenso, aunque por el número de habitación podría haber supuesto que empecé en la cuarta planta, pero al parecer había errado, continué bajando pisos uno tras otro hasta que volví a parar pensando que estaría en la planta baja, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando vi otra vez sobre la puerta el mismo número cuatro, abrí la puerta a observar el interior y vi el mismo frío e impersonal pasillo desprovisto de todo objeto que me pudiera dar una pista que me sacara de dudas si se trataba del mismo pasillo de donde había empezado la huída, deseché ese pensamiento sobre todo porque el pánico empezaba a apoderarse de mí, a riesgo de tropezar y bajar rodando, corrí desesperado escaleras abajo, un tramo tras otro, un piso tras otro, escalones, meseta, escalones, meseta, así hasta el infinito o más bien hasta que las fuerzas me abandonaron y me dejé caer desmayadamente en el rellano delante de la puerta de salida, ¿salida adonde?, no quería mirar, pero debía hacerlo, poco a poco fui levantando la vista por el quicio de la puerta hasta el ápice y para mi desgracia encontré el odioso cartelito que ponía un cuatro.

Es difícil explicar la situación en que me encontraba, lloré como nunca nadie ha llorado, grité como nadie gritó jamás y maldije a todo a todos y a mí mismo con la desesperación de alguien que busca respuestas y sólo encuentra preguntas.

Cuando recuperé medianamente las fuerzas, ante lo absurdo de seguir por las escaleras, volví al pasillo observando que las habitaciones estaban todas numeradas por dígitos de la cuarta centena, al azar intenté introducirme en una pero no pude, estaba cerrada, lo intenté en la aneja con el mismo resultado, así una tras otra, hasta que por fin se abrió una puerta, miré el número y era la 431, no podía ser, después de tanto esfuerzo, estaba de nuevo donde empezó todo, extenuado y sin fuerzas, lo único que me restaba hacer era tumbarme de nuevo en la cama.

Ni un solo pensamiento más me pasó por la mente, pues me quedé dormido inmediatamente.

Abro los ojos y todo es blanco, estoy en un lugar desconocido por mí, tumbado en una cama, con cables a mi alrededor que conectan mi cuerpo con máquinas que emiten luces y sonidos acompasados con un ritmo peculiar, repetitivo, monocorde, como una aburrida sinfonía emitida por un solo instrumento. Intento incorporarme pero estoy sujeto a la cama por dos correas que me aprisionan los brazos a unas barras metálicas a los lados, por lo que mi única visión se reduce a un techo blanco y girando la cabeza, a un lado las máquinas a las que estoy conectado, junto a una percha donde cuelga una blanca botella de plástico de la que sale un fino tubo que va a parar a mi antebrazo y al otro, un sillón forrado en escay verde, una mesa plegable y una taquilla que conoció mejores días pintada por enésima vez de gris metálico.

2 comentarios:

  1. Hola José Antonio.
    Buen relato tramado en una dramatica espiral sin fin.
    Un abrazo.

    Veo que las instrucciones han funcionado.
    Por cierto, enhorabunea por la inscripción en los premios 20blogs ;D

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  2. Como será terrible alguen pasar por todo esto perder la memoria me parece el fin de un ser humano es como perder su propria identidad o la vida.
    Terrible amigo..Me parece que hay que continuar esta historia o no más? Termina en una vida sin vida de este hombre.Gustaria de tener una definicion de esto o entonce mi habla se es el fin !!!!!
    Dejo mi abrazo y felicito por esta historia de vida.

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