martes, 6 de julio de 2010

El pacto

¡Dong! ¡una!

La primera campanada del maldito reloj sonó a hueco en mi triste corazón, un corazón que hace muchos años debiera estar parado y seco, las lágrimas escapan de mis ojos sin remisión, son muchos años de dolor, de sufrimiento y hoy por fin todo va a terminar estoy decidido, hoy es el último día de mi vida.

¡Dong! ¡dos!

Todo empezó hace muchos años, tantos que el dolor en la memoria me impide determinar su cuantía, la vejez me acechaba, se me hacía insoportable su presencia, ¡tanto por hacer! sobre todo en aquella época en que un hombre con cuarenta años, había llegado a una situación en la que se daba cuenta que pocos iguales de su edad quedaban con vida en la tierra, la mayoría eran ya polvo y su existencia a partir de entonces, estaba determinada a morir de cualquier enfermedad para las que entonces no existía cura alguna y a una vejez inminente y atroz.

¡Dong! ¡tres!

Reuní a todos los sabios de la época y les pregunté la manera de esquivar a la parca, hubo respuestas para todo, panaceas imposibles de hallar, ritos mágicos dedicados a dioses de imposible pronunciación, imposiciones de manos de charlatanes a los que debí dejar mancos, así hasta que despedí a todos dándome cuenta que en este mundo no iba a encontrar la solución.

¡Dong! ¡cuatro!

Me introduje en mi magna biblioteca, estaba orgulloso de ella, todo el saber de mi época se hallaba allí, pocas bibliotecas podían presumir de tener más volúmenes que la mía, sabía lo que buscaba, lo compré como una curiosidad de coleccionista y por fin iba a darle utilidad, un ejemplar del Grimorium Verum, febrilmente lo abrí y me dispuse a leerlo, noche tras noche día a día, sin apenas alimentarme, sin perder un tiempo que sabía escaso, apenas cejaba en mi empeño de saciarme de su sabiduría, sabía lo que tenía que aprender.

¡Dong! ¡cinco!

Una vez que conseguí instruirme sobre la invocación, comencé la liturgia, después de varios días de ayuno y abstinencia y vestido con una simple saya blanca, dibujé un pentáculo en el suelo y comencé la invocación: Adonai, Elohim, Jehovah, yo te imploro, oh, patrono y señor de todos los espíritus, y te entrego mi alma, mi corazón, mis vísceras, mis manos y mis pies, todo mi ser.

Ante mi se manifestó una mesa y un tintero, frente a mí un cuervo me indicó con su mente que firmase el pergamino con mi sangre, no había más que decir, el sabía lo que yo quería y yo sabía lo que ofrecía a cambio.

¡Dong! ¡seis!

Firmé y en ese instante todo un maremagnum estalló ante mí, mi cuerpo se comprimió y expandió varias veces, mi vista solo notaba extrañas formas descompuestas, mi sangre hervía y todos mis sentidos se agudizaron enormemente, no se cuanto tiempo pasó, pero al abrir de nuevo los ojos, todo había desaparecido, en su lugar quedaba solo un reloj de péndulo, este era el testigo y la prueba de nuestro acuerdo, mientras siguiera dando las horas nuestro trato sería firme, cerré con llave la puerta de la biblioteca y a partir de entonces nadie pudo acceder a ella, solo yo de vez en cuando me acercaba para comprobar la certeza de su existencia.

¡Dong! ¡siete!

A partir de entonces mi vida experimentó un cambió radical, sin la atadura del tiempo, pude realizar todos los proyectos a tan largo plazo como quisiera, magnas obras dilatadas en el tiempo, como si se me hubiera antojado edificar pirámides y poder contemplar su término años después. Viajé por el mundo recorriendo hasta el último rincón, visité tierras jamás holladas por hombre alguno, todas las maravillas del mundo desfilaron ante mis ojos.

¡Dong! ¡ocho!

Por todo esto, superé la torre de Babel, no hubo lengua ni dialecto que no aprendiera, pues no hubo raza ni pueblo que no parlamentara ni comerciara, gracias a esto mi fortuna tomó proporciones legendarias, Creso o Rockefeller eran unos pobres hombres a mi lado, dominaba la economía mundial en la sombra y las bolsas de todos los países, eran meros juguetes en mis caprichosas manos.

¡Dong! ¡nueve!

Me cultivé con todos los mejores maestros que la humanidad tuvo, con todos los sabios más doctos estuve en el momento crucial de sus enseñanzas, fui testigo directo de los más grandes inventos que cambiaron el modo de vida, por lo que mi sabiduría y conocimiento no tuvieron parangón alguno.

¡Dong! ¡diez!

Maté, robé, engañé, todas las maldades y los pecados los cometí sin ningún remordimiento, todas las aberraciones creadas por la mente humana, los mas abyectos vicios y los mas viles libertinajes, todo lo probé, asumí, cometí y disfruté, todo en búsqueda de una diversión que me diera placer y me sacara del cruel aburrimiento que estaba comenzando a padecer.

¡Dong! ¡once!

Cometí un error, probé el veneno más amargo y cruel, el diablo se regocija con ello, pues mi alma al fin va a ser suya; me enamoré, perdí la cabeza y conocí el sabor mas dulce que un humano puede saborear, me volví un corderito, viví una pasión que jamás había conocido y en muchos eones, por fin fui feliz.

Entonces saboreé el sabor amargo del amor, el sentimiento mas cruel, los años no pasaron en balde para ella, la vejez la marchitó y ni todo mi dinero, ni mi sabiduría, ni mi poder, nada sirvió para evitar que un día la muerte me separase de ella y volviera a mi soledad insoportable.

Es por eso que me rindo, el diablo ha esperado su presa con paciencia y por fin hoy tiene mi alma.

¡Dong! ¡doce!

Es la última campanada, abro la caja del reloj y como un acto sublime, paro el péndulo.




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